"Cuando yo tenga tu edad ya no estaré. Voy a durar menos”, le dijo Chillida a Oteiza, según algunos testigos, en 1997, el día del famoso abrazo entre ambos escultores tras años de distanciamiento artístico, político y vital. Oteiza tenía entonces 89 años y Chillida 73 y ciertamente la premonición del escultor donostiarra se cumplió, ya que el creador, del que ahora se celebra el centenario de su nacimiento, falleció en Donosti a los 78 años.

Hay muchas versiones sobre por qué ambos accedieron a esa reconciliación y al abrazo público, pero quizás la más humana es la que tiene que ver con envejecer y con el deseo de que cuando llegue la hora poder sentir que te vas con las heridas ya cerradas. Entre Oteiza y Chillida se ha ido escribiendo la historia de la cultura vasca, a través de la vida de estos dos personajes tan lejanos y próximos al mismo tiempo.

Su arte se unió en un momento, fueron fundadores del grupo Gaur y referentes de la escultura vasca de muchas generaciones, para luego marcar distancia, en un tiempo en el que el artista de Orio optó por renunciar al mercado cayendo casi en el olvido, mientras Chillida crecía y ganaba reconocimiento mundial.

Ellos cumplieron, dejando dos fantásticos legados de difícil gestión, como se ha visto. Legados que cuentan con sus museos y que, como los artistas en vida, están lejos uno de otro a pesar de la cercanía física. Lo estamos viendo estos días con la repercusión que ha alcanzado el centenario de Chillida, volviendo a poner al escultor vasco en su lugar en el mundo; poco que ver con otros aniversarios de Oteiza, que han pasado casi desapercibidos. Chillida y Oteiza, siempre tan cerca y tan lejos al mismo tiempo.