Ya terminó ayer lo del mundial, ese mogollón del que ha sido casi imposible abstraerse durante estas últimas semanas. Catar, esa dictadura machista, racista, homófoba, ladrona y corrupta, que hace las delicias de eurodiputados y empresarios, sobrecogedores de todo tipo, intermediarios y toda una corte de gentuza que consigue que tanta gente mire a otro lado cuando se trata de esconder las violaciones a los derechos humanos y los abusos a la población. Mundial de fútbol: los responsables de esa mafia que controla el negocio que se basa en ese deporte, con completa y necesaria colaboración del concierto de naciones futboleras que tal permiten con alegría y desparpajo, tuvieron hasta la desfachatez de ponerse medallas de luchadores por los derechos y en la misma frase prohibir la libertad de expresión. Y tanta gente cordera y mansa a balar con niñatos y balones. Ningún país protestó nada, ningún medio de comunicación puso una página en negro o un lazo con arcoiris o cualquier otro color para reivindicar nada, porque fútbol. Ni con todo el escándalo con los mismos chorizos del parlamento europeo se atrevieron a descolgarse de ese carro del “deporte de masas”.

Pero el abuso catarí va mucho más allá: el dinero ilícito que siguen obteniendo del petróleo les da para mamandurrias en todas las oficinas del poder y así se saben dueños de todo y con capacidad de controlar la narrativa del mundo para que incluso esa monarquía sátrapa de los Al Thani pase por modernizadora. Van construyendo edificios que son una oda a la insostenibilidad ambiental usando mano de obra esclava de Nepal, India o Bangladesh, porque hay un mundo pobre del que pueden extraer mano de obra sin que ningún organismo internacional haya dicho nada. Estas cosas del neofeudalismo del capital nos van a matar antes de lo que piensan todos ustedes.