El maestro de columnistas Javier Eder escribió una vez la expresión “coger una buena velocidad y una bonita distancia”. Lo necesito, más que nunca. Una buena velocidad, en mi caso, sería una velocidad menor, mucho menor, una en la que no quepan tantas malas sensaciones y noticias en la cabeza, una en la que no me asuste tanto ante la actualidad como me he asustado este año, una en la que todos vayamos viendo más motivos para la tranquilidad que para la incertidumbre de este tiempo tan extraño, cruel y nervioso que nos ha tocado vivir desde el 24 de febrero de 2022. Apenas han pasado 4 meses y 1 semana pero pareciera que han sido años. Y por ahora no se ve una salida, señales de que podamos distanciarnos aunque sea un poco de la ansiedad que nos genera oír, leer o ver cualquier cosa relacionada con esa invasión que ha tensionado el mundo como tal vez ninguna cosa desde hace 80 años. Todos necesitamos también esa bonita distancia, distancia para eliminar aunque sea por unos días las sensaciones que se generan en el día a día, un día a día que entre unas cosas y otras no está siendo nada amable desde nada menos que marzo de 2020. Y eso que estamos aquí, no como muchas y muchos, y que, como decía el gran Iñaki Ochoa de Olza, vivimos “en uno de los lugares más privilegiados del hemisferio privilegiado”, donde nuestros niveles de protección social y vital, siendo mejorables, son de los mejores del planeta. Pero se necesita coger esa distancia, también –o mejor, sobre todo– de uno mismo, de los tics habituales, de los caminos físicos y mentales recorridos. En muchas ocasiones viene bien salir de los lugares conocidos para limpiar un poco el cerebro. En otras, basta con echar el punto muerto de la actividad y cambiar un poco de ritmos. Puedan hacer ustedes una cosa u otra o ambas, espero que sea para mejor. Nos vemos en septiembre, si el destino tiene a bien. Salud.