El duelo, y cómo superarlo, es algo a veces complicado. Y precisamente de eso habla la escritora Elvira Navarro en su nueva novela, Las voces de Adriana, en la que cuenta cómo el padre de la protagonista ha sufrido un ictus y para ella, que aún se duele por las muertes de su madre y su abuela, la inesperada enfermedad de su padre significa un paso más, quizás el definitivo, hacia la desaparición de su familia. “Una novela en tres movimientos que indaga en la línea familiar paterna y también materna, desde el presente hacia un pasado lejano, en un emocionante tríptico sobre la muerte y la memoria”, cuentan desde la editorial.

Suele decirse que todo escritor, antes de serlo, es lector. ¿Recuerda el primer libro que llegó a sus manos? 

Me acuerdo perfectamente. Se llamaba Patatita, de Pilar Molina Llorente, y me acuerdo porque me gustó tanto que para mí fue como una experiencia reveladora. Yo antes no tenía experiencia de lectura, porque me costó mucho aprender a leer cuando era chiquita. Cuando cogí ese libro, que me lo habían traído mis padres por Reyes, y -como coges cualquier juguete- me lo empecé a leer, aquello fue una experiencia maravillosa. 

La literatura es de los juguetes que más invitan a dejar volar la imaginación, ¿no? 

Sí. Supongo que depende, porque luego hay muchos niños que no consiguen engancharse a la lectura. Yo creo que engancharse a la lectura tiene un componente de azar, de poder meterte en un libro en primer lugar y de encontrarte con un libro que sí te abra ese universo. A veces ese encuentro no ocurre nunca. 

¿Y qué considera clave a la hora de construir una historia?

Para mí hay dos momentos claves. Uno, se te enciende una chispa por lo que sea -que eso ocurre por muchísimas cosas-, y lo fundamental para mí es que pasa el tiempo, lo vuelves a leer, y eso que has escrito no se cae. Dices varias veces “Aquí hay una historia”, hasta que un día te pones y la escribes. Son dos momentos. 

¿Y qué le atrajo de la primera historia que construyó y publicó? 

La primera historia, que es La ciudad en invierno, fue al leer un libro de Clarice Lispector, sus cuentos completos y luego Cerca del corazón salvaje. Mi escritura no se parece en nada a la suya, pero yo llevaba mucho tiempo escribiendo, porque me gustaba escribir, y luego mucho tiempo empeñada en parecerme a Cortázar, a Borges... Y en ese imitar escrituras, que yo creo que es una fase de aprendizaje pero al mismo tiempo tienes que salir de ahí, empecé. Creo que tenía demasiadas ideas sobre lo que tenía que ser la escritura. Entonces, me cogí los cuentos completos de Clarice Lispector, y recuperé a través de sus escritos la sensación de libertad absoluta. En la escritura tú puedes hacer lo que te dé la gana y da igual el canon, la teoría literaria y todo. Cerca del corazón salvaje me llevó a mi propia infancia, y de repente ahí encontré una historia y la escribí. 

Ahí está la esencia, ¿verdad? En escribir historias que atrapen al lector, pero también al propio autor.  

Sí. Si no te atrapa a ti, no va a atrapar al lector. Atrapar a muchos lectores tiene de nuevo un componente de azar. Tiene que tener muchos elementos que gusten a muchísima gente. Pero que el libro encuentre a sus lectores es porque primero te ha encontrado a ti. 

En estos años ha recibido además varios galardones y nominaciones por sus obras. ¿Qué siente cuando todas esas horas de trabajo, a veces convertidas en años, logran llegar tanto al público como a la crítica? 

Pues obviamente sientes satisfacción. Sientes que ya te la quitas de encima y que puedes pasar a otra cosa (risas). Hombre, siempre es satisfactorio que los libros gusten, por supuesto. 

Ahora vuelve a las librerías y lo hace con Las voces de Adriana. ¿Cómo ha sido este regreso? 

Pues esta historia nace tras la muerte de mi madre, por un lado, que yo me puse a escribir sobre muerte, duelo, etc., sin ninguna intención de hacer un libro. Y luego vi una película de Carlos Saura, Cría cuervos, donde hay una niña y una madre. La madre ha muerto, y sin embargo tiene conversaciones con ella. Y hay un momento de la película, en la que a esta niña (Ana Torrent) la vemos ya de mayor interpretada por la misma actriz que hace de madre (Geraldine Chaplin). Entonces, la hija se ha convertido en la madre. Y esta fusión de madre e hija -como de dos frutos de un mismo árbol familiar- es la que me encendió la bombilla para escribir la tercera parte de la novela, que es la parte de las voces, donde una hija, una madre y una abuela cuentan partes de su vida, donde hay continuos ecos las unas de las otras. Y digamos que ahí me di cuenta de que eso era ya un texto literario. Cuando yo tenía eso no podía publicarlo solo, necesitaba construir el pasillo para llegar a esas voces. 

¿Cómo ha sido para usted escribir sobre algo tan personal? 

Es que en el momento en el que empiezas a escribir sobre algo personal lo despersonalizas. Te separas, adquieres una distancia. Esos personajes ya no son tanto aquellas personas de las que surgen, sino personajes de tu libro.

Aborda temas como el duelo, la vida después del duelo... Son temas que nos atañen a todos, pero de los que no nos gusta hablar, ¿no? 

No nos gusta hablar, primero porque cuando tenemos que hablarlo con alguien que lo sufre no sabemos cómo abordarlo. Porque es verdad que no sabemos si esa persona quiere o no quiere hablar. Y luego, creo que también vivimos en una cultura que tapa mucho la muerte, tapa mucho todas las experiencias negativas. Para superar algo te tienes que parar, y te tienes que doler por ello. Las pérdidas las tenemos que sentir, y hay que darse un tiempo para sentir la pérdida. Entonces, digamos que la novela es ese tiempo de sentir la pérdida. 

En ese sentido, ¿qué sensaciones espera que transmita en los lectores esta novela?

Me gustaría que el lector sintiera el mismo amor que yo siento por los personajes. 

Hablando de los personajes, ¿estos son puramente ficticios o beben de la realidad?

Beben, y al mismo tiempo están transformados. Es como si tuvieran un trozo de algo personal, otro trozo de algo que no tiene nada que ver con lo personal. Es como un mix. 

Y si solo pudiera quedarse con un momento o emoción de Las voces de Adriana, ¿cuál elegiría?

Elegiría el amor hacia la casa de la abuela.