Escuchaba esta mañana, temprano, en la radio a mi querido Luís García Montero. Hacía un análisis y reflexionaba sobre el espectáculo organizado en torno a la Ley orgánica de garantía integral de la libertad sexual, conocida como la ley del sí es sí. Cabal, sensato y cargado de un sentido de la justicia, impregnado de la racionalidad, prudencia, templanza y fortaleza que propugnaba el mismísimo Platón.

Sus palabras, su mensaje cargado de sensatez, sentido común, huyendo del ruido, me ha aportado una grata sensación muy similar a cuando una toma ese aire fresco en una honda inspiración que inunda los pulmones y relaja los músculos que protegen las entrañas. Decía Luis: “que salgan de la cárcel violadores antes de tiempo es grave, pero es mucho más grave la facilidad con la que triunfa la dinámica del endurecimiento de pena, algo que afecta más allá del debate sobre las agresiones sexuales, a toda nuestra idea de la justicia”. Suscribo cada palabra de este mensaje que explica con claridad lo que está pasando con esta ley sobre la que se opina por acá y allá en el café, en los mensajes preelectorales, en las tertulias..., interpretando la situación cada cual a su manera sin abordar en la mayoría de los casos el problema.

Si la nueva norma origina efectos indeseables que no se previeron o se consideraron un mal menor en relación al gran logro que supone la consideración de delito de violación cualquier relación sexual no consentida, es una cuestión que exige explicaciones y que, efectivamente, requiere un profundo análisis y reflexión para incorporar con urgencia las modificaciones pertinentes, en su caso. En esto se debería estar y no en mensajes incendiarios interesados, exabruptos, insultos personales que nada tienen que ver con la cuestión en sí y que calientan las meninges de la ciudadanía abundando en el ojo por ojo y diente por diente, obviando el sentido de la justicia, de las penas, de la cárcel en un sistema penal común a todo tipo de delitos que, bajo mi punto de vista, ha de contemplar tanto el castigo y la protección social de personas peligrosas, como la recuperación de las personas condenadas con el fin de evitar que vuelvan a delinquir y posibilitar su reinserción social.

Independientemente de que, sin duda, es preciso resolver este problema y su controversia, una vez más, somos las mujeres un objeto que se usa, desviando la atención de lo fundamental. ¿Qué hacer para terminar con la violencia machista sexual, con los abusos sexuales?, ¿qué hacer para terminar con el maltrato del cuerpo y las mentes de las mujeres por machirulos indeseables, que nos usan como objetos sexuales, de su propiedad, que ansían dominar? Lo quiero, lo cojo y lo uso como me plazca. Esto es un horror.

Es insultante para las mujeres, y para los hombres también, que personajes con responsabilidad política y/o pública, ante estos hechos que se repiten, reaccionen con actuaciones y mensajes que no aportan nada más que ruido, nada positivo más bien todo lo contrario. Cargar con la culpa a jueces acusándoles de una interpretación sesgada de la norma cuando reducen penas amparándose en la ley del sí es sí no es de recibo. Tachar de niñata y ñoña a una ministra tampoco lo es. Expresiones tales como la sociedad está enfadada por la reducción de penas a agresores sexuales de niñas y mujeres es sacar las cosas de quicio.

¿Cómo es posible que se consiga placer y excitación forzando a una niña, a una mujer, o drogándola para anular su voluntad y hacerla sumisa ante cualquier tipo de orden? Niñas, jóvenes y mayores expuestas a este tipo de individuos que nos ven como un objeto para usar. Es intolerable y, desde luego, es para hacérnoslo mirar como sociedad.

La autora es parlamentaria foral