Además de conocimientos y valores, la educación emocional se ha convertido en una pieza clave dentro de los centros educativos del siglo XXI, donde cada día afloran más casos de bullying, adicciones, violencia o comportamientos inapropiados. Por eso, las escuelas han pasado a la acción. Los centros agrupados en Kristau Eskola llevan varios años desarrollado GUGAN, un programa que, sobre la base de la neurociencia, ofrece a sus profesores competencias específicas que les permiten prevenir y abordar las distintas causas que impiden el bienestar emocional del alumnado y la convivencia. Carme Timoneda es la formadora principal de la base teórica de GUGAN. Profesora titular de Diagnóstico educativo del departamento de Pedagogía de la Universidad de Girona, la doctora Timoneda es una de la voces más autorizadas a nivel estatal en neuropsicopedagogía y bienestar emocional. Y aunque lo de la neurociencia suene como algo muy ajeno para el común de los mortales, las recetas que propone son de lo más terrenales.

Desde la pandemia, la educación emocional ha pasado a un primer plano dentro de las escuelas. ¿Cuáles son las palancas que se deben activar para mejorar ese bienestar en las aulas?

–Lo que defendemos es un bienestar emocional del día a día, basado en que los niños y niñas se sientan acogidos, acompañados, entendidos, pero sin olvidar la exigencia. Es decir, mucho respeto como persona pero, a su vez, exigencia y mantener unos valores a diario.

De un tiempo a esta parte se insiste en que la salud mental de los y las estudiantes ha empeorado. ¿Comparte este diagnóstico?

–Sí, creo que ha empeorado. No sé si es porque ahora se detecta más, porque estamos más pendientes, pero la realidad es que hay cada vez más casos y cada vez a edades más tempranas. Antes había más problemas de salud mental entre adolescentes y jóvenes, y ahora vemos más casos entre niños, incluso en Primaria. Nosotros defendemos una mirada más educativa que clínica de estos casos. Llevamos muchos años con un paradigma mucho más psiquiátrico, basado en los síntomas.

¿Cómo se manifiesta esa falta de bienestar emocional?

–Los problemas de salud mental se manifiestan con conductas desajustadas, desadaptadas, conductas que están fuera de lugar, exageradas y también otros síntomas a nivel emocional, como apatía o tristeza que, en definitiva, no son más que manifestaciones de un proceso emocional interno que cursa con mucho dolor emocional inconsciente.

Las estadísticas confirman que se ha disparado el bullying, las adicciones o los comportamientos autolíticos y conductas suicidas. ¿Cuáles son los principales motivos que desestabilizan a los más jóvenes?

–Gracias a la neurociencia sabemos que en la base de los problemas de bienestar mental lo que hay es una identidad insegura, una inseguridad mucho más acuciante de la que debería de haber. Evidentemente, los niños o los jóvenes se sienten inseguros, de la misma manera que un adulto también se puede sentir inseguro. Lo que está pasando es que a nivel social y familiar se va con más prisa, con un trato más superficial, con falta de tiempo para dedicárselo a los niños, hay mucha tendencia al materialismo, a comprar, a las pantallas, a que los niños se entretengan solos, que no molesten, aunque todo esto suene contundente. Creo que a los niños y a las niñas les hace falta sentirse queridos y valorados como personas, no se les puede comprar.

También hay familias ‘helicóptero’, padres y madres que viven obsesionados con que nada dañe a sus hijos. ¿Estamos creando una generación de niños hipersensibles?

–Pues sí. A veces, hay dejadez y otras veces sobreprotección. Pero como he dicho antes, un niño necesita sentirse querido, acompañado, pero a la vez hay que darle autonomía, que sea responsable de sus actos; y exigencia, porque la exigencia no está reñida con el cariño. La exigencia no son castigos, dureza, debe ser entendida como un esfuerzo sano. Entonces, sí que es verdad que las familias hoy en día van muy perdidas.

¿Qué consejo le daría a las familias para abordar adecuadamente la frustración de sus hijos?

–Que los quieran mucho en el sentido más amplio de la expresión, que compartan su vida, que los traten como personas y que les exijan unos valores. Y que los papás sean los primeros en gestionar esa emoción.

Usted sostiene que la neurociencia tiene muchas de las respuestas a este problema al que se enfrentan muchas escuelas e institutos. ¿Qué quiere decir?

–El programa GUGAN parte de un enfoque muy concreto y diferente a otros programas que existen en torno a la educación emocional. Sobre la base del programa está la neurociencia, constituida, en gran medida, a partir de las aportaciones de Joseph Ledoux, psicólogo y científico americano que estudió el procesamiento del dolor, clave para entender el componente emocional presente en todo proceso de aprendizaje. Es innovador en cuanto a que se focaliza en la importancia de entender las conductas disruptivas, provocativas e inadaptadas que, a menudo, tienen lugar en el contexto escolar, como comportamientos emocionalmente inmaduros, desencadenados por el dolor emocional antes mencionado y, sobre todo, completamente involuntarios.

El profesorado lleva a sus espaldas multitud de responsabilidades: enseñar sus materias, obviamente; lidiar con la burocracia del día a día; corregir y preparar materias en sus casas; seguir con su formación; parecer estimulantes; ser ejemplo de valores positivos; transmitir pasión por el conocimiento…. y ahora se pone sobre sus hombros nada menos que la salud mental de sus estudiantes. ¡Ahí es nada! ¿Están preparados?

–La salud mental sería el resultado de educar para la gestión emocional. Quizás les falten ciertas herramientas, pero la docencia per se está estrechamente ligada a la gestión emocional. Si un docente está motivado, siente pasión por su trabajo, se sigue formando y además ayuda a sus estudiantes a gestionar sus emociones ya está educando para la salud mental. Está tanto previniendo, como echando un cable a algún niño que tenga algún problemilla. O sea, yo creo que los profesores están preparados y que lo que sobra o lo que sería deseable es replantearse los actos burocráticos y los protocolos que les alejan de la tarea que les es inherente, educar.

En paralelo a la preocupación por la salud emocional de los menores, crecen las voces que piden la presencia de profesionales de la psiquiatría y la enfermería dentro de las escuelas. ¿Qué le parece este enfoque multidisciplinar?

–Creo que en las escuelas se está potenciando cada vez más el departamento de orientación. El punto de vista educativo y clínico tienen que colaborar, pero desde mi punto de vista no es necesario que haya psiquiatras o enfermeras en las escuelas. Respeto otras miradas, pero para mí, la mirada educativa en la gestión de las emociones debe prevalecer en el aula. Tenemos evidencias de que los niños van ganando en seguridad personal, gestionando la frustración y son responsables de sí mismos si se les enseña desde la más tierna infancia a gestionar sus emociones en casa y en la escuela. No hace falta ni la mirada de la enfermería ni la mirada psiquiátrica, con la mirada educativa es más que suficiente. Si hubiese algún caso con base neurobiológica que afectara el buen rendimiento o la salud mental del menor se derivaría al servicio correspondiente.

Desde hace cinco años colabora en el programa GUGAN de Kristau Eskola, ¿en qué consiste?

–Más que un programa es un paradigma. Desde la neurociencia nos llega un claro mandato para entender y encauzar adecuadamente las múltiples conductas relacionadas con el bienestar que observamos en los centros. No basta con fijarnos en la conducta, hemos de entender cómo se genera esa conducta y para ello es imprescindible entender cómo funciona nuestro cerebro en su conjunto. Aunque habitualmente asociamos el cerebro a la razón y el pensamiento, en su núcleo se encuentra también lo que se conoce como cerebro emocional. Lo que vemos desde fuera, la conducta, depende de la gestión de estos dos aspectos internos.

¿Cómo se baja esa teoría al aula?

–GUGAN trabaja en dos planos. Por un lado, en la prevención, es decir, en la intervención para que los niños y niñas desarrollen desde pequeños su competencia socioemocional y el control de su conducta con el fin de sentar las bases de un centro emocionalmente sano, y por otro, en las intervenciones dirigidas a encauzar correctamente las conductas defensivas o disruptivas. Todo esto se basa en la escucha activa, respeto absoluto, compartir, reflexionar, marcar límites, normas de convivencia pero gestionándolo de tal manera que el niño gane responsabilidad por si mismo y no por medio de la modelación de la conducta.

¿Cuáles están siendo los resultados de GUGAN?

–Llevamos cinco años con el programa. A parte de la formación de los tutores hay también formación específica para orientadores, a nivel de supervisión de casos. Ya tenemos una panorámica de su aplicación, todo lleva su tiempo, porque este paradigma necesita que los docentes se formen para hacer ese cambio de mirada que, a veces, no es tan fácil. Es una formación que no se basa en comprender sino en integrar y sentir. Los centros que llevan ya tres o cuatro años con el programa argumentan que los cambios son notables en cuanto a la madurez que adquieren los niños. No es la panacea, obviamente, en la educación emocional concurren muchos factores, pero se notan cambios.

El Consejo de Ministros ha aprobado la Ley del Menor que, entre otras medidas, propone el control parental en los móviles. ¿Cree que la prohibición por ley es la solución a problemas como el ciberbullying o el acceso a la pornografía a edades muy tempranas?

–No, la solución pasa por la educación. Otra cosa es que los padres tengan recursos para poner límites. Prohibir por prohibir y el control de la conducta por ley nunca lleva a la madurez de los niños. Muchas veces cuando más les controlamos, sobre todo a según y en qué edades, más van a buscar la manera de eludir ese control. Lo importante es hacerles responsables de sus actos, y eso se debe hacer desde pequeños.

¿Cómo debería gestionar una familia el debate del teléfono móvil con sus hijos e hijas?

–Soy de la opinión de que se tiene que usar el móvil solo cuando sea necesario.

¿Y esa necesidad viene dada por?

–Viene dada por el sentido común. Muchas veces esa reflexión deberíamos hacerla los adultos. A veces, a los adultos nos viene bien tenerles entretenidos con los móviles. A veces, vemos a familias completas en un restaurante mirando los móviles o la tablet, sin un clima de diálogo y de compartir la comida. Y eso tiene un coste. Creo que la respuesta a esa pregunta es que los padres sean sensatos. Todo, en buena medida y en buen uso, es adecuado.