Uno ya tiene sus años, un carro, así que me acuerdo perfectamente de ver en directo por televisión la boda del orejas y Lady Di, porque la boda del orejas y Lady Di la echaron en directo por televisión española, concretamente el 29 de julio de 1981, desde las 10.45 de la mañana hasta las 14.00 horas por la primerísima cadena. Desde ese momento, más o menos has estado informado casi al minuto de qué hacían el uno y la otra, así como sus hermanos de él, la hermana, la amante, la muerte, el Candle in the wind qué bonito todo y, en resumen, la familia ésa. Hubo un tiempo en el que Sarah Fergusson era casi más famosa que Jesucristo. Tal es el eco que han tenido en este país –no me digan por qué– los vividores estos, sometidos a un escrutinio mediático sin parangón con ninguna de las otras bandas de vividores que pueblan Europa, por supuesto mucho más incisivo que el que se ejercía aquí con nuestra banda autóctona, que hasta hace 10 años vivió su reinado entre naftalinas y algodones. Pero nada comparable al seguimiento que han tenido esta gente, al que siguen teniendo y al que seguirán teniendo porque a lo que se ve esto al común de los españoles o les interesa o, como le oí ayer a un señor en la panadería, les priva: es que a mí me privan estas cosas de reyes. No sé qué clase de complejo o desconexión neuronal puede haber detrás de todo esto, o si el problema lo tenemos los demás y los mentalmente sanos son aquellos a los que les interesa Meghan Markle, pero el hecho es que aquí de siempre los británicos han tenido un público enorme, al punto de que Madrid ha decretado tres días de luto oficial porque ha palmado la reina de las islas, lo cual, sabiendo que está allá la provocadora oficial, ya ni extraña, aunque hasta el más facha haya mostrado su extrañeza por tal decisión. El mundo es incomprensible hace mucho y quizá para estar sano lo mejor sea aceptarlo.