"Nunca me imaginé vivir en otro sitio que no fuera Nicaragua, pero las cosas no se dieron así y tuvimos que salir. Hubiésemos querido que nuestros hijos conociesen su cultura tradiciones… pero ahora van a ser españoles y no me disgusta, me alegra porque van a pertenecer a un lugar y eso es lo que quiero para ellos. Que se sientan de algún lugar”. A medio camino entre la nostalgia, la esperanza y la mirada al futuro que comienza, Adriana Massiel Soza, de 31 años, sueña con su nueva vida delante de un café mientras mira a uno de sus cuatro hijos, Armando, de 3 años, que comienza las clases en un colegio tudelano.
Al otro extremo de la mesa, su compatriota, Henry Blanco (37 años), confirma con la cabeza las palabras de su compatriota y habla con tristeza de Nicaragua. “Es la tierra que uno ama. Si la cosa no cambia ni muerto vale la pena que te lleven para allá. Ojalá Dios nos dé la salud y fuerza para trabajar, arraigarnos a España y quedarnos aquí. No queremos movernos ya a ningún otro lado. Hacer vida aquí es el objetivo a largo plazo, que nuestros hijos se formen, tengan aquí su familia y con el tiempo descansar aquí”.
El programa
El 6 de noviembre, ambas familias llegaron en avión a Madrid conscientes de que comenzaban una nueva aventura vital, la última, según esperan. Tanto Henry Blanco como su esposa Karla Gamez y sus tres hijos (de 14, 9 y 3 años), como Adriana Soza y su marido Sandy Aguilar con sus cuatro hijos (Andrés, Alejandro, Armando y Arón de 10, 5, 3 años y 9 meses) llegaron procedentes de Costa Rica donde se habían instalado hace 7 años y un año y medio, respectivamente, huyendo del régimen de Ortega.
Ambas familias se ha integrado en el programa de Patrocinio Comunitario, de acogida a familias que vienen a España con el estatuto de refugiados, a quienes se les brinda apoyo financiero, práctico y emocional en la recepción e integración y cuyo ingreso al país ya ha sido autorizado. Las personas voluntarias que participan en la ayuda y las instituciones que colaboran como el Centro Lasa se comprometen a apoyar a las refugiadas en la reconstrucción de sus vidas, ayudándolas a adaptarse a la cultura y tradición locales, proporcionando asesoría en cuestiones prácticas y oportunidades de vinculación.
Las familias en origen están acompañadas por ACNUR que es el organismo que realiza el seguimiento y la selección de las familias que pueden acogerse al programa, impulsado y financiado por el departamento de Políticas Migratorias de Gobierno de Navarra. Desde octubre también se acompaña a una familia de origen sirio en Pamplona.
Los Aguilar-Soza y los Blanco Gámez se encontraban refugiados en Costa Rica tras haber huido de Nicaragua con miedo real de poder ser eliminados o secuestrados por la policía de Ortega que gobierna desde 2007 y que, para muchos, ha instalado una dictadura tan brutal como la de Somoza contra la que luchó en los años 70.
El número de nicaragüenses que han buscado refugio se ha disparado, pasando de unos 70.000 en 2020 a más de 386.000 a mediados de 2024, según la ONU, muchos de ellos en Costa Rica. En lo que va de 2025, España ha consolidado el asentamiento de 696 personas refugiadas, de las que 341 proceden de Costa Rica. Solo el 6 de noviembre llegaron 245 al aeropuerto Adolfo Suárez.
Otra vida
Adriana y Sandy, formaban una familia trabajadora y muy próspera, con negocios pujantes y con una vida acomodada en la ciudad de Granada, un entorno idílico que, de la noche a la mañana, debieron abandonar al verse en la diana del régimen. “Vivimos una persecución directa. Fuimos acechados en nuestros negocios. La policía nos incautó muchos bienes, ahora solo tenemos nuestra casa en Granada y teníamos negocios muchos tramos, vehículos, éramos muy prósperos y dejar todo eso atrás fue un golpe muy duro para nosotros y nuestros hijos”. Su hijo mayor, Andrés (10 años), estudiaba en un colegio bilingüe en Granada y fue especialmente duro para él salir de su país e ir a Costa Rica a un pueblo donde solo había un colegio público y con un nivel de estudios muy inferior al suyo, “en Costa Rica pasamos muchas penas. Nos esforzamos mucho para darles una buena vida, pero pasamos de tenerlo todo a no tener nada. No tuvimos televisión durante más de un año y eso para un niño es muy difícil”.
Rodeados de selva, donde las serpientes “y todo tipo de bichos” eran algo habitual en su día a día como refugiados, “fue una transición muy difícil. De tener vehículos, salir a pasear, ir a muchos restaurantes en Nicaragua, ir a la playa, coger vacaciones porque éramos dueños de negocios a no tener nada, solo un mal trabajo de mi marido. Fue muy difícil y nuestro hijo mayor fue el que más lo sintió. Tomamos la decisión de emigrar porque las desapariciones estaban a la orden del día y antes de que nos faltara un miembro de la familia decidimos salir del país, y hacerlo todos juntos. Nunca pensamos en irnos y dejar a los niños en Nicaragua”.
Adriana y Sandy llevan 11 años casados (desde sus 20 años) y tienen una fe firme en sus posibilidades “si pudimos salir adelante en Nicaragua, podemos hacerlo en otro lugar. Creemos en nuestra familia y en que podemos hacerlo juntos”.
Henry Blanco trabajaba de periodista en una radio opositora al Gobierno, Radio Dario de la ciudad de León, y sus críticas al Ejecutivo le pusieron en el punto de mira no solo de la represión y persecución policial, que en alguna ocasión intentó secuestrarlo, sino también de afines al presidente Ortega que le delataban. “Desprenderte de la familia es muy duro, pero hacerlo en condiciones de persecución, amenazas y riesgo es mucho más complicado”.
La presión policial le obligó a salir huyendo de forma precipitada hacia Costa Rica “y los niños tuvieron que aguantar dos años sin mí. El solo hecho de que te falte tu padre ya te deja secuelas. Afortunadamente, nosotros tuvimos siempre una promesa de familia entre Karla y yo de que a los dos años nos íbamos a reunir y así fue. Cuando yo llevaba dos años en Costa Rica, el 9 de octubre de 2021 llegaron ellos y nos reunimos como familia, empezando otra etapa en la que ya estaba conviviendo con ellos”.
Tanto Henry como Karla ven su llegada a Tudela como una oportunidad para la familia de poder dejar atrás el miedo y penalidades para empezar de cero y con seguridad para sus hijos.
El apoyo
A partir de ahora, la labor de los voluntarios y de quienes trabajan en el programa es el de acompañar para dar los primeros pasos en la búsqueda de una inserción y formación laboral para tratar de “acoplarse al día a día de cualquier tudelano”, explica Maider. El período de acompañamiento se prolongará durante un mínimo de 18 meses y un máximo de 24. Se trata de la segunda edición del programa de patrocinio comunitario del Centro Lasa, tras el proyecto piloto que se desarrolló de 2021 a inicios de 2025 con varias familias sirias.
Ambas familias solo tienen palabras de agradecimiento para quienes abanderan este programa y les han ayudado a llegar a Tudela. “La verdad es que no pensé que la acogida fuera a ser así. Nos sentimos muy acompañados, en todo momento, casi como en familia sinceramente”, asegura Adriana, “en Costa Rica nos tocó mucha soledad, la familia de mi esposo estaba a 40 minutos y mi mamá a 7 horas, no conocíamos a nadie. Aquí es otra cosa, desde luego nos sentimos muy acompañados. Cualquier cosa que no sepa pregunto a Maider o a Linda y son muy amables con nosotros. Pensaba que iba a haber más distancia pero no, en ningún momento nos hemos sentido solos en el proceso. Son muy cariñosas y tranquilas y eso facilita mucho”.
En los mismos términos habla Henry que recuerda que cuando ACNUR les habló de este programa “no nos contaron esta parte, sino el programa en general. Cuando ya caímos aquí en Navarra y en Tudela con Abel, Maider y Linda, uno ve totalmente diferente la situación. Pensábamos que esto iba a ser un centro de acogida, donde nos asignarían un cuarto. Cuando llegamos aquí la acogida es muy buena y el tener un piso, ¡ay Dios!, lo cambia todo ¡y es todo tan familiar y cercano!, solo podemos decir que estamos encantados y dar las gracias por todo”.
Llegada a Tudela
Las dos familias proceden de dos ciudades de Nicaragua mucho más grandes que Tudela, pero todo lo que han visto en el poco tiempo que llevan les ha gustado. “Hemos tenido la oportunidad de molestar a la gente en la calle preguntando y nos han atendido con mucha amabilidad, eso dice mucho”, asegura Henry. “Parece más pequeños que donde vivíamos y eso hace que la gente sea más cercana y que todo el mundo se conozca. Yo creo que al ser un sitio más pequeño nos ayuda a sentirnos más cómodos. Los coches paran en los pasos de cebra que eso es impensable en Costa Rica ¡y lo limpio y ordenado que está todo, se nota en cuanto se te cae algo al suelo!”, dicen entre risas. “Es perfecto, no le hace falta de nada”, concluye Henry lleno de esperanza y mirando a Karla. “Lo único que le faltaba a Tudela eran dos familias de nicaragüenses y ya estamos aquí”, ríen de nuevo.
El mismo pálpito tiene la familia de Adriana y Sandy. “En Costa Rica estábamos en un sitio muy pequeño con solo una escuela pública y todo lo que nos rodeaba era verde, era pura selva lleno de serpientes y de bichos. Sin duda Tudela es más moderno, aunque quizás más seco”, dice mientras mira a las voluntarias. “Costa Rica cuida mucho medioambientalmente su paisaje, su tierra, en Nicaragua no. Yo voy a seguir extrañando mi lugar y mis tradiciones. Pero estoy muy contenta de estar aquí porque mis hijos han venido de pequeños y van a amar todo esto, se van a identificar con ello y no se van a sentir excluidos”, señala Adriana mientras mira fijamente al pequeño Armando que no para de jugar y de reclamar su atención.
“No les vamos a decir vas a amar el gallo pinto (plato típico de Nicaragua) y no la paella. Si se sienten españoles pues mejor para que se adecúen aquí. Estamos muy felices por eso”. A su lado, su marido Sandy se ocupa del más pequeño. Arón, de 9 meses, “el bebé es tico (nacido en Costa Rica) y quiero que vaya, pero ellos amarán más a España. Estamos felices por que se sientan queridos”.