Castro Urdiales, antes Flaviobriga, antes Portus Amanum y antes tierra del pueblo sámanes, ha estado habitada desde siempre. Tierra fértil, acceso al mar y rodeado de un subsuelo de hierro, atrajo y permitió el asentamiento de diferentes poblaciones desde la prehistoria. Tras un periodo oscuro de varios siglos tras la llegada de los godos, en varios documentos del siglo X aparece como Castrum Ordiales. De la corona de Navarra pasó por boda a Castilla, recuperando su importancia estratégica y comercial como primera villa marinera al ser puerto de embarque de mercancías hacia Inglaterra y Francia.

En 1813 fue conquistada y arrasada por las tropas francesas de Napoleón, pero fiel a su historia volvió a resurgir a mediados del XIX gracias a la minería en sus montes.

El puerto de Castro Uridales y la playa de Brazomar, desde el castillo de Santa Ana. Juan Miguel Ochoa de Olza | NTM

Esta industria aprovechó el nacimiento del ferrocarril para mejorar el transporte minero. Numerosos trenes de vía estrecha comenzaron a llevar personas y mercancías por la comarca y Castro se convirtió así en un importante núcleo ferroviario. Pero también la minería acabó entrando en decadencia y las explotaciones fueron cerrando, lo que terminó con estos trenes, cada vez menos rentables.

Pero para entonces ya muchos se habían fijado en la villa marinera por su paisaje, por sus playas, por sus prados y montes, así que la convirtieron en un destino de vacaciones y descanso de primer orden. Y Castro refuerza este atractivo ofreciendo una manera de acercarse a todo ello a través de los recorridos que se abrieron para poder tender las vías y traviesas durante la edad de oro de la minería.

Túneles de costa y de interior

De esta manera, recorrer la ruta circular entre Castro y la vecina Mioño permite un paseo para disfrutar tanto del mar con una senda costera como de los bosques y las trochas rodeadas de vegetación del interior cántabro mientras se rememora una industria desaparecida.

Tras darse un baño en la playa de Brazomar, por el arenal se llega al parque y el mirador de Cotolino, tras cruzar el río Brazomar. A medida que se va subiendo hacia el mirador, la vista sobre Castro, con la playa, el puerto, la iglesia de Santa María de la Asunción y el faro de Santa Ana merece un mirada antes de seguir el camino sobre los acantilados.

El Pocillo de los Frailes, en Castro, una pequeña playa de piedra para agradables baños. Juan Miguel Ochoa de Olza | NTM

Un sube-baja suave y continuo caracteriza esta senda, que lleva a visitar el Pocillo de los Frailes, una recogida y bastante protegida cala de piedra con un acceso un tanto empinado y que ofrece buenas posibilidades de baño protegidos del viento. Más adelante se llega a punta de Mioño, o de la Gorda le dicen algunos, con sus campas verdes.

Pasados los últimos edificios, el camino se convierte en senda pero no gana en dureza, por lo que el recorrido sigue mostrándose agradable. Superada la punta de Saltacaballo, se enfila decididamente hacia Mioño por encima de la zona de cargaderos que se levantaron aquí.

Las vías verdes mineras de Castro

Toda la costa entre Castro y Pobeña cuenta con un pasado minero importante. Hasta aquí se traía el material de las explotaciones de hierro de las montañas del interior. El transporte se hacía por ferrocarril, y las vías quedaron en desuso con el fin de esta industria. Muchas de ellas se van recuperando como vías verdes adaptadas para senderistas y ciclistas.

En Castro Urdiales confluían tres trenes, el de Traslaviña, de mercancías y pasajeros, y otros dos exclusivos de las empresas mineras, el que venía de la minas de Alen y el que se comunicaba con los cargaderos de la punta de Saltacaballo y Dícido. Estas últimas no alcanzaron Castro por la dificultad de unir la mina del monte Dícido con esa localidad, por lo que los cargaderos de Mioño fueron la solución.

Además estas vías enlazaban con otras comarcas. Por ellas se puede llegar a la Vía del Piquillo, que comunica la vizcaína Kobaron con la cántabra Ontón, desde la mina de Hoyo al desaparecido cargadero de Piquillo. De Kobarón sale otra, la de Itsalur, también minera y que llega hasta Pobeña y la playa de La Arena. Allí funcionaba el cargadero de El Castillo.

Para cerrar el círculo de la historia minera que unió, y une, Cantabria y Bizkaia se puede enlazar con la Vía Verde de los Montes del Hierro para regresar hasta Traslaviña por la que es la vía más larga de Bizkaia, 42 km si se incluye el recorrido de Itsalur. Pero desde Pobeña se puede tomar un bidegorri que llega hasta Gallarta, comienzo del tramo de la Vía Galmesana que llega a Traslaviña en un recorrido que no llega a 30 km.

El camino ya descendente permite una vista espectacular sobre el Abra y los cabos vizcaínos que destacan en el horizonte. La playa de Dícido espera al final, un arenal con depósitos de piedras en la desembocadura del río Miaño (o Cabrera).

El cargadero de Dícido mira hacia el Abra y el puerto de Bilbao Juan Miguel Ochoa de Olza | NTM

Dos posibilidades tiene el paseante, darse un segundo baño en esta tranquila aunque un tanto abrupta playa antes de dirigirse hacia la cueva de la Virgen de Mioño o girar a la izquierda para tomar la Vía Verde de Dícido que recorre la parte baja del acantilado y llega hasta el único cargadero que queda en pie. El camino pasa por antiguos túneles ferroviarios, alguno de los cuales esta derruido. El cargadero asombra por lo espectacular de la estructura voladiza metálica y pasma pensar en la habilidad de los marineros mientras cargaban el mineral. Especialmente en días de mar movida.

Algunos de los corredores y pasillos interiores se pueden visitar, pero su estado parece un tanto abandonado.

El regreso es por el mismo camino y desde la playa, por la carretera hasta el centro de Mioño. Otra alternativa más interesante es cruzar el río Mioño hacia la playa por el centro ecuestre, bordear el asador El Cargadero y tras atravesar un estrecho callejón en la trasera, acceder al camino que lleva por el bosque hasta el parque de las Arrieras. Durante este tramo el viajero se internará en el mundo mitológico cántabro, tan rico como desconocido por la mayoría.

Cuando la mitología cántabra sale al paso

Por el parque de las Arrieras de Mioño se llega hasta la playa de Dícido. Lo que empieza siendo un parque pronto se convierte en un bosque que una pista hace fácil cruzar. Quizá se tenga la sensación de ser observado desde la espesura. Unos paneles anuncian qué o quién vigila. Según las leyendas cántabras, seres míticos viven en la naturaleza, escondidos de los humanos. Entre los que pueblan este imaginario destacan el Arqueto, un anciano con una arca que premia el trabajo y el ahorro castigando el derroche. A él se unen el Trenti, un duende burlón que vive en los bosques, y el Trastolillo, el duende del hogar al que se culpa cuando los objetos desaparecen o se rompen sin explicación. También por los montes y bosque anda el Musgoso, un ser solitario que no se relaciona con nadie pero ayuda a los pastores, y las Anjanas, hadas que velan por el bienestar de todos los seres pero con poder para castigar a quien los dañe. A ellos teme el Ojáncano, un brutal cíclope que causa destrozos allá por donde va. Le acompañan las Ojácanas. Pero el ser más peligroso es el basilisco, un ser con cuerpo de serpiente y patas y cresta de gallo que escupe fuego por los ojos y al que su propio reflejo mata. En la costa aparece Lantañón, el amo del mar que vive en las profundidades y sale a la superficie durante las tormentas. 

Una vez en el centro de Mioño hay que dirigirse hasta el campo de fútbol para coger la Vía Verde de Traslaviña y dirigirse hacia el túnel de Valverde. Para llegar basta con seguir las señales que llevan hasta el restaurante del mismo nombre y que se levanta a pocos metros de la boca. Sus 400 metros bien iluminados se recorren con seguridad. Grafitis y pintadas de todo tipo decoran las paredes y tres carriles regulan peatones y ciclistas.

El túnel de Valverde comunica directamente Mioño con Castro Urdiales. Juan Miguel Ochoa de Olza | NTM

La salida se encuentra a poca distancia de barrio castreño del Apeadero de Brazomar, del que apenas queda alguna señal en la urbanización residencial que ahora hay. Por una travesía que queda a la derecha, junto a las primeras viviendas, se llega a una rotonda en la carretera de Irun que atraviesa Castro y un puente sobre el Brazomar, que también recibe el nombre arroyo de Sámano. Si por la derecha se sigue el río se acaba en la playa de Brazomar, cerrando la ruta. Si se cruza el puente, se llega al centro por el paseo de Ocharan Mazas y al puerto de Castro.