Veintiséis libros humanos relataron en el Palacio del Condestable de Pamplona a personas jóvenes cómo encararon las dificultades que encontraron en la vida y cómo defendieron sus derechos en diferentes ámbitos, como el de la discapacidad, la integración o la libertad religiosa. Esta Biblioteca humana, organizada por el Gobierno de Navarra con motivo de la Semana de los Derechos Humanos, consistió en reuniones de cada protagonista con un grupo pequeño de jóvenes para exponerles su historia y responder a sus preguntas sobre la forma en que han reivindicado el respeto a sus derechos.

Uno de estos libros humanos fue sido la valenciana Lorena Burriel Catalán, de 33 años, quien padece una discapacidad de nacimiento que hace que tenga que desplazarse en silla de ruedas. Lorena estudió Comunicación y realizó sus prácticas en un plató de Televisión Española, en el que empezó a sufrir numerosas caídas. “No sabíamos cuánto tiempo duraba, si era algo permanente, si iba a ser progresivo. No teníamos ni idea entonces”, comentó. Y desde “esa incertidumbre”, dijo, “tuve que empezar a encontrar otros recursos, otras maneras de poder ejercer la profesión que me gustaba, pero quizás desde un plano en el cual la accesibilidad no fuera una barrera para ello”. “En este camino he tenido que reaprender a ver la vida, a ver cómo quería caminar, como quería ver lo que yo he estudiado, pues no me servía para mi nueva realidad”, explicó.

También narró su historia la tudelana Maryam Martínez Méndez, de 52 años, quien creció en una familia religiosa y estudió en el colegio de la Compañía de María. Rodríguez que, aunque tenía inquietudes religiosas, veía “una contradicción” entre el mensaje que se le transmitía en su educación y la realidad de su entorno. “Así que empecé a hacer mi búsqueda y, entre muchos libros que leí, compré un Corán traducido al español y empecé a entender que el mensaje era el mismo que había en el Antiguo Testamento y en la Biblia, en todos los Evangelios”, afirmó. Debido a que en aquella época –principio de los años 90– no había en Navarra una comunidad musulmana estable, se trasladó a Zaragoza, en cuya Universidad había numerosos estudiantes islámicos, sobre todo del Líbano. “Encontré que no somos distintos, que somos iguales, tenemos las mismas necesidades y que podíamos encontrar cada uno nuestro lugar, nuestra respuesta a eso que necesita nuestro espíritu sin necesidad de seguir el modelo en el que hemos vivido”, apuntó. Y de esta forma, “me di cuenta de que hay una libertad a la hora de adherirse a la religión con la que una quiera vivir”.