En noviembre de 2010, hace solo doce años, la FIFA adjudicó los mundiales de 2018 y 2022. Rusia y Catar fueron las candidaturas agraciadas. Mientras la elección de la primera pasó desapercibida, se puso el grito en el cielo por la segunda. Una dictadura repulsiva desde cualquier ángulo obtenía la concesión del mayor evento deportivo, con permiso de las citas olímpicas, con el agravante de que ello alteraba el pulso de todas las competiciones futbolísticas domésticas a fin de eludir la insufrible climatología del desierto en verano: la Copa del Mundo se celebraría entre noviembre y diciembre. El desconcierto y la indignación afloraron entonces, pero dio igual. Tanto Rusia como Catar, que en la votación definitiva le ganó por la mano a Estados Unidos, detalle que revela cómo se las gasta el régimen monárquico de la familia Al Thani, sobornaron a los miembros del comité que decidía las sedes. Hubo una investigación posterior, una larga lista de procesados y condenados, pero el resultado de las votaciones se mantuvo.

Rusia, hoy el demonio y ayer pues no tanto, gestionó sin mayores pegas su turno. Catar se dispone a hacer lo propio, ajena a la avalancha de críticas desatada en la última semana. Se han esgrimido alusiones concretas a multitud de aspectos cuestionables o directamente condenables desde una lógica ética, racional, que son el mero reflejo de la realidad del país. Nada que no se supiera previamente, pero que a punto de que el balón empiece a rodar parece haber despertado conciencias. Ya no hay vuelta atrás e irremediablemente en las próximas semanas casi la mitad de la población del planeta se dispone a legitimar, in situ o a través de la televisión, un acontecimiento que nunca debió celebrarse.

Las cifras barajadas para calcular el costo de Catar 2022 causan estupor, pese a que ni por asomo sean precisas. De hecho, no hay forma de computar la inversión preliminar (léase mordidas e intercambios comerciales que incluso salpicaron a gobiernos europeos). Un único dato certifica el desvarío: el gobierno catarí ha gastado 6.600 millones de euros en la construcción de siete estadios y el remodelado de un octavo, recintos cuya utilidad se circunscribe al mes que durará el Mundial. El fútbol local carece de arraigo en una población similar en número a la de Euskal Herria, aunque solo una sexta parte es autóctona y el 85% se concentra en Doha, la capital.

El millón largo de visitantes que acoge estos días disfrutará de las modernistas instalaciones levantadas a razón de un obrero muerto por cada millón invertido (las autoridades solo reconocen 40 fallecimientos), así como de zonas reservadas donde aún no está claro si se permitirán prácticas prohibidas por la sharía (versión rígida vigente de la ley islámica), por ejemplo el consumo de alcohol. Huelga comentar el férreo control policial en un país infestado de cámaras que impedirán toda manifestación que obstaculice el lavado de imagen que con el reclamo del fútbol persiguen los mandatarios.

Toca pues poner la atención en el fútbol. 32 selecciones se someten a un experimento, cual es competir en fechas jamás contempladas. Se valora que las procedentes de Europa, sin obviar que en idéntica tesitura se hallan algunas americanas (Brasil, Argentina o Uruguay, principalmente) y africanas, cuyos integrantes se reparten por las ligas del denominado Viejo Continente, gozarán de una frescura física superior a la habitual en esta clase de torneos. La diferencia entre jugar con cuatro meses escasos de desgaste acumulado en vez de hacerlo a la conclusión de una temporada que abarca ocho o nueve meses, debe notarse para bien.

La organización garantiza unas condiciones ambientales ideales. Será posible gracias a sofisticados sistemas de refrigeración que rebajarán a demanda los 30 grados de media que en estas fechas marcan los termómetros en las horas centrales del día. En la fase de grupos se han fijado partidos desde las 11:00 hasta las 20:00 horas.

Sin favoritos

En el ámbito estrictamente deportivo, el Mundial se presenta muy abierto. La ausencia de favoritos responde básicamente a las incógnitas alimentadas por lo sucedido en ediciones recientes, donde han abundado las sorpresas. El palmarés del presente siglo resulta significativo: cinco campeones distintos (Brasil, Italia, España, Alemania y Francia) y únicamente Alemania ha entrado en cuatro ocasiones en el cuadro de honor. 

Otro factor que dificulta el pronóstico atañe a la edad de las grandes estrellas, aquellos futbolistas dotados para liderar y establecer diferencias. En la mayoría de los casos se encuentran el ocaso de sus carreras: Messi, Cristiano, Modric, Benzema, Neuer, Van Dijk, Luis Suárez, Cavani, Lewandovski, Busquets, Keylor Navas, Tadic o Schmeichel, son el alma de sus selecciones y afrontan su última oportunidad de levantar el trofeo más prestigioso. Por supuesto participan figuras menos desgastadas dispuestas a coger el testigo. Vienen a la cabeza los nombres de Mbappé, Neymar o Harry Kane, pero cuesta nombrar a muchos más con capacidad para ejercer el rol que los citados con anterioridad han desempeñado con naturalidad en la última década.

El relevo generacional asoma tímidamente en un deporte capitalizado por la veteranía. De ahí que en la búsqueda de candidaturas fiables, quizá sea más interesante priorizar el colectivo a la individualidad. Partiendo de este criterio, se antoja obligado ponderar el nivel del grupo dirigido por Didier Deschamps, que combina en las dosis precisas experiencia, clase y músculo. Parámetros que colocarían a Brasil y Alemania a rebufo de los galos y a Portugal e Inglaterra en el siguiente escalón. Selecciones laureadas como Argentina, sobrada de oficio pero muy dependiente del astro, o España, un proyecto que flojea en ambas áreas, no suscitan excesiva ilusión. Las enumeradas representan lo clásico y siempre se ha de reservar un hueco para ese intruso que se afana en burlar las previsiones, genera empatía y aporta pimienta al torneo.

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Los vaticinios deportivos, como las encuestas políticas, lo resisten todo, pero habrá que ver cómo reacciona cada cual a la exigencia de un campeonato que castiga sin miramientos el error. No en vano, todo se cuece en un visto y no visto: tres cruces para superar la primera fase y seguido tres rondas a partido único que dan acceso a la final. Escaso margen para especular. Tampoco lo ha habido para ajustar la puesta a punto, ante la inexistencia de un período de preparación al uso. La broma de acudir a Catar se ha comido la concentración de rigor que suele anteceder a un Mundial y acaso se note.

Pase lo que pase, los participantes regresarán a casa con un buen dinerito. A los aficionados al fútbol se les dispensará la sobredosis correspondiente de adrenalina, aunque por aquí ya sabemos que no todos tendrán ocasión de dar rienda suelta al sentimiento patrio. Y la familia Al Thani, impasible desde el palco, seguirá regodeándose en el poder derivado de la propiedad de unas reservas de gas natural infinitas.