Estamos como para decrecer. Ya saben, eso de fabricar menos, comprar menos y en general consumir menos, de todo. Aunque haya voces que digan que eso precisamente no nos va a sacar de ningún lugar, tal vez llevarnos a otro peor. Esto también es habitual entre los economistas: te pueden decir una cosa y la contraria sin inmutarse. Pero parece que sí que a nivel social algo de run run hay con esto de que, aprovechando la crisis de la energía, hay que ir tendiendo a extender nuestros hábitos a acumular menos, despilfarrar menos, evitar excesos innecesarios. Bueno, todos sabemos –de primera mano– que en determinados campos de nuestra acción podemos rebajar el pistón mucho. Pero no es sencillo. No lo es porque choca con nuestra manera de ser. Y la manera de ser estándar suele ser acumular. Por si acaso y porque sí: ropa, comida, cacharros, artefactos tecnológicos, zaborra varias… Y hongos. Hongos, truchas, cangrejos, perdices, moras, castañas, nueces, pacharanes. Seguro que ustedes conocen al típico –incluso pueden ser ustedes mismos–: ayer cogimos lo menos quince kilos de moras. Tengo mermelada hasta 2032. Hace poco detuvieron a unos en el coto de Erro-Roncesvalles con 30 kilos de hongos, amén de muchos más con más peso del reglamentario, menos tamaño del estipulado y directamente otros tantos que no habían pagado los 5 euros que cuesta poder tener derecho a irse a casa con nada menos que 8 kilos de hongos, que ya son hongos. Sí, sé que hay personas en mala situación económica que buscan hongos para vender y paliar algo su situación. Nada que objetar éticamente a eso, aunque sí crea que deben pasar por el aro. Pero otros muchos no, otros muchos tienen esa tara que tenemos en esta sociedad de ir arrasando y acaparando y acumulando, sea lo que sea y sin conformarnos. Coño, 30 kilos de hongos. 50 pares de camisas. 7 móviles. Es todo parecido. Una sociedad Diógenes.