“Ya veremos lo que sucede en el futuro”. En el futuro sucede él, Tadej Pogacar. Hace cuatro años en Zumarraga, un tímido Pogacar se presentaba con esas palabras en la Itzulia tras conquistar la Vuelta al Algarve. Josean Fernández Matxin, mánager del UAE, mostraba al muchacho, apenas un querubín sonriente, a este diario. “Es súper polivalente. Puede hacerte bien una crono, subir un puerto sin problemas e incluso esprintar. Además, recupera muy bien los esfuerzos”, desgranaba. De aquella conversación quedaron colgando los presagios del destino del esloveno. “Hay una diferencia muy grande entre lo que puede ser un campeón y un buen corredor. Este es un campeón”, auguró Matxin. No se equivocó.

Desde aquel encuentro junto al autobús del equipo, refugiado Pogacar en cierto anonimato, aunque había sido el mejor del Tour del Porvenir, el esloveno ha crecido de manera exponencial. Tanto que asusta. El domingo, en otra actuación hiperbólica, se impuso en la Amstel Gold Race con la suficiencia de los más grandes. Su superioridad fue tal que hasta en el podio retrató a un irlandés, Ben Healey, y a un inglés, Tom Pidcock, bebiendo la cerveza que patrocina la clásica. Pogacar se la tomó de trago. La imagen sirve para enmarcar la carrera de un ciclista que compite a borbotones, sin sutilezas. Grandilocuente. Siempre hambriento. Sediento de triunfos. Cada carrera es la última. La vida, en un minuto.

Emparenta el esloveno con la estirpe de Bernard Hinault y Eddy Merckx, dos campeones rabiosos, totémicos, dominantes e intimidadores empujados por el bulldozer de la ambición. Pogacar se comunica en ese mismo lenguaje, el de los campeones sin límite, aunque su rostro es el de un muchacho que disfruta con las travesuras. En realidad, nada sacia al esloveno, campeón de dos Tours, poseedor de un exuberante palmarés que ha ido amasando desde un modo valiente, entusiasta y descarado de encarar el ciclismo. Ese es su principal poder. En Pogacar, tanto como el qué y la brillante cuenta de resultados que enarbola pesa el cómo. Ese detalle, que no es menor, le sitúa en un plano superior al resto. Todo en él es exagerado.

11 triunfos en 17 días

Apoyado sobre ese estilo de campeón sin miedo a la derrota, el esloveno colecciona este curso 11 victorias del total de 57 que lleva anotadas desde su aparición en el profesionalismo en 2019. Antes de su enésima exhibición, que le alcanzó para anotarse la Amstel, celebró el Tour de Flandes; se coronó en la París-Niza (se anotó tres etapas); festejó la Vuelta a Andalucía (logró tres etapas) y se paseó en la clásica Jaén Paraíso Interior. Además fue 3º E3 Saxo Classic y 4º Milán-San Remo. Esos logros, que en Pogacar son costumbre y desprenden cierto aspecto rutinario, servirían para subrayar un palmarés enorme en cualquier otro ciclista. Semejantes victorias, logradas en solo 17 días de competición, valen por una carrera deportiva exitosa.

Pogacar no sabe correr sin enseñar el colmillo. Es un depredador. Sus próximas presas están fijadas en la semana de las clásicas de las Ardenas, su tríptico. Almacenada en su bodega de carga la victoria incontestable en la Amstel, que no estaba en su pechera de general, el esloveno quiere fijar su nombre sobre el muro de Huy, cima de la Flecha Valona, otra carrera que se adapta a la prestaciones del esloveno. En realidad, todas las competiciones son afines a su capacidades porque domina en cualquier frente de forma apabullante. Si mañana le espera Huy, el domingo aguarda La Decana, la Lieja-Bastoña-Lieja, el monumento más antiguo del ciclismo, la clásica que cuelga del museo de sus logros desde 2021.

“La victoria en Amstel fue una muy buena manera de comenzar la campaña de las Ardenas y ya podemos decir que ha sido un éxito. Flecha y Lieja son otros dos objetivos importantes y ambas carreras duras. Habrá muchos otros rivales que también quieren ganar, así que tendremos que dar lo mejor de nosotros, pero estamos preparados para el desafío”, dijo Pogacar, que tacha récords y supera retos con aire descuidado. Al esloveno solo le restan dos de las grandes clásicas (el Tour de Flandes, Lieja y Il Lombardia, ésta por partida doble, le pertenecen) para completar el mausoleo de los monumentos. La París-Roubaix y la Milán-San Remo parecen a su alcance. Todo lo abarca Pogacar, omnipresente. Al igual que Dorothy, que seguía las baldosas amarillas en El mago de Oz, Pogacar fija el camino dorado de un campeón sin límites, atemporal. En el futuro sucede Pogacar.