A mí Sánchez me recuerda a la Italia del Mundial’82. Para quienes no lo recuerden, la Italia del 82 empató casi de chiripa sus tres partidos de la primera fase, pasó a la siguiente ronda de milagro por delante de un Camerún que le tuvo contra las cuerdas el tercer partido y fue pasando rondas con Rossi de estrella hasta que en la final pudo a la poderosa Alemania batiéndole por 3-1, lo que llevó a las famosas imágenes del venerable Sandro Pertini celebrando un Mundial que no ganaban desde 1938.

Sánchez también va sorprendiendo a propios y extraños desde hace ya muchos años y cuando parece que lo tienes ahí medio ido sale el tío de no sé dónde y clava un gol inverosímil que le sigue colocando en la pomada y al final, por mucho que diga la crítica, se lleva la copa, el balón y hasta quien sabe si también parte de los pensamientos de muchos españoles. Porque pasa mucho que igual a Sánchez no se le aguanta en exceso –tampoco en la propia izquierda o en quienes le prefieren a la derecha–, eso pasa seguro, que muchos en este escenario polarizado y dividido eligen esquina más que nada porque la otra les causa un profundo repelús y hasta yuyu.

Y que es muy posible que sus tramas, cuitas, decisiones o sainetes no sean compartidos, al punto de que ver las escenas de la serenata del fin de semana puede llevar a algunos a la vergüenza ajena. E incluso puede pasar que no se soporte al sujeto en cuestión, ni cómo habla, ni siquiera parte de lo que dice, pero que al mismo tiempo se esté de acuerdo en que ha puesto sobre la mesa cuestiones que están ahí, que son gravísimas y que deberían haber sido puestas en primera línea hace muchísimo. ¿Lo ha hecho por interés solo suyo, suyo y general o solo general? Ni idea, pero el resultado puede que sea mejor de lo que teníamos hace 10 días, sobre todo si se avanza hacia una regeneración de política, jueces y medios. ¿Complejo? Mucho.