El ambiente era el de las grandes citas, con las consabidas riadas de personas bajando desde el centro de Pamplona hacia el Navarra Arena. De entrada, llamaba la atención la enorme variedad generacional, desde niños hasta público bastante talludito. Y es que lo de Fito & Fitipaldis hace tiempo que dejó de ser un mero fenómeno musical para convertirse en un auténtico fenómeno social. Solo así se entiende la gran cantidad de adolescentes (e incluso niños) que poblaban las primeras filas, donde los menores de edad eran abrumadora mayoría.
Buena parte de los allí presentes, no es que no llegaron a conocer a Platero y Tú en activo… ¡es que no habían nacido cuando Fito explotó en solitario, en la primera década de los 2000! Cómo se han acercado a su música es un auténtico misterio: ¿lo habrán escuchado en sus casas, en la música que ponen sus hermanos mayores, padres, tíos o abuelos? ¿Habrá sido cosa del algoritmo? Resulta difícil adivinarlo, pero lo cierto es que el artista bilbaíno puede presumir, a sus 59 años, de haber conseguido hacerse con una nutrida base de fans en edad de escolar, además, claro está, del público que ya lleva décadas siguiéndole.
El concierto comenzó con bastante puntualidad. En cuanto se apagaron las luces, un griterío de lo más ensordecedor se adueñó del Arena. Un enorme telón cubría el escenario con el nombre de Fito & Fitipaldis. Debajo, a contraluz, podía verse la silueta recortada del cantante, acompañado por un guitarrista y un saxofonista. Se quedó solo cuando empezó a cantar. La sombra, inconfundible son su gorra: imagen icónica del rock nacional.
Cayó el telón y ahí estaba la banda, con algunos cambios en sus integrantes, pero manteniendo la misma formación (aparte de Fito y su guitarra, otras dos guitarras, bajo, saxo, teclados y batería). La primera canción fue, tal y como habían empezado, A contraluz. Siguieron con Un buen castigo, y, a su término, saludó al público. “¡Gabon, Iruña! Esta noche va a ser difícil cantar…”, exclamó mientras arrojaba una púa al cielo. No hicieron falta más palabras para que todo el mundo entendiese a qué se refería; el público, espontáneamente, comenzó a corear el nombre de Robe, amigo del alma de Fito y compañero de mil y una aventuras musicales y vitales desde principios de los noventa.
El bilbaíno tiró de oficio, suspiró, y continuó con uno de sus grandes éxitos, Por la boca vive el pez. El sonido era, exactamente, el que uno puede esperar de un concierto de Fito & Fitipaldis. Volumen más que suficiente y exquisita ecualización para envolver unas composiciones que beben sin remilgos del rock americano. Liderando a la banda, su fiel escudero, Carlos Raya, productor y director musical de sus discos y giras. Pero que nadie se olvide de que Fito también es un gran guitarrista, y así lo demostró en el espectacular solo que se marcó en El monte de los aullidos, la canción que da título a su último álbum. Prosiguieron con otro corte de ese trabajo, la sinuosa Volverá el espanto.
El sonido de las canciones variaba mucho en función de si en ellas intervenía el saxo o no. Cuando buscaban un acabado más brillante, este tomaba protagonismo y aquello adquiría tintes “springsteenianos”. Cuando preferían ambientes más secos y polvorientos, el bueno de Javier Alzola (otro que lleva media vida tocando con Fito) daba un paso hacia atrás, se descolgaba el saxo y se dedicaba a hacer coros y tocar la pandereta. Así lo hicieron, por ejemplo, en la oscura Cielo hermético o en la semi country Cada vez cadáver.
El resplandor regresó, y vaya que sí regresó, con la acelerada Whisky barato, no solo con el saxo, sino también con el violín de Diego Galaz y el acordeón de Jorge Arribas (ambos músicos del combo burgalés Fetén Fetén y que, durante la mayor parte del concierto, tocaron guitarra y teclados, respectivamente), consiguiendo entre todos un ambiente folkie y tabernario para esta pieza, que levantó definitivamente los ánimos del Navarra Arena.
En esta gira, Fito ha recuperado la costumbre de ir encadenando saludos entre ciudades. Su último concierto había sido en Santiago de Compostela, y en la pantalla se proyectó el vídeo del saludo que allí habían dedicado a Pamplona; por su parte, el público del Arena lanzó una ovación para la siguiente actuación, que tendrá lugar hoy en Zaragoza. Ese fue el punto de no retorno del concierto, el comienzo de la vistosa traca final, que estuvo formada por Como un ataúd, de nuevo con el saxo en primera línea, y tres pesos pesados, no solo de su repertorio, sino de la música popular de las últimas décadas. A saber: Acabo de llegar, que terminó con un duelo entre guitarra eléctrica y saxo; Las nubes de tu pelo, interpretada por Fito a solas con su guitarra acústica.
Esta canción, incluida en su álbum Lo más lejos, a tu lado, estaba dedicada ya entonces a Roberto Iniesta, y en Pamplona la terminó señalando al cielo, lo que despertó una nueva ovación. No la había tocado hasta ahora en esta gira, el motivo de hacerlo esa noche era evidente; La casa por el tejado, coreadísima por la multitud; y Soldadito marinero, acaso el mayor himno de su cancionero, que desató la locuta del respetable.
En los bises hubo de todo, como en botica: una de su último disco, la reposada La noche más perfecta; otra de Platero y Tú, Entre dos mares; y uno de su grandes hits, Antes de que cuente diez, que sirvió de perfecto colofón a la velada. Los aplausos se prolongaron durante varios minutos. Había sido una noche perfecta (como el título de la canción). A la buena música que siempre ofrece Fito, se le unió la emoción del amigo que acababa que acababa de marcharse. Como reconoció el bilbaíno, había sido el concierto más difícil de su vida, pero lo terminó feliz. Igual que el público.