Dicen, que aquella ciudad empezó a cambiar el día que se rompió la línea de su horizonte secuestrado por las Torres de Salesianos. Ese día se perdió su memoria geográfica, aquella que usamos cuando necesitamos acordarnos de algo y volvemos al lugar donde ha sucedido. No sé, lo cierto es que hace tiempo la ciudad ha dejado de ser ese lugar que congregaba a personas, oficios, familias, comercios, paseantes, lenguas, miedos, rutinas o expectativas. Y no, esto no va de romantizar el pasado, sino de politizar el presente.

Quizá la alcaldesa Ibarrola sepa de qué va esto, de quién es esta ciudad y para quién es. Aunque por el ímpetu con el que se ha estrenado en plan súper concejala de Obras y Proyectos, algo se intuye. Si no, a qué esa energía neurótica por talar arboles, reordenar plazas, hacer nuevos aparcamientos, mover aceras de sitio o rescatar la idea de un nuevo Paseo de Sarasate. Igual estrenamos nueva legislatura del hormigón. Y eso confirmará que Pamplona, con su permanente festivalización, se está diseñando más como una mercancía con capacidad de crear valor, que como una ciudad pensada para vivir y relacionarse. Una ciudad neoliberal gobernada por el Partido Inmobiliario y el Partido Turístico.

Pero cómo confrontas un discurso en contra de una ciudad más moderna y más rica, que no más igualitaria. Un amigo dice que los mensajes que empiezan por primera persona tienen como efecto desvincular esos sucesos del contexto general, que es donde tienen sentido. Es decir, si tu alejas el foco del contexto y lo acercas a los deseos particulares, tienes resuelta la ecuación del consentimiento.

Esto es lo que hace Ibarrola al desvincular el conflicto de la Plaza de la Cruz del resto de la ciudad: “No tiene sentido que sea toda la ciudad de Pamplona la que participe”. Claro, si no compartes problemas es complicado compartir soluciones. Lo ven qué fácil.