¿Qué ocurre para que un niño de seis años que empieza la escuela con ilusión, pocos cursos después, se sienta perdido, desmotivado y a punto de abandonar? Esa pregunta llevó a Rocío García Carrión, investigadora de la Universidad de Deusto, a coordinar el proyecto europeo SCIREARLY. Durante tres años, investigadores, docentes y entidades de diez países han analizado cómo combatir el fracaso escolar desde la infancia. La conclusión es clara: las escuelas que reducen y previenen el fracaso escolar lo hacen generando entornos de aprendizaje inclusivos y participativos.
“Nuestro enfoque principal era identificar qué son entornos de aprendizaje exitosos y por qué se caracterizan, qué es lo que hace que niños y niñas en diferentes escuelas de toda Europa, y especialmente los más vulnerables, puedan salir adelante en la educación y en la vida”, explica Rocío Carrión.
Según los datos de la investigación, presentada a finales de septiembre en el Parlamento Europeo, los entornos de aprendizaje inclusivos y participativos se caracterizan por fomentar relaciones positivas entre profesores y alumnos, prácticas dialógicas de enseñanza y aprendizaje y, por último, el liderazgo compartido entre profesorado, las familias y la comunidad. De este modo, consiguen mejorar los resultados académicos de los alumnos en las principales materias —matemáticas, ciencias y lectura— desde Educación Infantil, perdurando a lo largo de la Educación Obligatoria.
“En las aulas participativas e inclusivas, donde el profesorado fomenta un diálogo igualitario, todos los niños y niñas tienen voz, y donde las familias y la comunidad se implican, el impacto en los resultados académicos es mayor”, reconoce Rocío García.
“Cuando los estudiantes se sienten escuchados y respetados, aumenta su deseo de seguir estudiando y disminuye el riesgo de abandono escolar”
Diferencias con la enseñanza tradicional
La investigación subraya las diferencias entre el modelo tradicional, donde un profesor explica frente a decenas de alumnos pasivos y solo unos pocos se atreven a intervenir, y el aprendizaje en pequeños grupos, que fomenta la participación de todos, enriquece el conocimiento compartido y eleva la implicación en clase. Según relata Rocío, este cambio de dinámica no solo mejora el aprendizaje, sino que también refuerza la motivación: “Cuando los estudiantes se sienten escuchados y respetados, y descubren que pueden aprender juntos, aumenta su deseo de seguir estudiando y disminuye el riesgo de abandono escolar”.
Para Rocío García el éxito escolar no consiste únicamente en sacar buenas notas. “La mejora académica y el bienestar de los alumnos deben ir de la mano. Las escuelas que logran avances significativos lo hacen simultáneamente en ambas dimensiones”.
Otro hallazgo relevante es la identificación de factores protectores que previenen el fracaso escolar temprano y favorecen el éxito educativo, incluso en contextos de alta vulnerabilidad —con personas migrantes, refugiadas, comunidad gitana, diversidad funcional—. Entre esos factores están la presencia de referentes positivos, las altas expectativas entre el profesorado, la familia y el grupo de iguales, la visibilidad y la inclusión de la diversidad cultural, el apoyo psicosocial y en la salud mental.
Apuesta por la diversidad
Rocío recuerda que en las próximas décadas la escuela será cada vez más plural: “El gran reto es que en 30 años la mayoría de las aulas en Euskal Herria serán cultural y lingüísticamente diversas. No debemos verlo como un problema sino una oportunidad para mejorar el aprendizaje y la convivencia en la escuela”. La clave, a su juicio, está en promover enfoques educativos que reconozcan esa pluralidad. “Hemos visto que la inclusión real pasa por prácticas culturalmente responsables, que refuercen la diversidad”.
En este sentido, defiende el impacto positivo de la educación multilingüe. “Los niños y niñas se benefician más en contextos bilingües o multilingües que en contextos monolingües, porque desarrollan más su capacidad cognitiva y cultural”. Asimismo, pone en valor ejemplos de jóvenes migrantes o gitanos que lograron progresar gracias a la confianza de la escuela. “Hemos estudiado trayectorias vitales de jóvenes migrantes o gitanos que lograron salir adelante gracias a que la escuela creyó en ellos, los incluyó y valoró su cultura y su lengua al mismo nivel que la autóctona”.
La cuestión resulta inevitable: ¿cómo es posible que una metodología con tantos beneficios todavía no se haya extendido de forma generalizada en las escuelas? ¿Qué obstáculos frenan su implantación? La respuesta, apuntan desde el proyecto, pasa por transformar la enseñanza desde su raíz y, en especial, por reforzar la preparación de quienes dirigen el aula. La clave está en la formación inicial y permanente del profesorado: “Necesitamos que conozcan estas prácticas basadas en evidencia y que puedan aplicarlas desde el principio”, subraya Rocío.
"La diversidad lingüística y cultural una oportunidad para mejorar el aprendizaje y la convivencia en la escuela”
Enseñar de otra manera
A ello se suma un lastre difícil de superar: la inercia de repetir los modelos heredados. “A menudo enseñamos como nos enseñaron a nosotros, y ahí está el error. Hoy en día no podemos educar a los chavales como se hacía en los años 70 u 80”, advierte la directora del estudio. Frente a esa resistencia, recuerda que la investigación ofrece pistas claras sobre los procesos de aprendizaje y destaca que “tenemos que trasladar ese conocimiento a las aulas y hacerlo accesible a toda la sociedad”.
Con ese objetivo, el proyecto no se limita a la reflexión teórica, sino que propone herramientas prácticas para el profesorado. Para ello, se ha creado un banco de recursos gratuito para que los profesores puedan implementar estas prácticas directamente en sus aulas.
Los investigadores del proyecto SCIREARLY han analizado un total de 20 centros educativos en 10 países que aplican prácticas educativas exitosas. Entre ellos hay dos escuelas vascas, una de Gipuzkoa y otra de Santurtzi, en Bizkaia. La primera ya estaba consolidada, en este sentido. La segunda consiguió mejorar sus resultados en tan solo seis meses, tras aplicar estas prácticas. Precisamente, ese centro vizcaino estuvo representado en Bruselas por dos docentes y una alumna de 11 años, que contaron cómo el proyecto había transformado su aprendizaje y su motivación.
Portugal, a la cabeza
En este sentido, Portugal es uno de los países que más ha reducido el fracaso escolar en la última década, pasando del 23% al 6% y situándose por debajo de la media europea. Bruselas ha fijado como objetivo que todos los Estados miembros de la Unión Europea se sitúen por debajo del 10% en 2030, una meta hacia la que camina el Estado español, a pesar de estar lejos. La clave está en identificar qué políticas y prácticas funcionan, compartirlas y crear redes de docentes e investigadores que permitan extender los resultados positivos.
El papel de la tecnología
Otros de los elementos clave en la educación hoy en día es la tecnología. Su potencial depende de cómo se articule dentro de clase. Según apunta Rocío, “un uso dialógico de la misma, orientado al aprendizaje, es beneficioso para adquirir la competencias digitales, esenciales a nivel mundial”. De ahí su insistencia en la importancia de acompañar este proceso. “Hay que formar tanto a docentes como a familias para que sepan cómo acompañar a los niños en un uso adecuado, seguro y constructivo de la tecnología”, enfatiza Rocío García, enlazando así la dimensión pedagógica con la social.
La directora de la investigación espera que los políticos europeos hayan tomado buena nota y que “las escuelas inclusivas y participativas no sean la excepción, sino la norma en todo el continente”.