Ya ha pasado el momento de hablar de ese partido que cada osasunista sufrió y vio perdido de mil maneras antes de que toda una afición gritara y llorara el gol de Pablo Ibáñez. Dejemos al margen este juego y sus tortuosas maneras de dar y quitar, de robar en un instante la alegría y la fe de unos y regalar a los otros la felicidad verdadera. Pero hablemos de ilusión, de esa perfecta manera de sentirse que, en contadas ocasiones, el fútbol ofrece a quienes le rinden tributo. Tampoco estaría mal recordar ahora a quien dijo que este juego es la cosa más importante de las cosas menos importantes o citar a Cruyff: “si marcas un gol más que tu oponente, ganas”. Sin embargo, no parece fácil volver a la senda de la mesura entre tanta ilusión desbordada. Desde aquella medianoche, hasta los niños de teta quieren ir a Sevilla, muchos andan buscando un alojamiento que no les arruine para siempre o les coloque a más de 200 km de la Cartuja, quienes reservaron hace meses no saben ya a qué socio llamar para que les pase su entrada si es que no bajan, la chavalería está más que dispuesta a darse un palizón e ir y volver en autobús –y dormir en él–, los currelas rascan días de vacaciones, algunas familias se echan el mundo por montera, se van todos y punto… Difícil de explicar. Es ilusión.