Sobre las circunstancias en que se produjo su muerte, a lo largo de los años se han ofrecido diversas versiones, en muchos casos abiertamente contradictorias, unas interesadas en justificar el crimen, otras incompletas por haber estado desaparecidos durante mucho tiempo los documentos de la investigación judicial que se practicó en aquel momento. En septiembre de 2022, buscando otros datos en el Archivo General Militar de Ávila, me encontré por casualidad con las diligencias judiciales, extraviadas durante décadas. Se encuentran dentro de otras etiquetadas como «Sumarios remitidos por el Juzgado de Primera Instancia e Instrucción de Tafalla (Navarra) instruidos para averiguación de la muerte de varias personas»; son cuatro expedientes incoados entre el 25 y el 29 de julio de 1936 a consecuencia del hallazgo de varios cadáveres en Tafalla con heridas por armas de fuego, y luego remitidos a la jurisdicción militar por entender que eran de su competencia. Las diligencias, una vez recibidas en la Comandancia Militar, quedaron archivadas, no hubo la menor intención de seguir con la investigación. Esa documentación permite ahora reconstruir los hechos. El resultado de mi trabajo a partir de dicho hallazgo se contiene en un artículo recientemente publicado en la revista Huarte de San Juan. Geografía e Historia, editada por la UPNA, en su núm. 30 (http://revista-hsj-historia.unavarra.es/article/view/5259). A continuación hago un resumen de lo que allí explico y de sus conclusiones.

José Rodríguez Medel (alteraría sus apellidos añadiendo el segundo de su padre después de su fallecimiento), tras graduarse como segundo teniente en la Academia de Infantería de Toledo, es destinado en 1908 a Pamplona, donde conoce a Lucía Carmona Valentín (Pamplona, 1889-Tetuán, 1958), hija de Rafael Carmona Bautista, militar nacido en Algeciras, y de Fermina Valentín Ordóñez, natural de Andosilla. Contraen matrimonio en Pamplona en septiembre de 1911. Poco antes él había ingresado como primer teniente en la Guardia Civil; es destinado a Granada y allí se instalan y nacen sus siete hijos. En 1918 asciende a capitán y en 1929 a comandante. Entre 1927 y 1933 accede a la situación de supernumerario y trabaja como gerente de una compañía de seguros. Reincorporado al servicio activo, pasa unos meses en Pamplona y luego se traslada a Madrid. En junio de 1936 es nombrado primer jefe de la Comandancia de la Guardia Civil de Navarra. El Gobierno quería situar en Pamplona a un oficial de probada lealtad a la República ante los rumores de que se estaba gestando un alzamiento dirigido por el general Mola.

Tras rechazar la invitación y las amenazas de Mola, Rodríguez-Medel se reúne con el gobernador civil para darle cuenta de la situación y, seguidamente, regresa al cuartel de la Guardia Civil, en la calle Ansoleaga 12-14, y da órdenes para que todos los guardias, con sus armas y equipos, formen en el patio antes de subir a varios vehículos preparados para dirigirse a Tafalla y esperar allí refuerzos, ya que se da por inútil cualquier resistencia en Pamplona. Resulta que la mayoría de los guardias se niega a cumplir las órdenes puesto que apoyan la rebelión militar. El comandante muere ante la puerta del cuartel de varios disparos.

Postal, años 30. Plaza de San Francisco. A la izquierda del Grand Hotel se puede ver el cuartel de la Guardia Civil que funcionó en la calle Ansoleaga entre 1909 y 1959. En el número 12, el edificio de cuatro plantas, la Comandancia y las oficinas; en el número 14, el edificio de dos plantas y la entrada al patio del cuartel. Foto: Rolain

Unas horas más tarde se da una primera y errónea versión pública sobre la muerte de Rodríguez-Medel; en Unión Radio, desde Madrid, se dice que le ha asesinado un conocido fascista. En la prensa local del día 19 de julio, tanto en Diario de Navarra como en El Pensamiento Navarro y La Voz de Navarra, se afirma que ha sido un accidente. Esta debió de ser la versión que ofrecieron en un primer momento los militares sublevados, ya que las diligencias judiciales ahora halladas que abre en la misma noche del día 18 de julio el juez de Primera Instancia e Instrucción, Carlos María García-Rodrigo y de Madrazo, se inician afirmando que se presentan en el juzgado varios guardias civiles “manifestando que por orden de la Comandancia Militar de la plaza, daban cuenta de haber ocurrido en el cuartel de su Instituto un accidente del que había resultado muerto a consecuencia de disparos el comandante Jefe del mismo y herido un guardia”.

Sin embargo, pronto se ofreció otra versión distinta, nunca de forma oficial pero la recogen con algunas variantes diversos autores vinculados con el alzamiento militar (Pérez Madrigal, Ozcoidi Castán, Iribarren, Maíz, etc.). Se afirma que el comandante Rodríguez-Medel, al ver que sus subordinados le exigían una explicación de a dónde quería llevarles, se negaban a obedecerle y daban vivas a España, pasó de los gritos y las amenazas a disparar contra ellos con su pistola reglamentaria, y que fue al ser repelida su agresión por los guardias (se le convertía de víctima en agresor) cuando cayó muerto. Se explicaba que recibiera los disparos por la espalda en el hecho de que estaba tratando de huir a la calle cuando se produjo el tiroteo en el que hirió a un guardia. Seguidamente, el capitán Domingo Auria Lasierra, cabecilla de la rebelión, tomó el mando, hizo detener al segundo jefe, el comandante José Martínez Friera, y al capitán cajero Ricardo Fresno Urzay (ambos serán sacados del Fuerte de San Cristóbal y asesinados un mes más tarde), y envió a algunos guardias a informar al general Mola, el cual se presentó poco después en el cuartel. Hay algunas versiones muy posteriores (Jar Couselo, Donazar) donde se afirma que fue solo un guardia el autor de los disparos que acabaron con Rodríguez-Medel, el conductor que tenía asignado el comandante.

En el expediente ahora aparecido se refleja que el juez y el secretario (Manuel Lobato), junto con el médico forense (Eduardo Martínez de Ubago), se dirigieron de inmediato al cuartel de la Guardia Civil y practicaron las correspondientes diligencias de inspección ocular, levantamiento de cadáver y reseña y entrega de lo ocupado. El cadáver ya no estaba en el lugar donde cayó sino en una «especie de antesala o despacho» y mostraba heridas por arma de fuego. El capitán Auria y el sargento Domingo Nebra Royo, que atienden a la comisión judicial, explican que «cuando se disponía la fuerza a salir al mando del fallecido se han oído unos disparos que al parecer partían de la parte de San Francisco y ha caído al suelo dicho Jefe delante de la puerta de la casa contigua al Cuartel». Una versión, disparos de origen desconocido, distinta a la inicial del accidente que habían dado los guardias al juez. Se hace constar que en el lugar donde cayó muerto el comandante, «la acera de la casa que existe contigua al Cuartel por la parte que da a la Plaza de San Francisco, en cuyo edificio está instalada la tienda o almacén de maquinaria de Lorda, Astiz y Compañía» (es decir, el número 16 de la calle Ansoleaga), hay dos extensas manchas de sangre.

Años 30. Calle Ansoleaga 12, entrada principal a la Comandancia de la Guardia Civil. Foto: Autor desconocido

El sargento Nebra hace entrega de los efectos personales ocupados al fallecido; aparte de monedas, billetes, llaves, reloj, documentos, etc., lo más llamativo es «una pistola Star, calibre 6,95 [sic] de Echeverría, Eibar con iniciales B.O.P E, n.º 7101 con cargador y ocho cápsulas», así como «una funda al parecer correspondiente a la pistola de reglamento con su cordón y cinto, pero sin que se haya encontrado la pistola de la que no se da razón». El arma corta reglamentaria para oficiales era una pistola Astra modelo 1921 de 9 mm, mientras que la pistola Star de 9 mm era la reglamentaria para las clases de tropa de la Guardia Civil. La redacción de las diligencias resulta oscura e impide cualquier comprobación sobre qué pistola portaba Rodríguez-Medel, la ocupada (con sus ocho balas sin disparar) o la reglamentaria.

Seguidamente, el juez y el secretario se trasladaron al Hospital Militar para recibir la declaración del guardia herido, Daniel Burgui Noguera. Esta es su declaración: «Que es guardia civil y se halla concentrado en esta Capital con motivo de las circunstancias actuales; que sobre las veinte horas de hoy se hallaba prestando el servicio denominado de puertas, y junto a la puerta y escalera que da acceso a las oficinas del Cuartel; que en la dependencia contigua por donde entra la fuerza se hallaba esta formada; que oyó que el Comandante Jefe Don José Rodríguez Medel Briones decía algunas palabras a la fuerza, sin que pueda decir en qué consistían por no entenderlas; que la tropa o fuerza contestó con otras que por la misma causa tampoco puede precisar cuáles fueran; que salió el Comandante y desde la puerta se volvió haciendo dos disparos con una pistola que le hirieron al declarante por lo que se refugió en el interior, sin que presenciara nada más ni sepa lo que ocurriera después». Un testigo que ni ha visto ni ha oído casi nada y no sabe por qué ha resultado herido; no consta en el expediente el alcance y la gravedad de sus heridas, ni el calibre de las balas, si estas procedían de una pistola o un fusil.

Arriba, grupo de guardias civiles en la plaza de San Francisco dispuestos para partir al frente de guerra en julio de 1936. Foto: José Galle Gallego, Archivo Municipal de Pamplona

Ya con fecha del 19 de julio, el juez ordenó que se realizara la autopsia, que tuvo lugar a las ocho de la tarde en el depósito judicial. Asistieron el médico forense, Eduardo Martínez de Ubago, el capitán médico Fernando Montilla Escudero, designado por la Jefatura de Sanidad Militar, un agente judicial y el secretario. El informe de la autopsia, última actuación que figura antes de la remisión del expediente a la jurisdicción militar el 21 de julio, indica que al comandante Rodríguez-Medel lo mataron de seis disparos por la espalda, con orificios de entrada y de salida, mortales de necesidad, que fueron disparados con arma larga (el calibre de 7 mm concuerda con los fusiles Máuser reglamentarios en la época) y estando en el mismo plano los agresores y la víctima. Quienes suscriben el informe se preocupan de precisar que «las heridas descritas debieron producirse por descarga casi simultánea, dada la dirección de los trayectos y el resultado y por lo tanto debieron ser varios los agresores».

El informe de la autopsia concuerda perfectamente con el testimonio de José Antonio Balduz, maestro y vecino de la calle Eslava que pasaba por las cercanías en el momento en que se produjo la muerte de Rodríguez-Medel, recogidas en el documental Rodríguez Medel, el primero de la lista (2009), dirigido por Mikel Donazar. Afirma que «sonó un disparo, que me extrañó la sonoridad tan enorme del disparo, no sé con qué arma sería» y que «no se oyeron más disparos». Con toda probabilidad, lo que oyó no fue un único disparo sino una descarga de, al menos, seis fusiles que disparaban al unísono y, seguramente, a la voz de fuego dada por algún mando. El informe concuerda también con las afirmaciones que hicieron el brigada y los números que acudieron a informar al general Mola: «Acabamos de matar a nuestro comandante» (Iribarren) o «hemos matado al traidor» (Fernández Cordón). En suma, se trató de un asesinato por la espalda, en la calle Ansoleaga, y no del resultado de un tiroteo en el patio del cuartel en el cual Rodríguez-Medel hubiera disparado primero. Queda descartada, también, la autoría de uno solo de los guardias, resulta evidente que existía una conjura para acabar con la vida del comandante.