La tradicional romería del valle de Arce y de Orotz-Betelu volvió a congregar ayer a decenas de vecinos y descendientes de la zona en una emotiva manifestación de tradición y herencia cultural. Esta romería, considerada una de las más antiguas de Navarra —con referencias que datan al menos del siglo XVI—, ha perdurado a lo largo de los siglos gracias al compromiso inquebrantable de sus fieles, que han sabido conservar y transmitir esta profunda tradición, asegurando así su continuidad generación tras generación.

La jornada dio comienzo a primera hora de la mañana, donde unos pocos valientes desafiaron al cielo encapotado. Los primeros en amanecer fueron los romeros de Oroz-Betelu, que iniciaron su marcha a las seis de la mañana y que fueron sorprendidos por una intensa tromba de agua, acompañada incluso de granizo. Entre los 33 penitentes que salieron y que recorrieron los 19 kilómetros que separan Orotz-Betelu y Orreaga/Roncesvalles, se encontraban los vecinos de Orotz-Betelu Juan Miguel Orradre, de 71 años, Irati Orradre, de 25 años, su padre Adrián Orradre, de 56 años y Pili Olaverri, que llevan acudiendo a esta romería prácticamente toda su vida. “Desde los 12 ó 14 años llevo de penitente, quitando los años de la mili”, decía el mayor de ellos. Adrián también lleva desde los 14 años e Irati, desde los 5 partiendo desde la Venta de Aurizberri/Espinal. “Si podemos, siempre venimos. Es una tradición”, expresaban.

Una hora más tarde salían los habitantes del valle de Arce desde la localidad de Nagore, quienes también sufrieron las inclemencias del tiempo y quienes se encontraron con el resto de habitantes del valle en la Venta de Arrieta. Entre ellos, peregrinó la familia Oroz, descendientes de casa Xuscal de Lakabe. José Mari Oroz hace años que se marchó de Lakabe, pero nunca ha querido renunciar a sus raíces y ha mantenido vivo el legado familiar, contagiando a los suyos el cariño por la romería. De hecho, su hija Gemma es la primera mujer que consiguió portar la cruz del pueblo de Lakabe en la romería, una cruz de mucha riqueza y valor que llegó a estar expuesta en el Museo de Navarra y que ahora está custodiada por el museo de Orreaga/Roncesvalles. “Por empeño de mi tío Salvador, recuperamos la cruz y ahora sólo la sacamos en la procesión. La llevo desde los 15 años y tengo ahora 48”, afirma. Su hermana Virginia, de 45 años, también creó un precedente en cuanto a participación femenina, ya que fue una de las primeras penitentes de la romería. “Tuve que pedir permiso porque entonces no venían chicas”, reconoce.

Comunidad

Ya en la Venta de Aurizberri-Espinal, se fueron uniendo el resto de feligreses. Allí, ataviados con túnicas negras y portando pesadas cruces de madera, los cruceros encaminaron la procesión, seguidos de los concejales Carlos Oroz y José Javier Larrea, de Arce y de Orotz-Betelu respectivamente. Éste último, cargando a sus espaldas años de penitente, era la primera vez que se vestía de concejal. Completaban la comitiva varias personas ataviadas con los trajes regionales, las cruces parroquiales de cada pueblo del valle, los estandartes de Arce y de Orotz-Betelu, así como el resto de vecinos y vecinas de ambos municipios.

Al llegar a la Colegiata de Orreaga/Roncesvalles entonando el ora pro nobis y tras cantar una Salve que se preserva desde hace siglos, el prior Bibiano Esparza les dio la bienvenida desde un altar lleno de velas rojas que simbolizan a cada pueblo. Después, antes de que comenzase la misa, hubo tiempo saludos, abrazos y fotos.

Porque más allá de ser una expresión de fe, la romería del Valle de Arce y Oroz-Betelu a Orreaga/Roncesvalles es una manifestación viva de identidad colectiva y de reencuentro con las propias raíces familiares. Un año más, familias enteras de ambos municipios, creyentes o no, han demostrado el fuerte sentimiento de comunidad que les rodea y lo han hecho renovando su compromiso por mantener viva una de las tradiciones más antiguas y emotivas del Pirineo.