El otro día, mientras me hacía un café para cenar, se me apareció en la cocina el fantasma de Fellini y me dijo que no hay nada más real que los sueños. Y le dije: Querido Federico, a mí me lo vas a contar. Si no fuera por los sueños, ¿qué seríamos? Nada. No seríamos nada. Seríamos lo que éramos antes de escapar del paraíso. Una especie de gorilas, exclamó. No obstante, es obvio que el paraíso no nos basta. Al parecer, no es suficiente para nosotros. Nosotros y nosotras somos las y los que escapan de los paraísos inmutables. Es cierto que, de un modo algo poético, seguimos añorando el paraíso inmutable del que logramos escapar, pero se trata de una falsa nostalgia, creo. Lo volveríamos a hacer en cuanto nos pusieran allí. Saldríamos corriendo. Porque nos dirigen nuestros sueños. Así pues, estoy ahí, en la terraza del Torino, un día más, viendo pasar al mundo con sus maravillosos zapatos, sus gorras en la cabeza, sus móviles de quinta generación, y de repente dice Lucho: ¿Tú le has sacado chispas a la vida? Vaya pregunta. ¿Quién no le sacaría chispas a la vida todo el tiempo, si pudiera? Todos lo haríamos. Pero es imposible. No obstante, Lutxo, viejo gnomo, hay veces en las que sí se las puedes sacar. Esas chispas, digo. Aunque solo sea un rato, claro. Hay que aprovechar las ocasiones. Ahora bien, permitir que los algoritmos del mercado con su sesgo caníbal dicten la economía del mundo es una locura. Como me parece una locura meter pantallas en las aulas. Una cosa les diría yo a los educadores de hoy y de mañana: sacad ya las pantallas de las aulas. Todas: las grandes y las pequeñas. Hacedlo lo antes posible. Hablad con los alumnos antes de que sea demasiado tarde. Utilizad el lenguaje oral. Dialogad con ellos. Cultivad la palabra. Porque creo que ahora, como nunca antes, los estamos lanzando a una realidad brutal de la que no tenemos ni idea.