2 años y 7 meses desde la última vez que vi brillar tus ojos marrones. 2 años y 7 meses desde que escuché tu voz por última vez. De ese “duérmete” y “te voy a querer para siempre, no lo olvides”. Tus recuerdos son como ese abrazo que uno necesita cuando no puede parar de llorar. O como esa taza de chocolate caliente cuando fuera hace mucho frío. O como esa canción que te dice todo aquello que tu corazón necesita escuchar. Tus recuerdos tienen esa fuerza que necesito día a día para seguir construyendo mi vida.

Si alguien me preguntara qué es lo que ha cambiado mi vida, diría que sin duda tu ausencia. Tu muerte y el saber cómo llevarla conmigo todos los días del resto de mi vida. Tu muerte que supuso cargar con una piedra inmensa a mis espaldas, pero que ahora es parte de mí y de mis ganas de seguir viviendo y creciendo.

Te echo mucho de menos, mamá. Te llevo en cada viaje en coche. En cada canción de Dover. En cada olor de tu colonia. En cada hoja del Ginkgo. Te llevo conmigo siempre en todo lo que hago. Sé que sabes que daría lo que fuera por escuchar tu voz de nuevo y volver a sentir tus brazos y ojalá pudiera hacerse realidad. Espero que, estés donde estés, podamos seguir sintiendo que estamos juntas. Que tú sonrías viéndome crecer y que yo lo haga aún más acordándome de todos los momentos vividos. Tú y yo, siempre mamá. Te quiere, tu hija Leyre.