Domingo de lluvia y toca votar. Te armas de valor, te calzas las zapatillas y vas al colegio. Esperas una cola y por fin te toca, coges una papeleta con mordidas en los laterales y la introduces en un sobre. El sobre ya toca el fondo de la urna. Entonces llegas a casa y enciendes la televisión y un tertuliano dice: “las papeletas rotas no sirven”.

Primero piensas quién ha sido el malnacido o malnacida que juega a romper papeletas a sabiendas de que no van a ser válidas, luego piensas en por qué te decidiste ir a votar y perder tu mañana de domingo. Por suerte, todavía queda la tarde.

La vida del rompepapeletas tiene que ser como un domingo lluvioso: lamentable, triste y solo.