n la memoria de Pedro Mari están ancladas las horas en el corral. Los días de faena con el rebaño, que eran todos los que caben en el calendario, se alargaban hasta "que los animales lo pidieran". Las ovejas lo guiaban a él en las labores, que le sacrificaban los días, "pero con gusto". "Es un trabajo muy sujeto", acepta, al tiempo que camina, con dificultad, pero con pisada firme. De aquellos años de sacrificio queda la fuerza de un hombre de 81 años que todavía sigue activo, con menos ahínco, pero con un par de visitas diarias a sus rebaños. Como mínimo. Pedro Mari Beorlegui es esencia de Iracheta, un pueblo, el suyo, situado en el interior del Valle de Orba (Valdorba), que guarda el alma de las casas de piedra, las calles adoquinadas y el cuidado de sus vecinos . La localidad, que se eleva en la margen derecha del río Zemborrain, es uno de los tres concejos pertenecientes al Ayuntamiento de Leoz, los otros dos son el pueblo de Leoz y Olleta. El resto de pueblos colindantes, hasta un total de 12, están también tutelados por el mismo Ayuntamiento. A lo largo del siglo XX, Iracheta, al igual que la mayor parte de los enclaves que la rodean, sufrió una intensa despoblación, fenómeno habitual en aquel momento y del que ahora se está recuperando. En la actualidad viven un total de 40 personas, de las cuales un importante porcentaje son niños de edades comprendidas entre 1 y 16 años.
En Iracheta conviven diferentes tiempos, tres generaciones que custodian con gusto el empedrado de sus rincones. Esther Osés, de 39 años, llegó al pueblo hace 11 años. En 2007 se mudo definitivamente, de la mano de su pareja, "nacido y criado aquí", con la idea de buscar "la vida que nos gusta, la de pueblo". "Yo he vivido siempre en Burlada, pero mi familia era de Olleta -uno de los concejos que conforman el valle y muy cercano a Iracheta- y bajábamos todos los fines de semana", menciona Esther Osés, al tiempo que evoca los veranos de su infancia y juventud, en la Valdorba, con los vecinos que vivían allí durante todo el año.
Cuando Eduardo Rekalde era pequeño sus mañanas comenzaban en La Leozarra, el autobús que salía desde Leoz, llegaba a Iracheta, recorría los pueblos de la Valdorba y les llevaba hasta la escuela comarcal de Tafalla. "Aquello era muy distinto, solo éramos 16 personas en el pueblo, no había muchos niños en la calle, de hecho, yo era el más pequeño y lo fui hasta que cumplí los 22 años", confiesa Rekalde, quien ahora, con 45 años, reconoce que a pesar de eso nunca hubo lugar para el aburrimiento. "En un pueblo siempre encuentras divertimento en la calle, sales con libertad, juegas, siempre hay algo con lo que entretenerte eso no ha cambiado", agrega Rekalde.
En la década de los años 60, el valle sufrió una fuerte despoblación a causa de la industralización de Pamplona y su cuenca.
Sin embargo, ahora el pueblo sufre el fenómeno contrario, pues la población ha crecido en las últimas décadas y, además, tienen puesta la esperanza en los más pequeños. Los jóvenes en Iracheta no son pocos, la despoblación del siglo pasado y la falta de niños ya no es tan acusada como entonces. El 17,5% de la población tiene una edad que oscila entre 1 y 16 años. Un total de siete niños para un pueblo de 40 personas. En ellos está la ilusión y las ganas de quedarse "siempre aquí".
"Si ahora nos dicen que nos vamos a vivir a Pamplona nos daría muchísima pena, no nos gustaría", señala María Ansorena, vecina de 16 años. Ella prefiere el pueblo a la ciudad porque "vivir aquí tiene sus ventajas". "A mí lo que me gustaría de mayor es tener una casa en el pueblo y seguir conviviendo con la misma gente", asevera Ane Guillén, de 16 años. Enara e Irune Rekalde, de 6 y 9 años, hay tardes que las esperan con especial gusto. Son los días en los que las dos niñas van a casa de su abuela a cocinar roscos junto a ella, "a meter la mano en la masa" y a aprender la costumbre familiar.
El invierno es más complicado, hay menos gente y los pequeños ansían que lleguen los viernes para que "los de Pamplona" vayan a la casa del pueblo. Los vecinos coinciden en que "para vivir a gusto en un pueblo te tiene que gustar, saber qué esperar de él". "Es todo más pausado, se le saca partido a cosas que igual en otros lugares pasan inadvertidas", confiesa Eduardo Rekalde, además, admite que "tenemos mucha más vida social" que en las ciudades. "Hay más encuentro con la gente de aquí de lo que puede haberlo en lugares más grandes", sostiene Rekalde.
"Se hacen las mismas cosas y ganamos mucho más en calidad de lo que cree la gente que vive fuera", revela Esther Osés. En el pueblo, como fue habitual en los municipios colindantes, durante el siglo pasado se mantenían los trabajos tradicionales: la agricultura, basada en el cultivo de trigo, cebada, avena, vid y lino, y la ganadería bovina y ovina.
Con el paso del tiempo esto también cambió y en la actualidad tan solo queda una familia, la de Pedro Mari, como únicos pastores en Iracheta. Para él, el cambio tiene cierto gusto a pena y nostalgia. De los años en los que se levantaba antes del amanecer y salía con sus cinco rebaños "para comer las primeras margaritas".
En su cabeza están los "hielos del 56", cuando no había quitanieves y subía al campo en burra o andando. "Ahora ha cambiado todo mucho, antes si había una nevada gorda se llevaba los postes, se caían al suelo y nos quedábamos sin luz unos cuantos días", revive. Aún así, aunque ahora "todo es más fácil", Pedro Mari lamenta que los jóvenes no quieren seguir con la tradición del cuidado ovino.
"La zona de la Valdorba es una gran desconocida, creo que no se le da tanto bombo como otros sitios de Navarra", sostiene Esther Osés, opinión que comparten el resto de vecinos. "Aquí tenemos muchos lugares para visitar, aunque es verdad que precisamente Iracheta es uno de los concejos", admite Amaia Ruiz, la actual alcaldesa, quien llegó a Iracheta hace 11 años y, atraída por el lugar, ahora vive y trabaja por el pueblo. "Es un pueblo en el que se cuida todo, la gente es acogedora y se guarda cada detalle, las casas están muy bien atendidas", apunta la alcaldesa.
El Valle de Orba es un escenario medieval, en el que Iracheta es tan solo una muestra de la reminiscencia del arte románico. En la plaza del pueblo se levantó, y allí sigue, la iglesia de San Esteban, de románico pleno, con una nave única y la cabecera recta, y sobre la que ya se han realizado numerosas reformas.