Mientras el mundo sea mundo, por lo menos en Navarra, la primera corrida de toros será por San Raimundo. Así se cumplió la tradición y el parecido dicho al del santoral, con un festejo mixto del que salió triunfador el torero soriano Rubén Sanz, coletudo talludo en calendas, corto de bagaje y de corte artista; moviéndose en escena bien vestido, con lustrosa cabellera plateada e intentando siempre mostrar su personalidad, girando la figura con cadencia y blandiendo las telas con donosura. Las faenas no fueron redondas y la mayoría de embroques no encontraron tan hondas pretensiones. El primer toro de su lote, tercero de la función, dejó casi toda su vida empleándose ante el piquero y no pudo derrochar ni el mínimo recorrido que suplicaba el de Soria. Esbozos de trazos bellos. Como mató con brevedad de espadazo corto y en las gradas habitaba bastante paisanaje, hubo pañuelos y una oreja. Ante el toro que cerraba plaza, Gitanillo, sí pudo engarzar varias series cortas con mucho sabor por ambos pitones, de leve compás y hombros descolgados, de mirada perdida, pero gritando al personal su ansia de crear arte e, incluso, de desgarrarse. El reiterado uso del verduguillo sentenciaba con lógica unos aplausos de despedida, pero sorprendió un trueque del público muy especial: generosos pañuelos de puerta grande a cambio de esos trazos que, por breves instantes, rememoraron la faena cumbre que protagonizó en esta misma y centenaria plaza de la fiterana calle Calatrava el mismísimo Julio Aparicio en 1996.

Sánchez Vara no tuvo ninguna opción ante el chico e inválido segundo de la tarde. Siempre en profesional, como tiene costumbre, el veterano alcarreño, saludó de rodillas, quitó por chicuelinas y puso rehiletes. Buena estocada y silencio. Ni faena musicada ni palmas por la falta de toro. El quinto, un tal Ruidoso, fue el toro más importante por trapío, kilos y fuerza. En el último tercio si se pudo disfrutar de una pelea en condiciones. Vara, con sus buena lidia, recursos y entrega, aunque ya se sabe que no mucha armonía, estuvo bien, mató rápido y ganó la oreja más importante del festejo. Otro apéndice se llevó el rejoneador portugués se su segundo toro, que fue un cuarto en orden de lidia noble y colaborador. Caetano intentó siempre el toreo clásico, yendo de frente, clavando en lo alto y rematando las suertes. Destacó con un caballo tordo con el que se enroscó al toro con tanta finura como ajuste. Rejonazo y pude decirse que cortó otra merecida oreja.