La directora de la Asociación Navarra de Autismo (ANA), Paula Rodríguez Arruti, denuncia que “han detectado varios casos de familias que se han tenido que mudar de sus casas” porque la situación con los vecinos es “insostenible”. Por ello, como asociación, reivindica “la empatía, ponerse en el lugar de..., no juzgar, sino conocer y, una vez que conozco, intentar ayudar ”, porque la vivencia que hemos tenido con las familias afectadas es “un sufrimiento tal, que es que al final te lleva por delante”. 

Como explica esta trabajadora social, “las personas con autismo tienen ciertas dificultades a la hora de comunicarse, ciertas rigideces, en algunos casos dificultades de conducta y luego hay quien, aparte, tiene otra serie de patologías”. Entonces, prosigue, “en el día a día hay muchas situaciones que son complicadas y hay también casos en que la convivencia con vecinos resulta bastante complicada”

Tanto es así, que en la asociación han detectado “varios casos de familias que, ante la situación de tensión con los vecinos, porque su hijo o hija en ciertos momentos hace un ruido determinado, da golpes u otras situaciones que se dan en el día a día, que obviamente para las familias no son plato de buen gusto, finalmente se han tenido que ir de su casa, que igual es su hogar desde hace no sé cuántos años, porque la situación era insostenible”, afirma Paula Rodríguez. 

La directora de ANA señala, al respecto, que “hay gente que puede hacerlo, que puede vender e irse a otro sitio, pero hay quien no y, entonces, tiene que convivir con ello día sí y día también”. De hecho, apunta que hay casos en los que desde que los menores salen del colegio intentan tener toda la tarde ocupada para no llegar a su vivienda hasta las ocho de la tarde, porque saben que, “en cuanto llegan, la van a tener”.

Preguntada por el tipo de molestias o problemas que se suelen generar, Rodríguez indica que “básicamente es el ruido, gritos que en ciertos momentos pueden dar porque están muy excitados o porque han entrado en una crisis. Al final, son situaciones en las que ellos muchas veces no saben verbalizar cómo se encuentran o qué les ha pasado y su forma de hacerlo es pego un golpe o un grito. Entiendo que eso no es cómodo, pero si conozco la casuística, intento comprenderlo y ya sé que la familia está haciendo todo lo posible para intentar que su hijo o hija no moleste”, teniendo en cuenta, además, que “uno, es un niño y dos, encima tiene ciertas dificultades”. Una vez más, por tanto, reclama empatía. 

“Las familias de la eterna disculpa”

En este sentido, Muskilda Elorduy Aznárez e Iñaki Izcue Goñi –que tienen un hijo de 10 años con autismo y que también sufre crisis epilépticas– consideran que son “las familias de la eterna disculpa, siempre justificándonos”. “Cuando el niño está haciendo una cosa que no es normal, siempre oyes comentarios del tipo: míralo, no le dicen nada; está mal educado; qué mal criado... En general, todas las familias afectadas tenemos el vaso casi lleno, porque tienes que aguantar esas actitudes fuera, y si en tu casa, en tu lugar de tranquilidad, de relax, de confort, tienes aún más estrés, te lo rebosan... Es un momento de mucha dificultad”, expone Iñaki. 

“Y no es un caso, son varios”, apostilla la directora de la Asociación Navarra de Autismo, que añade que “este año varias familias han tenido que mudarse y otras están en la batalla, con conflicto, y buscando un lugar” al que ir donde “no haya vecinos alrededor: un chalet, un dúplex... pero claro, no todo el mundo puede” costearse ese cambio. 

“Este año varias familias han tenido que mudarse y otras están en la batalla, con conflicto”

Paula Rodríguez Arruti - Directora de la Asociación Navarra de Autismo

Para Muskilda, la situación padecida “emocionalmente me dejó rota; ni el trastorno de mi hijo me rompió tanto como ese estrés que viví”. No obstante, tras dos años de tratamiento, ya ha superado ese “estrés postraumático brutal”. 

Tres pasos

Esta familia estuvo una temporada viviendo de alquiler en Buztintxuri, porque habían operado a su hijo Mikel y tenían en este barrio a la familia. Mientras, su piso, que había sido la vivienda de la madre de Muskilda, lo alquilaron a estudiantes. “En un momento dado, los estudiantes se van. El crío ya se había recuperado de la cirugía y decidimos volver a nuestro piso. En Buztintxuri no habíamos tenido ningún problema, al revés, pero cuando llegamos a casa, a las dos semanas un vecino ya comenzó a quejarse”, relata Iñaki, que en ese momento acudió a la asociación. “Nos dijeron esto va a ser así: primero, os va a decir a vosotros, luego irá al administrador de fincas y, el último paso, a la Policía. Efectivamente, los pasos fueron esos”, señala. 

“Pusimos en el pasillo piezas de goma para intentar evitar todas las molestias posibles”

Iñaki Izcue Goñi - Padre de un niño con autismo

En junio de 2021 llegaron y, seis meses después, en diciembre, vendieron el piso y compraron una casa en Campanas. “La Policía nos decía no tenéis por qué marcharos, tenéis toda la razón, aunque denuncie… Pero tener que estar todos los días aguantando a este señor aquí… No nos compensa. Vendemos el piso, nos vamos a otro lado”, recuerda el padre que decía entonces. 

“Me dejó rota a nivel emocional; ni el trastorno de mi hijo me rompió tanto como ese estrés que viví”

Muskilda Elorduy Aznárez - Madre de un niño con autismo

“Nos obligan a aislarnos. Hemos tenido que meternos en una hipoteca, cuando ya teníamos el piso pagado, comprarnos otro coche, gasolina… tenemos menos poder adquisitivo, pero más calidad de vida”, sostiene la madre.

“Con todo lo que estábamos sufriendo allá nos compensa, pero claramente, porque estamos ahora mucho mejor. No tenemos que rendir cuentas a nadie y, encima, nos han acogido muy bien en el pueblo y quieren mucho a nuestros hijos”, manifiesta agradecido Iñaki. De hecho, su mujer rememora la primera fiesta con payasos a la que fueron en Campanas: “Estábamos inquietos porque Mikel entraba donde el payaso, volvía... Cuando tienes un crío como el nuestro siempre estás muy alerta y te da la sensación de que molestas y muchas veces es tu propia preocupación, no lo que la gente está pensando. Ese día nos dijo una vecina: ya os vale de estar nerviosos. Mikel es uno más en el pueblo y, si a alguien no le gusta, que aquí la mitad son de fuera, que se vaya. ¿Sabes qué apoyo es eso? Mis hijos están más relajados. En calidad de vida hemos ganado pero lo triste es que, de algún modo, nos intentan aislar, porque nuestros hijos molestan. Te tienes que ir y no todas las personas disponen de esa posibilidad”. Como concluye Iñaki, “casi tengo que estar agradecido a ese vecino –que fue el único que se quejó–. Estamos mucho mejor ahora, pero no ha sido una elección”.