Ya nos han cambiado la hora y así estaremos por lo menos hasta 2026. No me hace especialmente feliz que me regalen una hora en otoño, pero me revienta que me la quiten ahora. Ya tardan para acabar con el trajín. Es como si le cogieran un dobladillo al tiempo para sacarlo en octubre. Hacer y deshacer todo es quehacer, claro, pero el tiempo es una cosa seria, ¿no les parece? Para empeorarlo, tengo asociado el cambio de primavera con el inicio de la temporada de plancha, que me quita más horas, así que lo llevo fatal.

¿Cómo se las apañan con la plancha? Es un tema del que hace mucho que no oigo hablar. ¿Les pasa a ustedes? ¿Con quién lo comentan? Igual es cosa mía. Lo traigo a colación porque tengo en pendientes varias camisas que me están mirando y más vale que me ponga porque si no el número irá creciendo y con él la pereza y la convicción de que la primavera trae almendros en flor, golondrinas y guisantes, cosas estupendas, y también ropa arrugada.

Mientras el tiempo es fresco, qué quieren que les diga, pues viva el punto, y si es de cuello alto, más. No lo plancho y hago campaña sobre la conexión entre su elección y la cantidad y calidad del tiempo libre. No digo que no exagere algo, la persuasión tiene sus exigencias. El caso es que planchar es una actividad que no consigo que me resulte satisfactoria ni combinada con una serie, ni escuchando música, ni viviendo el momento. De hecho, esta última opción es con diferencia la peor. Pero llega el buen tiempo y apetece ropa más ligera que requiere plancha se mire como se mire. Echo de menos un poco de I+D+i en el sector textil. Mejoraría mi vida.