La Sala Dorada del Musikverein y el Wiener Volksoper compiten año tras año con los dos espectáculos estrella que tienen lugar en la capital austriaca por estas fechas: El Concierto de Año Nuevo y la representación de El murciélago. Es conocida la proyección internacional del primero, mientras que la puesta en escena de la famosa opereta tiene un carácter más localista. Algunas familias vienesas tienen la costumbre de felicitar la Navidad a íntimos y allegados con el regalo de un par de entradas para asistir a la inmortal opereta de Strauss-hijo, lo que se agradece como detalle de muy buen gusto.

Con las representaciones de El murciélago que se hacen en Viena el último día del año y el primero del siguiente, ocurre como con los vinos: se recuerdan por sus añadas, ya que los montajes varían, aunque permanece ese espíritu de optimismo que posee la tercera obra escénica que compuso Johann Strauss Jr. y que en 2024 celebra su 150 aniversario. El rey del vals mantiene su cetro y los avispados guías turísticos siguen su rastro a través de la ruta que dejó el músico.

Bailando ante Strauss en el Stadtpark. Begoña E. Ocerin

Familia

Es difícil sustraerse a la influencia que ejerció Johann Strauss Sr. en el seno de un hogar como el suyo, donde la música era una más de la familia. Estaba en la plenitud de su arte cuando el 15 de octubre de 1825 vino al mundo el primogénito de la histórica saga. Fue en el domicilio que tenían en la Lerchenfelderstrasse 15, en pleno centro de Viena, tras el edificio del Parlamento. 

Cerca del lugar, señalizado hoy con una placa que recuerda el hecho, se encuentra la iglesia de San Ulrich donde el niño fue bautizado con todos los honores como correspondía a tan ilustre progenitor recibiendo el nombre de Johann Baptista. Junto al templo, en la pequeña plaza de Neubau, se puede ver la columna dedicada a la Trinidad, que el barrio levantó como agradecimiento a la finalización de una epidemia de peste.

Curiosamente Johan-padre nunca quiso que sus hijos fueran músicos tal vez porque recordaba los agobios que había pasado en sus inicios. Esperaba que Johann-hijo, a quien cariñosamente llamaban Shani, fuera en el futuro un rico hombre de negocios, pero no contó con la madre que a sus espaldas le enseñó a tocar el violín.

Los Strauss pasaban el verano en el caserío señalado con el número 13 de la Dreimarksteing, en Salmannsdorf, un pueblecito de las afueras de Viena que antaño vivía de sus viñedos y acabó absorbido por la urbe en la expansión territorial de 1892. Fue allí donde el patriarca compuso su primer vals.

La familia Strauss, huyendo del fragor de la gran capital que ya era Viena, se instaló en un edificio señalado con el número 19 de la Taborstrasse que posiblemente había sido refugio de los cazadores en la época imperial. Se le conocía como Casa de los ciervos y estaba en el Prater, frente al Augarten, donde la noria de Orson Welles luce hoy en todo su esplendor.

Johann Strauss hijo. Begoña E. Ocerin

El debut: un triunfo

Johann-hijo tenía 19 años cuando sus padres se separaron. El joven se hizo cargo de la manutención de su madre y hermanos, para lo cual solicitó un permiso municipal para poder hacer música con una pequeña orquesta de quince instrumentistas en lugares públicos. La concesión tuvo un doble efecto. Por una parte, todo Viena se enteró de la desatención paterna y por otra surgió el morbo de comparar la categoría musical de padre e hijo.

El primer concierto lo dio el 15 de octubre de 1844 en el Casino Dommayer, situado en la periferia de la ciudad. La asistencia de público fue enorme y Shani dio a conocer allí sus primeros valses, Pidiendo un favor y, sobre todo, Epigramas, que hubo de repetirlo nueve veces seguidas. La velada acabó con el Lorelei de su padre, que el público interpretó como todo un homenaje.

Aquel casino, reconvertido en salón de té, sigue situado en la Dommayergasse 1 y diariamente actúa en él una orquesta de señoritas, vestidas de época, interpretando lo mejor y más selecto del repertorio de Johann Strauss-hijo.

A partir de aquel triunfo, Viena se dividió entre los partidarios de Strauss-padre y Strauss-hijo, y no sólo desde el punto de vista musical, sino también en el social a juzgar por la postura que tomó Shani cuando, tras la revolución de 1848, Francisco José, el marido de Sissi, frenó temporalmente cualquier movimiento liberal o nacionalista. 

Strauss-hijo gustaba de incluir La Marsellesa en los repertorios de la banda de la Guardia Nacional que dirigía. Es más, los valses Voces de libertad y Cantos de unidad, que compuso entonces, son auténticos guiños a los revolucionarios. La corte le absolvió cuando creó la Marcha del emperador Francisco José.

Tras el fallecimiento de su padre, Johann quedó como soberano absoluto de la música vienesa. El vals llegó a constituir la evasión principal de la capital austriaca hasta el punto de que el propio zar de Rusia le pidió una demostración en su palacio de San Petersburgo con asistencia de lo más granado de la sociedad rusa y Estados Unidos le fue a la zaga.

Viena es un vals

No se ha visto Viena si no se ha visitado el monumento a Johann Strauss-hijo en el Stadtpark. Foto obligada para marcarse unos pasos de baile con Al bello Danubio azul, mucho más popular que el propio himno nacional austriaco. No es broma. En cierta ocasión, al acabar un concierto de la Filarmónica de Viena en el Teatro Colón de Buenos Aires, se anunció la interpretación del himno austriaco. Todo el público se puso en pie en señal de respeto. Karl Boehm, el director de la orquesta, arrancó con las primeras notas del famoso vals y recibió una de las ovaciones más grandes de su vida. 

Strauss no sabía bailar

Fue uno de los secretos mejor guardados de Johan Strauss-hijo. Todos le conocían por sus actuaciones al frente de la orquesta con un violín en sus manos, pero pocos sabían que sentía auténtico pánico cuando alguna admiradora le pedía baile. Sólo su esposa, Jetty Treffs, una famosa cantante de ópera que sacrificó su carrera para casarse, estaba al corriente del secreto. Algunas damas que intentaron sacarle a la pista de baile sufrieron una gran decepción ante el rechazo que él justificaba amablemente con cualquier excusa, para regocijo interno de su esposa, que siempre vio ese frente bien cubierto.

Pero no sólo se escucha Al bello Danubio azul en el céntrico parque vienés, ni ante el número 54 de la Praterstrasse donde Johann lo compuso. La ruta es una gozada cuando se está ante la Sofiensaal o mientras se degusta una Apfelstrudel, la exquisita tarta de manzana del restaurante Zum goldenen Strauss. Pero donde más se le siente a Shani es en el Volksgarden de la céntrica Burgring 1, que en época del músico se llamaba Café Corti. Allí era donde se reunía su público más fiel.

Interior del Café Dommayer con musica de Johann en directo. Begoña E. Ocerin

Un murciélago para la Nochevieja

Este eterno vals tardó en calar entre los incondicionales de Strauss-hijo. Otro tanto le ocurrió a la opereta en tres actos El murciélago, compuesta en 42 noches en su casa de la Maxingstrasse 18, frente a los jardines del Palacio Imperial.

El tiempo invertido indica el entusiasmo que puso en ponerle música a un texto original de los libretistas de Offenbach cuyos derechos habían comprado Marie Geistinger y Maximilian Steiner, directores del mítico Teatro an der Wien, con intención de adaptarlo al gusto vienés. Steiner, abuelo del compositor de la música de Lo que el viento se llevó, le preguntó a Strauss si era capaz de aceptar el reto. La respuesta fue inmediata. 

Así nació El murciélago, la opereta de la Nochevieja vienesa por excelencia. Y con ella unos personajes extraordinarios: El rentista Von Eisenstein, su esposa Rosalinde, el director de la cárcel, el príncipe Orlowsky, su profesor de canto… Elementos que conforman un vodevil con números musicales tremendamente pegadizos cuya acción se sitúa a 32 de diciembre (1 de enero). 

Pero no siempre se acierta con los gustos del público. Cuando se estrenó la obra, el 5 de abril de 1874, los aplausos fueron tan débiles que la hicieron saltar de la programación. ¿Qué había fallado si la opereta tenía buena música, situaciones verdaderamente cómicas, apoteosis escénicas, vestuarios lujosos, un brindis por todo lo alto, números cantables muy pegadizos…? Tal vez no era el momento más oportuno para el estreno, ya que aquella producción tan lujosa no correspondía con la situación que se vivía en las calles de Viena. 

La salvación de El murciélago llegó de Berlín, donde alcanzó un triunfo memorable como más tarde ocurrió en París. Fue considerada como “la obra maestra de Strauss Jr.”, pero el mejor halago que recibió Shani fue cuando la compararon con Las bodas de Fígaro, de Mozart. Ya podía morir tranquilo. En su tumba del Cementerio Central de Viena nunca faltan flores.