Nada más perturbador que el silencio. Puede ser defensivo, despectivo, disfraz o instrumento de olvido; pero, entre notas y compases, es parte de la música. En la nueva y exitosa serie El silencio, creada por Aitor Gabilondo y servida por Netflix, hay un gran repertorio de silencios dentro de un thriller psicológico, intenso y de alta calidad que se ha valido de varios rincones de Bilbao y otros escenarios vascos. ¡Somos un país de película! Arrepentido de experiencias panfletarias como Patria (“aún dudo si valió la pena”), Gabilondo se ha tomado en serio este complejo relato al borde de la distopía y con tantos hechos inquietantes.

Es la historia de Sergio Ciscar (¡bonito apellido!) quien siendo menor es condenado por el asesinato de sus padres. Desde entonces vive en un profundo silencio dejando muchas incógnitas sobre las causas y circunstancias del parricidio. Seis años después sale en libertad y es sometido a vigilancia a lo big brother con cámaras ocultas en su casa y seguimiento de todos sus pasos. Se trata de un “programa macabro” a cargo de una psiquiatra obsesionada con su inocencia, junto a un grupo de policías y expertos informáticos que actúan desde las torres Isozaki.

¿Cabe imaginar, más allá de lo literario, un futuro en que sea corriente la monitorización humana? Ya lo tenemos aquí con la liquidación de la intimidad y los excesos de tinglados digitales y leyes a su servicio. No está solo el silencio del “asesino del balcón”, también el de la corrupción policial, judicial y empresarial, la falsa reinserción y la disfuncionalidad familiar. Los silencios sobre la enfermedad mental y la extraña hibristofilia o atracción por los criminales. Acaba como empieza, con salto al vacío y nos quedamos con el rumor del silencio de lo que nunca entenderemos. ¿Por qué saltaron las mellizas de Oviedo?.