Teodoro Galarza, republicano y vasco
La editorial Altaffaylla acaba de editar 'Memorias de un Republicano 1808-1932', escritas por el tafallés Teodoro Galarza Arranbide en los años 40-50 del pasado siglo
Una delicia para los amantes de la historia y del costumbrismo vasconavarro, escrito en primera persona por un testigo involucrado en muchos de los acontecimientos que narra, o bien recogidos a los ancianos que los vivieron.
Los Galarza provenían de una familia de Urdiain, que emigró a Tafalla a instalar una botería. Una vez situados, los parientes de Urdiain les enviaron a un sobrino, Lucas Zubiria Galarza, con la intención “de aprender español y las cuatro reglas”. Cuando supo desenvolverse por el mundo, el joven sobrino “saltó el charco” y desembarcó en Montevideo. Y aquel mozo, que comenzó cortando hierba en Sakana y haciendo botas y chapurreando romance en Tafalla, pasó a ser un próspero y adinerado comerciante, cuyo hijo acabó siendo presidente de la República del Uruguay. Idiosincrasia vasconavarra, le dicen.
De esta espabilada familia venía Teodoro, que de coser botas fue haciendo prosperar su negocio a la vez que se acercaba al liberalismo, con el que tuvo actitudes muy particulares, como su defensa del comunal o su rechazo a la guerra de Marruecos. Merodeó la masonería, fue concejal liberal en Tafalla, participó en las campañas electorales de la Restauración y sus muchos logros para la ciudad no superaron la animadversión que sus ideas laicas suscitaban entre sus enemigos, que consiguieron expulsarlo de su pueblo natal.
Llegó a Donostia en 1924, y se instaló con su familia en la calle Iparraguirre, donde no dejó de conspirar por la República y de apoyar las causas forales. “Siempre se ponía de pie y se quitaba la txapela al escuchar el Gernikako Arbola”, nos decía su hija María, a la que entrevistamos en su domicilio de Gros en los años 80. Trabajaba de comisionista de harina y de paja, y acudía con frecuencia al Solar Navarro en la calle Fermín Calbetón, donde era bibliotecario. Con la llegada de la República, apareció en la junta directiva del Partido Republicano Radical Socialista donostiarra.
Al llegar la guerra civil, su casa de Tafalla fue confiscada y convertida en sede de Falange, y tras la entrada de los “nacionales” en Donostia, se desplazó gente desde Tafalla para detenerlo y, probablemente, fusilarlo. Pero él se había escapado con sus tres hijas a Bilbao, con la gran evacuación, y de Bilbao pasó al exilio francés. Su hijo fue gudari con el batallón Azaña.
Al regreso del exilio volvió a la actividad cívica, en la medida que la situación política lo permitía. Una de sus actividades “permitidas” fue la campaña y recogida de firmas para recuperar el antiguo Solar Navarro. Su argumento era que todas las regiones tenían su centro, menos los navarros.
Pero lo más importante para el tema que nos ocupa fue su relación con otro tafallés conspicuo, José Berruezo, catedrático de Historia, director de El Diario Vasco, Archivero Jefe de la Diputación de Gipuzkoa; autor de numerosos libros y miembro laureado de varias entidades culturales. Berruezo convenció a su paisano y vecino para escribir las Memorias, trascribió sus primeros manuscritos e hizo los primeros trabajos de edición.
En 1960, a la edad de 86 años, dejaba de escribir y de instigar Teodoro Galarza Arranbide, liberal y republicano.
Memorias de un republicano
Este libro es uno de los más interesantes testimonios para conocer de primera mano la vida cotidiana, las vicisitudes políticas y los acontecimientos vasconavarros durante más de un siglo. Comienzan con sucedidos de la francesada y primera guerra carlista y acaban con la llegada de la Segunda República. Entre medio, riquísimas descripciones de la segunda guerra carlista; del valiente general Radica; la muerte del general Concha; las cuestiones forales; las batallas populares contra las quintas y por la recuperación del comunal; la epidemia del cólera; el primer globo y el primer avión; el último agarrotado en público; los desafíos en las plazoletas y callejuelas del antiguo Palacio Real; los conciertos de Sarasate y Gorriti; los primeros entierros civiles… Todo ello mixturado con un rico anecdotario local, tradiciones, cancionero, juegos, personajes célebres, elecciones y compra de votos, debates municipales, e historias menudas, pero expresivas, de una sociedad antigua que desaparecía con el tren, la aerostática y el telégrafo.
Y si los amantes al ciclismo pueden celebrar cómo un francés cruzó el Camino Real en 1884 con la primera bicicleta, las feministas disfrutarán con Josefa Berrueta, “La Guizona”, una bella churrera que en 1873 estaba vendiendo sus churros en el mercado cuando un militar liberal español la agarró y la besó a la fuerza. Fue lo último que hizo: la Guizona le metió el cuchillo churrero hasta el mango y siguió haciendo churros como si nada hubiera ocurrido. En el juicio, todas mujeres del mercado declararon no haber visto nada y quedó libre. Y es que Josefa era la Josefa y el otro, un guiri más.
En 1955 Galarza seguía enviando cartas a Berruezo con nuevas aportaciones, algunas muy sustanciosas, que no se incluyeron inicialmente en las Memorias. Así, aquel año le decía cómo día 21 de octubre del año 1936, mataron sin juicios, a 26 de Tafalla y 33 del distrito. “Los fusilaron en la tejería de Monreal, los llevaron en autos en cinco viajes y los fusilaron. Esto me lo dijo un señor de Monreal, que con unos cuantos presenció los fusilamientos. Estuvieron matándolos…” y cita un nombre de Mendigorria y dos más de Lumbier que, según dice, se presentaron voluntarios. Era pleno franquismo, y no es de extrañar que Berruezo le aconsejara omitir este capítulo, ahora publicado.
Sabino Arana: un señor solo
Algunos de los testimonios de Galarza tienen importante valor histórico. Un día de 1888, con apenas 15 años, Teodoro Galarza acudió a la casa de Florencio Alfaro y se afilió al incipiente partido republicano. Alfaro era el Epaminondas de la logia “Justicia” de Tafalla, muy avanzada, tanto en la cuestión social como en el de la autonomía vasconavarra. Pocos años más tarde, un veinteañero Teodoro ardía de patriotismo en la Gamazada, movimiento foral que había tenido su continuidad en la Sanrocada de Gernika y en la sublevación de Donostia de agosto de 1893, masacrada por la Guardia Civil con seis muertos por cantar el himno nacional vasco.
La Juventud Republicana de Tafalla delegó en Galarza para acudir a Castejón con la bandera republicana, al recibimiento que miles de navarros y navarras pensaban tributar a la Diputación Foral a su regreso de Madrid, tras la negociación de los Fueros. Entre los cientos de banderas carlistas y liberales, había dos banderas diferentes y desconocidas. Una era la republicana de Galarza y otra la que llevaba “un señor solo”. Ambas banderas se fueron acercando por curiosidad o magnetismo y al final acabaron presentándose. El hombre “solo” resultó ser Sabino Arana y su bandera, según le dijo al tafallés, era la nueva bandera nacionalista vasca. Teodoro y Sabino, cantando juntos el Gernikako Arbola y ondeando sus jóvenes banderas, representan el inicio del nuevo paradigma político, vasco y republicano, que más tarde alcanzará su cénit en la Segunda República. Una perla historiográfica más, de las muchas que contiene este curioso libro.
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