Huevos, un 32%. Aceite, un 27%. Leche, un 25%. Cereales y derivados, un 21%. Carne de pollo o pavo, un 21%. Carne de ternera, un 20%. Lácteos, patatas, pan, azúcar, un 15%. Fruta, un 12%. Carne de cerdo, un 11%. Pescado fresco y congelado, un 9%. Estas son algunas de las subidas de los principales alimentos de la cesta de la compra en el último año, mientras que los sueldos o subsidios –quien los tenga– no han alcanzado ni de lejos el 2 o 3%, si es que no se han mantenido. Ante esto, la propuesta de la Ministra de Trabajo de poner un tope a productos como pan, leche o huevos se da de bruces con discursos como el de la CEOE, que argumenta que esto está prohibido. No está de más recordar que Unidas Podemos proponía hace mucho topar precios de la energía y que ahora lo hace Europa de la mano de la liberal Von Der Leyen. Vamos, que está prohibido según le convenga o no al gran capital, que cuando va que el mercado libre ya no es tan libre y tan molón como le conviene a él no tiene reparos en apretar las tuercas en donde es necesario para que políticos nacionales y europeos legislen a la carta. Para Garamendi, obviamente, que comerá huevos de granja, pan de obrador de masa madre y leche de vacas holandesas ordeñadas con manos enguantadas en pañuelos de seda mientras suenan sinfonías de Bach, que el populacho entre al supermercado con un stress numérico insoportable no parece decirle gran cosa, pero esto es así: hago compra casi todos los días y ves que muchos miden cada céntimo, porque es que no hay más. Ninguno de estos y estas han pasado jamás un mes de no llegar, o una temporada de sumar y restar, ni una semana de arroz y patatas y poco más, mientras en la televisión te recomiendan los famosos y los políticos que comas sano y variado. Es el sino de la sociedad y los tiempos: te culpabiliza por no alcanzar unos estándares que están a años luz de tus opciones económicas.