Soy consciente de que hay viajeros que cuando hacen un recorrido por una ciudad huyen de entrar en las iglesias alegando que todas son iguales. Están en un error, porque los templos han sido los ejes alrededor de los cuales ha transcurrido la vida de la localidad donde se encuentran. En ellos se bautizó y durante mucho tiempo en ellos se enterró. Principio y fin. Alfa y omega. La demostración más palpable la encontramos en la catedral de Burgos, que contiene una colección única de obras maestras: vidrieras, retablos, sillerías€

Todo empezó en la época de esplendor del arte gótico en Europa. Francia llevaba la voz cantante en la construcción de templos en este estilo y fueron muchos los países que quisieron entrar en competencia. En 1163 Jean Chelles empezó con Notre-Dame de París y en 1211 Jean D'Orbais hacía lo propio con la catedral de Reims, ambos con una notable similitud.

En realidad, existió una gran rivalidad entre los príncipes de la Iglesia para lograr en sus propios feudos la catedral más epatante. Para ello invertían auténticas fortunas y se procuraban los arquitectos más sobresalientes del momento. Estos competían artesanalmente, lo que en muchos de los casos obligaba a un incremento de presupuestos. El pueblo llano se veía empujado a contribuir en la obra, y no solo arrimando el hombro, sino también la cartera a cambio de una eternidad poco menos que asegurada.

Aunque todos la conocemos como catedral de Burgos, el templo castellano se llama realmente Santa Iglesia Catedral Basílica Metropolitana de Santa María. Les propongo una ruta por el interior que sirva para despejar dudas -si las hay- sobre su interés. La entrada más espectacular del conjunto monumental es, sin duda, la que se hace por la Puerta de Santa María, dejando a un lado la estatua del Cid Campeador. Impone el encuentro, a mano derecha, de la fachada principal del templo. De no ser por las agujas de las dos torres podría decirse que ese frontis nos es familiar por el parecido que tiene con construcciones francesas de la misma época.

El techo geométrico de la Capilla del Condestable.

Ancheta, presencia vasca

El 20 de julio de 1221 el rey Fernando III de Castilla y León y don Mauricio, obispo de la diócesis y del cabildo, pusieron la primera piedra de la catedral de Burgos, y fue tal el empuje que dieron a su obra que ya en 1230 se celebraron los cultos en ella, faltando aún muchos perfiles por completar y que no se terminaron hasta después de varios siglos.

El soberano, que tenía por entonces veinte años, hacía cuatro que había subido al trono. Si bien se distinguió siempre por su religiosidad, hasta el punto de ser canonizado, fue don Mauricio quien estaba a pie de construcción, vigilando su buena marcha.

Dirigieron la obra Simón y Juan Colonia, reforzándose el trabajo a lo largo del tiempo con la participación de tallistas diversos entre los que figura el vasco Juan de Ancheta, el azpeitiarra emparentado con Íñigo de Loyola que dejó en la Catedral de Pamplona un Cristo Crucificado considerado como la mejor talla del siglo XVI.

Ya en el interior del templo burgalés sorprende la magnitud de cuanto tenemos delante. Diecinueve capillas se reparten en las tres naves con un crucero. Cada visitante tiene su favorita en atención a su monumentalidad, pero los lugareños siempre se han decantado por la que contiene el Santo Cristo de Burgos, cuya paternidad se atribuye a Nicodemus. Su popularidad es tal que, cuando la ciudad castellana tuvo un Consulado del Mar en Flandes, los mercaderes llevaron a Brujas y Amberes no solo lana, sino también la fe en esta talla. En torno a esta imagen milagrera, que según se dice data del siglo XIII, han escrito ilustres de pensamientos tan singulares como Santa Teresa de Jesús, Jean-Paul Sartre y Rafael Alberti.

Posiblemente el elemento más antiguo del templo sea la pila bautismal del siglo XII que se conserva en la capilla de Santa Tecla, un prodigio de decoración hiperbarroca que caracterizó a los Churriguera. Llamo la atención sobre la que tiene por titular a San Juan de Sahagún, cuya imagen es obra de Juan Pascual de Mena, autor asimismo de la magnífica Piedad que se puede ver en la parroquia de San Nicolás, en Bilbao.

La silueta de la Catedral se aprecia desde los puntos más destacados.

Descanso del cid

Uno de los principales atractivos que tiene la catedral a nivel popular es la tumba del Cid Campeador, Rodrigo Díaz de Vivar, y de su esposa, doña Jimena. Sus restos mortales descansan desde hace ahora un siglo bajo ese palio gigante que constituye la linterna del crucero. No piensen en encontrar un túmulo de características extraordinarias, porque yacen bajo una placa de mármol.

Si bien a nuestros pies tenemos la historia inmortalizada de esta pareja, sobre nuestras cabezas, a cincuenta y cuatro metros de altura, se encuentra una bóveda estrellada de gran belleza enmarcada en una linterna de estilo plateresco con influencia árabe. Particularmente me parece curioso que el Cid duerma su sueño eterno bajo un arabesco.

Los restos mortales de Díaz de Vivar sufrieron toda una odisea antes de descansar finalmente en el crucero de la catedral de Burgos, pero nada imaginable con lo ocurrido en la Guerra de la Independencia, cuando las tropas napoleónicas entraron a saco en este templo y se llevaron lo que pudieron, amén de romper numerosas vidrieras que pasaban por tener una extraordinaria belleza.

Me cuesta creer que los soldados que mandaba el general Thiebault hubieran leído el Cantar del Mío Cid o visto cualquier representación de la obra teatral Le Cid, estrenada por Pierre Corneille en 1636, para darse cuenta de la dimensión del personaje y ultrajar su tumba como lo hicieron. Lo cierto es que sus restos fueron repartidos de mala forma entre la soldadesca. El escándalo en la ciudad fue de tal magnitud que el propio general pidió a su tropa que devolviese aquel botín. Unos lo hicieron y otros se llevaron parte de recuerdo.

A día de hoy hay restos del Cid en numerosos puntos del planeta, aunque se dude de su autenticidad porque juntando todos ellos se podrían armar varios esqueletos.

El popular papamoscas

En la nave mayor, a unos 15 metros de altura y próximo a la puerta central, se encuentra el Papamoscas, un autómata mecánico que con el tiempo se ha convertido en uno de los atractivos populares más destacados del templo. Es un muñeco que asoma medio cuerpo con el brazo derecho alzado sujetando el badajo de una campana y una partitura de música. Abriendo y cerrando la boca marca las horas del reloj cuya esfera tiene debajo.

Esta figura me ha parecido siempre una representación de Mefistófeles, el genio del mal que cita Goethe en Fausto. Me atrevo a pensar que tengo razón, dada la influencia alemana que había en el siglo XVIII, cuando se instaló sustituyendo a otra del XVI. Se le pueden sacar mil razones para estar donde está, pero de lo que no se puede dudar es de su fama. No hace falta más que estar al pie del reloj a mediodía para ver su actuación más larga de la jornada... Y la de sus admiradores, que son muchos y no se quieren perder esa actuación mecánica.

El Papamoscas fue uno de los detalles de la catedral que dejó prendado al escritor italiano Edmundo d'Amicis, autor de novelas infantiles tan conocidas como De los Apeninos a los Andes y Corazón. El mismo Galdós lo cita en Fortunata y Jacinta. Víctor Hugo, por su parte, siempre comentó su admiración por el templo burgalés y la atracción que sentía por el muñeco en cuestión. Es más, hay analistas que mantienen que en el comienzo de su novela Notre-Dame de París hay muchos detalles que demuestran la influencia que la catedral castellana tuvo en él tras las visitas que le hizo y que el Papamoscas le sirvió de inspiración para crear su Quasimodo.

El atractivo que ejerce este muñeco es tal que el romancero popular incluye canciones con estrofas tan elocuentes como esa que dice: "A los listos y a los tontos / los engaño por igual / porque no es el papamoscas / el único que hace las fiestas. / También los que están abajo / con la boca abierta". Ciertamente su actuación en las alturas produce una reacción en los espectadores tendente a abrir la boca, algo que no ocurre cuando Martinillo, que está en las inmediaciones, toca los cuartos de hora.

Hierro y madera

Los trabajos de forja que se llevaron a cabo en esta catedral figuran entre los mejores que jamás se han realizado. La reja de la capilla del Condestable es única en su género y pasa por ser la obra maestra de Cristóbal de Andino, curioso personaje que lo mismo hacía este enrejado que trabajaba con afán los objetos de platería, e incluso ejercía como arquitecto. Poco se sabe de él. Muy posiblemente nació en el pueblo de Andino, en la Merindad de Castilla la Vieja próximo a Villarcayo. Es muy posible que así sea, porque su esposa Catalina era originaria de la cercana Frías.

Cristóbal ganó gran reputación no solo por esta labor, sino también por las rejas que hizo para la catedral de Santiago de Compostela, tan llamativas como las labradas a mano que encontramos en la capilla de Santa Ana, donde se puede ver un retablo gótico que es una auténtica filigrana.

El milagro de la madera lo encontramos en el coro, situado en el centro de la nave central, reforzando la grandeza y suntuosidad del conjunto. La sillería donde se sentaban los coralistas es de una belleza increíble. Hay 103 sitiales en madera de nogal con incrustaciones de boj, cada uno de ellos con motivos diferentes. "Esto ya no se podría volver a hacer", decía una señora a mi lado, aún sin salir del asombro que le produjo la visión.

La curiosidad de cuantos se acercan al coro se centra en la autoría de semejante obra de arte. El nombre de Felipe Vigarny y Gil de Siloé tal vez les suene, porque fue el que hizo también el famoso retablo de la Capilla Real de Granada. Su trabajo burgalés protege el sepulcro de cobre donde yace don Mauricio, el impulsor de la catedral.

La obra del templo comenzó en 1221 y no se terminó hasta unos 300 años más tarde. En ese tiempo se incorporaron detalles adicionales como la Puerta de la Coronería, del siglo XIII; las ocho flechas octogonales de los campanarios, del XV; la plateresca Puerta de la Pellejería, del siglo XVI€ Todo ello quedó unido a ese grandioso rectángulo de estilo ojival que constituye el claustro cuyos muros interiores llevan empotrados los sepulcros de hijos e hijas de varios reyes.