Hubo un tiempo en el que en todas las monarquías centroeuropeas tuvieron como nexo de unión una curiosa costumbre hecha tradición, una costumbre que emanaba de la magia envolvente del tiempo litúrgico de la Navidad; llegado el día de víspera de la Epifanía, y para no ser menos que los bíblicos reyes magos de Oriente, los monarcas tenían el detalle humanitario de convocar en sus egregios palacios a los niños más desfavorecidos y necesitados del reino, a sus súbditos más pobres.

Ese día, 5 de enero, en una de las salas del palacio real correspondiente, en torno a una gran mesa y en presencia del monarca, se reunían aquellos niños vestidos a base de harapos conscientes de que ese día estaban de suerte, el rey les obsequiaba con una generosa y suculenta merienda con la que saciar su apetito. Sobra decir que aquellos niños seleccionados para la ocasión daban con todo, eran de estómago no agradecido sino necesitado.

Al final de la merienda se sacaba un gran pastel con forma de rosco. En su interior el repostero de la Corte se había preocupado de introducir un haba escondida, o faba si utilizamos el viejo romance. Así pues el pastel se partía en tantos trozos como niños había en torno a aquella mesa, repartiendo un fragmento a cada uno de ellos.

La fusión de habas y rosco nos viene desde el medievo.

¿Qué sucedía con aquel niño al que le tocaba el haba en el interior de su dulce?; aquel niño era especialmente agraciado. El día siguiente, festividad de la Epifanía, se le vestía de rey, y se le daba trato real durante ese día, inclusive por parte del verdadero monarca. Para él, que pasaba de ser un niño sucio, pobre y harapiento a ser un rey ataviado con capa de armiño, cetro y corona, era una jornada inolvidable. Pero, probablemente, lo mejor de todo, para el niño y para su familia, era que además de esos honores reales, el Rey les obsequiaba con una cantidad importante de dinero y con unas cargas de trigo que venían, casi, a solucionarles su penosa situación de pobreza.

Desde el otro lado del Pirineo

En el año 1234 la monarquía navarra dio un viraje importante. Ese año el viejo reino de Navarra dejaba atrás una larga etapa de monarcas rudos y guerreros, de reyes que defendían su reino a golpe de maza, que vestían pieles y se ponían al frente de aguerridos combatientes. Poniendo fin a ese estilo llegó del otro lado del Pirineo un nuevo rey para esta tierra, Teobaldo I, de la casa de Champaña, hijo de Blanca de Navarra. Este rey, más poeta que guerrero, introdujo en el reino navarro costumbres refinadas, y entre todas ellas brilló con luz propia la tradición del haba, o de la faba; una costumbre que vino para quedarse. De hecho, en el resto de Europa, con el paso de los años esta costumbre se fue perdiendo, igual que se fueron perdiendo algunas de estas monarquías, pero la tradición de la faba dentro de un rosco tuvo su continuidad en el reino de Navarra. Los documentos y legajos que se conservan en los archivos navarros nos aportan información de alguna de estas celebraciones; es el caso de las celebradas en 1381 (Estella), 1413 (Sangüesa), 1423 (Tudela), 1424 (Tafalla), y 1439 (Pamplona); si bien, en la mayoría de las ocasiones vemos a la ciudad de Olite como sede habitual de esta ceremonia, que en alguna ocasión, como es el caso de 1381, llegamos a ver en la documentación con el nombre de "el petit Rey".

Se sabe que en el año 1361 el niño coronado como Rey de la Faba recibía una pensión vitalicia. Un documento fechado en Pamplona el 1 de abril de 1382 alude al hecho de que Carlos II ordena a Guillem Plantarosa, tesorero del Reino, que reciba en cuenta y deduzca de la recepta de Remón de Zariquiegui, recibidor de la merindad de Estella, 18 libras, 16 sueldos y 4 dineros carlines, por vestir a Petrico Sanz, que fue ese año Rey de la Faba, y por la pitanza ofrecida a los frailes de San Francisco de Estella cuando dicho Petrico entró en esta orden. Curiosamente el susodicho Petrico Sanz también había sido agraciado el año anterior, 1381, teniéndose únicamente el dato de que Carlos II ordenó que se le diesen 4 cargas de trigo.

En la fiesta correspondiente al 6 de enero de 1383 el Rey pagó al sastre por las hechuras del traje del chico Rey de la Faba, 40 sueldos; por una camisa, 8 sueldos; por un par de zapatos 4 sueldos y 6 dineros; por unos guantes 2 sueldos y 6 dineros; por una cintura y una bolsa, 10 sueldos; por cinta de hilo de oro para el manto real, 12 sueldos; y por la forradura de toda la ropa. En esos años era costumbre del monarca obsequiar al Rey de la Faba con seis cargas de trigo. Dicen las crónicas que la fiesta fue muy rumbosa; a saber qué se podía esconder en aquellos tiempos detrás de ese adjetivo.

En 1391 la fiesta se celebró en Olite, y se tiene el dato de que el vestido hecho ese año para el Rey de la Faba constaba de cote, sobrecote, manto, barret, calzas, camisa, bragas, ceñidor, bolsa, ganibet, y zapatos.

En 1398 el rey ordena se paguen 20 libras y 18 sueldos a Petit Gaillot, de Olite, por la ropa del chico Rey de la Faba, según que habemos acostumbrado.

En 1410, estando el Rey de Navarra en Francia, la reina doña Leonor celebró la fiesta de los Reyes, diciendo que lo hacía porque sus caros hijos, el Vizconde de Castelbon, su hija primogénita y la princesa Isabel tomasen placer, y como en alegría y deporte nos habemos tenido un chico rey de la faba en nuestra casa, y hecho hacer las despensas de las fiestas a la cual asistieron sus hijos, doncellas, dueñas, caballeros y escuderos de la tierra. En la comida de ese día consumieron un garapito de vino blanco, ocho de vino colorado, veintisiete libras de vaca, amén de carneros, gallinas, perdices, huevos, arroz, hortalizas , gastando en todo ello 20 libras y 15 sueldos.

El año 1422, también en Olite, vemos en la relación de personajes que asistieron al banquete de coronación del Rey de la Faba, entre otros, al abad de Irache, al embajador del Delfín de Francia, al alferiz, a la hija bastarda del Rey, a tres pobres, y al personal habitual de la corte del monarca.

Y es así como, año tras año, vemos que esta fiesta se celebra por la Epifanía; unas veces en Tudela, otras en Estella, Pamplona, y principalmente en Olite, que parece que era la residencia preferida de los reyes de Navarra.

Esta curiosa tradición pervivió en Navarra desde el siglo XIII hasta bien avanzado el siglo XV, que es cuando dejó de estar bien vista. Posteriormente, aunque los reyes dejaron de celebrar esta fiesta de forma definitiva a raíz de la conquista de 1512 y de la usurpación del trono-, el pueblo supo darle continuidad, manteniéndose la costumbre de nombrar un Rey de la Faba; este nombramiento, de carácter mucho más popular, corría a cargo de la mocina de Pamplona, y llegó a denominarse Rey de Navarra de la Mocina. Cada elección anual venía acompañada de gran alboroto en la calle; esto sucedió hasta el año 1765, que es cuando un decreto real, dictado por el Real y Supremo Consejo del Reino prohíbe su celebración argumentando que se venían cometiendo abundantes excesos a cuenta de esta tradición; aquél decreto decía:

Aimar Irisarri, último Rey de la Faba, alzado sobre el pavés en la Catedral de Pamplona.

Teniendo presente el Consejo que con el motivo y el regocijo y festividad de la víspera y día de Pascua de Reyes se ha estilado en esa ciudad y sus barrios extramuros, el disparo de armas de fuego, voladores, busca pies, ruedas, y otros artificios de fuego por las calles, saliendo en cuadrillas de noche por ellas, vitoreando al que eligen por Rey, con voces desentonadas e impropias al Misterio que se celebra en ambos días, que solo sirven de alboroto e inquietud del pueblo. Y deseando el Consejo atajar absolutamente semejantes demostraciones y apariencias de regocijo con las malas resultas en que comúnmente terminan:

Acuerda y manda, con consulta del Excmo. Sr. Conde de Ricla, Virrey y capitán general de este Reino de Navarra, sus fronteras y comarcas, que ningunas personas, de cualquiera estado, calidad y condición que fuesen, desde la publicación de esta providencia salgan de noche por las calles con músicas, armas, fuegos artificiales, ni en cuadrillas, disparando en ellas, ni dentro de las casas, armas ni cohetes con semejante motivo, sin licencia del Consejo, pena de cincuenta ducados. Siendo responsables los padres por los hijos, y los amos por los criados.

Y para que nadie alegase ignorancia se publicó y pregonó esta resolución por las calles y sitios de costumbre al son de clarines y voz de los nuncios o pregoneros.

Costó, pero finalmente se consiguió erradicar la costumbre de celebrar esta fiesta en las calles, lo que ya no se pudo conseguir fue eliminar la costumbre de celebrarla dentro de las casas, en el seno de cada familia; era evidente que estábamos ante una fiesta especialmente arraigada en la sociedad navarra. Y hay que decir que sus rescoldos nunca desaparecieron, de hecho a día de hoy en pocas casas falta el día de Reyes, 6 de enero, un rosco con un haba en su interior; de la misma manera que en algunas localidades de Navarra todavía la noche del 5 al 6 de enero se sigue con la costumbre de "echar el reinau", o de que en otros pueblos se mantengan otro tipo de tradiciones como la del obispo niño, que todo ello vienen a ser derivaciones populares de aquella fiesta añeja del Rey de la Faba que se vio truncada a partir de 1512, fatídico año desde el cual la fiesta pasó de la Corte a las casas y a las calles, de lo solemne a lo popular. Y allí sigue.

Defensa de una tradición

Pues bien, esta costumbre que, procedente de Europa, introdujeron los Teobaldos, es esa otra parte de la historia de Navarra que, junto al ritual de coronación de un rey, configuran, fusionados en un solo acto, la fiesta infantil del Rey de la Faba que en 1920 empezó a escenificarse en Navarra, y que ha superado ya el siglo de edad convertido en una fiesta medieval que, de la mano organizativa del Muthiko Alaiak y de la Asociación Rey de la Faba, recrea anualmente la tradición del haba complementada con la recreación histórica de la coronación de un niño rey o de una niña reina, que en Navarra de todo hubo.

Desde Gipuzkoa, en concreto desde Tolosa, ha sido este año el maestro pastelero Rafa Gorrotxategi, quien también ha alzado su voz para defender esta tradición, por considerarla nuestra e identitaria, y porque desde el punto de vista gastronómico este dulce pide a gritos, más que nunca, un cierre de filas en torno a su elaboración con productos 100% naturales y con un haba en su interior, mejor que cualquier otra figura envuelta en plásticos.

Así pues, es una realidad que la costumbre, el día 6 de enero de comer el rosco con un haba dentro, está consolidada y fuertemente arraigada; sin embargo sí que existe un gran desconocimiento sobre los orígenes de esta fiesta y el fuerte vínculo existente entre esta tradición y el viejo reino de Navarra, un reino cuyo ámbito territorial hay ido cambiando con el paso de los siglos en la medida que fue perdiendo territorios como la actual Gipuzkoa, la Baja Navarra o el Pirineo aragonés por poner tan solo algunos ejemplos.

Es el momento de rescatar la historia de esta tradición, como también es el momento de potenciar la costumbre gastronómica del Rosco de Reyes desde la consciencia de que es algo nuestro, de que forma parte de nuestra esencia e identidad, y de que nosotros somos los primeros en cuidar la calidad y salubridad de este postre por mucho que ahora un Ministro de Consumo, desde su ignorancia, se empeñe en ponerlo en el punto de mira gubernamental.