Nacidos en Traibuenas, en una finca atravesada por la Cañada Real, los vinos Labrit, rosado y tinto, expresan la riqueza de un ecosistema vivo, con fauna y flora autóctonas. A partir de garnachas ancestrales navarras, estos vinos destacan por su autenticidad y complejidad. Son el fruto del respeto por la tierra, el legado de seis generaciones dedicadas a la viña y el resultado de un trabajo apasionado. Cada botella encierra una historia de conexión con el entorno, de viticultura sostenible y de compromiso con una identidad arraigada en el paisaje navarro.

Adriana Ochoa, enóloga y directora técnica de Bodegas Ochoa, explica cómo es el proceso de elaboración de estos vinos que están “llenos de una maravillosa identidad”.

¿Qué particularidades tiene la garnacha y qué la hace tan especial para vuestra bodega?

La garnacha es una variedad muy compleja, no es uniforme, sino que presenta distintos matices. En esta finca en concreto tenemos una selección de garnachas ancestrales sobreinjertadas, además de nuevas plantaciones de las mismas variedades. La particularidad que tienen es que cada una de ellas es diferente.

¿Y a qué se debe esa diversidad dentro de una misma variedad?

Todo parte de un estudio de la Universidad Pública de Navarra, que recopiló garnachas de toda la región. Seleccionaron las mejores y las más representativas y descubrieron más de 200 biotipos distintos. Es decir, todas son garnacha, pero cada una con características únicas, como pasa con las rosas: hay blancas, rojas, rosadas… En nuestro viñedo convivimos con esa misma diversidad, ya que están presentes todas en nuestra finca.

¿Cómo influye esa variedad en el viñedo y en el vino final?

Hace que cada cepa tenga su propio ritmo de maduración, pero juntas generan una complejidad extraordinaria en el vino. Esa diversidad aporta elegancia y equilibrio: lo que a una le falta, otra lo complementa. Incluso en años difíciles por el cambio climático, estas viñas demuestran ser más resilientes y dan como resultado vinos de mayor calidad y riqueza.

Adriana Ochoa, en la finca La Cañada de Traibuenas. Javier Bergasa

Más allá del vino, ¿qué representa este proyecto para ti a nivel personal y familiar?

Para mi hermana Beatriz y para mí, que somos la sexta generación en Bodegas Ochoa, el legado familiar es fundamental. Hemos plantado nuevas garnachas con esta biodiversidad que consideramos un patrimonio de Navarra.

Me encantaría que nuestras hijas e hijos puedan, en el futuro, elaborar estos vinos, disfrutarlos y seguir la historia. No plantamos solo para nosotras, sino también pensando en ellos, como hizo nuestro padre con nosotras.

¿Por qué el nombre “Labrit” para este vino? ¿Qué significa para vosotras?

Labrit representa la unión. Es un punto de encuentro muy conocido en Pamplona, especialmente durante Sanfermines. Allí se reúne gente diversa, pero todos comparten un mismo objetivo: disfrutar juntos. Lo mismo ocurre con nuestras garnachas: aunque diferentes, trabajan juntas para crear el mejor vino. Labrit simboliza eso, la fuerza de la diversidad unida.

¿Qué podemos encontrar en el vino Labrit?

Labrit refleja toda la complejidad de ese patrimonio de garnachas históricas de Navarra. Aunque los vinos rosado y tinto se elaboran de formas distintas, comparten una misma identidad.

Esa identidad representa la diversidad del viñedo y la historia que hay detrás.

Habéis renovado la imagen de la bodega. ¿Qué nos puedes contar sobre ese cambio?

Beatriz y yo llevamos dos años trabajando con un equipo increíble para renovar la imagen de todos los vinos y de la bodega en general. Ya veníamos trabajando en profundidad desde dentro, con los vinos, pero sentimos que era el momento de dar el salto también hacia fuera. La nueva imagen es más moderna, más acorde a los tiempos actuales, pero sin renunciar al legado ni a la tradición con la que crecimos.