A veces, lo que más te molesta, no es que tu trabajo sea aburrido y estresante. A veces, lo que más te molesta, es que tu vida, fuera de las horas de trabajo, también sea aburrida y estresante, claro, Lutxo, viejo amigo, le digo. Y me contesta: Pero nosotros ya estamos jubilados, ¿no? En fin.

El caso es que sí: estamos un día más ahí, donde siempre, Lucho y yo, viendo pasar la vida, así, sin más ni más, y le digo: Que las desigualdades no lleguen a generar inestabilidad, esa es la cuestión principal, creo. No obstante, y dado que esta columna se publicará el Primero de Mayo, levanto al cielo mi café con hielo (perdón por la rima) y brindo por los seres humanos, en general. Por todos ellos.

Porque todos somos obreros. Unos más y otros menos, eso sí. Pero todos lo somos. Ya que hasta no hacer nada es (o puede ser) hoy en día un trabajo aburrido y estresante. No obstante, el trabajo de no hacer nada es el peor, Lutxo, viejo gnomo. Y aquí era a donde yo quería llegar. Porque creemos que decimos lo que queremos decir y no es así. De eso nada. Creemos que sabemos lo que decimos y no. Creemos que controlamos todos los aspectos de lo que a cada instante estamos comunicando cuando lo cierto es que no solo no podemos controlarlos sino que ni siquiera los conocemos.

Y lo curioso es que, además, lo más interesante y significativo es eso: no lo que a duras penas logramos verbalizar más o menos torpemente, sino todo lo otro. Lo que decimos a nuestro pesar. Sin querer. Y sin saber. Dice Cioran, el farmacéutico de guardia, que si se deja de tener miedo, la vida, de repente, se vuelve bella, fascinante y enteramente inútil. Y sí, claro. Esa es la magia. Si se deja de tener miedo, ya nada es trabajo. No obstante, elegimos siempre el miedo y el trabajo. Por algo será. No podremos evitarlo, digo yo.