No hace pocos días que terminamos de dar una vuelta de más de tres mil kilómetros por la península y ya estamos pensando en viajar de nuevo. Sólo que esta vez jugamos en casa. Nos queda visitar el ganado que tiene preparado José Antonio Baigorri para este año. Y con él quedo en una fecha crucial dentro del año ganadero. Porque en las casas se trabaja sin descanso cualquier día del año. Los animales no conocen de fiestas ni calendarios. Tienen la mala costumbre de comer todos los días, y con este tipo de ganado, hasta eso es delicado. Pero algunas fechas, como el día de herrar a la nueva camada de machos y hembras, son especiales. Amigos por doquier van a echar una mano para que todo vaya rápido y se trabaja en ambiente festivo entre almuerzo y comida por medio. Veniros ese día, y conforme todo esté rodando nos vamos a ver toda la camada, me dice el ganadero. Y mes y pico más tarde llega el día.

Bajamos a Lodosa, y lo hacemos temprano. Justo acaba de empezar la temporada del espárrago, y antes de nada vamos a llenar el maletero de buen producto fresco recién entregado en la cooperativa. También aprovechamos para visitar un par de conserveras amigas y aprovisionarnos de buenos botes de verduras. Hemos quedado sobre las once de la mañana. Veniros al almuerzo, nos dijo. Y al olor de las chistorras y la panceta fresca a la brasa llegamos a la finca. Adiós dieta.

Herrado

Ya han herrado una veintena de animales, y la cifra pasa de los setenta, nos cuenta el ganadero. Aquello es una fiesta. Amigos y familiares llenan el lugar junto a las corraletas, donde decenas de nuevos bichos van a pasar la prueba del guarismo. Afortunados todos ellos, los elegidos. En el mundo del ganado manso ya serían todos filetes. O picadillo para hamburguesas. Se para media hora para el almuerzo, y detrás, cada uno en su lugar, vuelve el trajín. Años de experiencia, cada uno tiene su lugar en el proceso, y los animales vuelan por el mueco, se hierran con sus números y salen a campo libre. En el caso de las hembras sine die, es decir, para siempre mientras sigan dando sus hijos anualmente. Y en todo ello, nuestro lugar es el de mirones, procurando estorbar poco, aunque terminamos echando una mano en lo que haga falta. Patricia, hija del ganadero, es la que lleva la voz cantante. José Antonio le deja hacer. Y todo rodado, llama a su mayoral Francisco para que nos vayamos a ver lo que toca. Luego hablamos y me dices qué te parece, me dice el ganadero. Y marchamos con el coche de la casa a ver qué tiene de especial como para abrir el abono pamplonés. Y digo esto porque es un milagro que ganaderías de Navarra puedan participar del mismo. Cuando oímos hablar de toros bravos, el personal lo asocia a Andalucía y a grandes extensiones de señores ricos y caprichosos. No saben que hay ganado de lidia en casi todas las regiones, tanto de España como de Portugal. En Navarra son más de cincuenta los hierros de bravo, con las dificultades de no tener esas grandes extensiones que dicen los no conocedores de este mundo. Ya nada digo de los antis. Y que uno de estos ganaderos de aquí tenga la posibilidad de lidiar toros y novillos, no solo en Navarra, no solo en el abono de los Sanfermines, sino en localidades de España y Francia, debe ser un orgullo para todos los trabajadores y amantes de este tipo de ganado en nuestra tierra. Porque hoy es Pincha de Lodosa, pero mañana puede ser alguien de Marcilla, Valtierra, Ablitas, Larraga, Olite….

Marcado de una res.

Vamos derechos a un cercado donde comen dos docenas de utreros. Allí están los reseñados para Pamplona. Dos burracos, muy hermosos, llaman la atención entre el resto de negros. Y sin decir números ni señalar a ninguno, ya se ve que hay un lote por encima. De ocho a doce novillos sobresalen. Y eso significa que hay un lote de mayor peso y cuerpo a la última cita. Están mejor, dice Francisco. Hemos decidido dejar para toros los que no se lidien en San Fermín, así que no nos importa que estén con mucho más volumen. Día soleado y seco, vemos y fotografiamos todo el cercado. Despacio. Sin prisa. Uno a uno se van moviendo a nuestro lado sin necesidad de movimientos bruscos ni bocinazos. Nos sorprende gratamente. Vamos cambiando de cercados y vemos también las corridas de toros que tiene para este año. Cinco o seis festejos tienen preparados. La mayoría a finales de agosto y septiembre. No tardamos mucho en volver a la zona de la plaza y sus corrales donde siguen a buen ritmo con el trabajo principal del día. El agua y la cerveza alivian los calores que dan los quemadores de propano, donde los hierros vibran candentes. Ya falta menos, unos diez y a comer, nos dicen.

Las mesas están preparadas. Cocineras y cocinero han preparado un buen rancho de cordero. Y en la mesa, entre buenas viandas y bebidas, no solo vino, que los jóvenes hoy beben cosas raras, la familia Baigorri obsequia y agradece a sus amigos y familiares el esfuerzo del día. Y nosotros agradecemos a José Antonio habernos incluido entre ellos.

Lodosa

Antes de comer, y en la larga sobremesa tenemos tiempo de hablar y comentar nuestro parecer. Este año es un lote muy bien hecho. Él tiene sus preferidos, porque conoce mejor que nadie lo suyo, sus reatas, las notas de padres y madres, y en ello nos centramos. Persigue el sueño de ir a grandes plazas con sus toros, cosa que es difícil desde una tierra señalada normalmente por producir vacas para festejos populares. Pero el esfuerzo que lleva haciendo cuatro décadas ya le deja cada vez más cerca de conseguirlo. El camino está bien asentado. Tiene en su hija Patricia continuidad asegurada. Y ese orgullo de ganadero soñador que ha creado con buenos mimbres una ganadería a tener en cuenta.

El viaje ha sido increíble un año más. Y no ha podido tener mejor remate que aquí, en Lodosa, en casa de José Antonio Baigorri. Una buena persona, que nunca ha dejado de perseguir su sueño. Como debiéramos hacer todos con los nuestros. Ahora, ya sólo queda esperar que la Feria del Toro sea un éxito, y los Sanfermines fiesta, paz y armonía. Nos vemos por las plazas.