Estos días está de plena actualidad el debate sobre una posible amnistía a políticos catalanes y a los funcionarios y ciudadanos implicados en los sucesos de los últimos años en Cataluña.

Sin entrar en los aspectos jurídicos del asunto, voy a referirme a unos hechos históricos ocurridos en los primeros años del reinado del rey emperador Carlos V: los perdones que otorgó a los navarros agramonteses, entre 1521 y 1524, que culminaron con un gran perdón general en abril de 1524. En la terminología actual se podrían considerar auténticas amnistías.

El padre capuchino Tarsicio de Azcona, premio Príncipe de Viana de la cultura y miembro de la Real Academia de la Historia, recogió aquellos hechos en su libro Los perdones del rey emperador Carlos V a los navarros deservidores (1521-1524), publicado por el Gobierno de Navarra en 2022. En su libro describe seis perdones, cinco de ellos a los navarros agramonteses y uno a los comuneros de Castilla. Este último lo incluye por cuanto sirvió de ejemplo para los perdones posteriores a los navarros.

Para situarlos en su contexto, conviene hacer una referencia previa a las rivalidades entre las dos parcialidades enfrentadas, en aquella época, en el Reino de Navarra: entre los beamonteses –partidarios del Príncipe de Viana– y los agramonteses –partidarios de su padre, el rey consorte Juan II–. Iniciadas en el siglo XIV, estas rivalidades se manifestaron, con su máxima crudeza, durante la guerra civil que se desencadenó en 1451. Además, tuvieron una gran incidencia en la conquista de Navarra por las tropas castellanas, con el apoyo de los beamonteses, en 1512.

A finales de 1521, los gobernadores castellanos (el cardenal Adriano de Utrecht, el condestable y el almirante) redactaron un documento que contenía un perdón general para los navarros agramonteses que participaron en los sucesos ocurridos en la primavera de ese año: la entrada de un ejército franco-navarro que, con el apoyo de una parte de la población, liberaron el Reino; el intento de invasión de Castilla y la posterior retirada y derrota en la batalla de Noain.

El 10 de mayo de 1522 se firmó en Vitoria otro perdón por parte de los mismos protagonistas (salvo el cardenal Adriano) y con parecido contenido al anterior. El mismo año, en octubre, fue otorgado en Valladolid un perdón a los comuneros de Castilla que sirvió de ejemplo para los que se concedieron, poco después, a los agramonteses navarros.

El otoño siguiente, entre el 12 de octubre de 1523 y el 2 de enero de 1524, tuvo lugar la estancia del rey emperador en Pamplona. Su presencia en la capital del Reino debe ser entendida como un acontecimiento con matices sociopolíticos y de trascendencia europea. Carlos V no era sólo el emperador, sino que actuaba como jefe supremo de la cristiandad en los asuntos temporales. De ahí el pasmo que su paso producía en los pueblos del trayecto comprendido entre Logroño y Pamplona. Tras un viaje en el que se hacían entre 20 y 25 kilómetros cada jornada, el 12 de octubre el emperador (entonces con 23 años) y una corte no muy numerosa se instalaron en la capital navarra. De esa estancia de casi tres meses en Pamplona, conocemos algunos detalles, pero desconocemos otros muchos. Sí sabemos que la actividad de la cancillería debió ser frenética, ya que los problemas del emperador abarcaban a Europa y al conjunto de la cristiandad.

Era la segunda vez que Carlos V venía a España y su estancia en Pamplona culminó con una carta de perdón a sus rivales políticos. El documento estuvo dispuesto el día 15 de diciembre de 1523 y fue pregonado en la ciudad el día 23. Entre los exceptuados del perdón se encontraban varios de los Jaso, hermanos y primos de San Francisco Javier.

El cuarto documento de perdón es el que se otorgó en la noche del 19 al 20 de febrero de 1524 y que recoge la capitulación de los navarros derrotados en Fuenterrabía. Fue firmado por el condestable de Castilla, en representación del emperador, y por Valentín de Jaso y Bertol del Bayo, en nombre del mariscal don Pedro de Navarra.

Por último, y pasados dos meses de esa capitulación, el 29 de abril se otorgó “un desbordante perdón” a los agramonteses derrotados. Tarsicio de Azcona lo describe como un documento sobresaliente por la relación de hechos, las bases humanas, morales y jurídicas, la finalidad comunitaria del perdón, el alcance plenísimo del mismo y aún por las formas y expresiones literarias empleadas. Las consecuencias de este perdón general se fueron viendo pasadas varias décadas. Sí podemos afirmar que sirvió para conseguir la pacificación del Reino y, especialmente, para que se fueran diluyendo las rivalidades entre las dos facciones. Aunque en las instituciones navarras se mantuvo la separación de puestos para ambos bandos, finalmente esto también se extinguió en 1628.

Parece evidente que el rey emperador podía haber adoptado dos posturas: la represión con mano dura o el perdón. Y eligió la segunda. Los perdones fueron actos de magnanimidad y de fortaleza, que no de debilidad. Otorgaban a los agramonteses derrotados mercedes extraordinarias e incluso entrañables: volver a casa y a la familia, recuperar la hacienda y la fama, pero también quedar bajo la protección del emperador.

Y aunque, obviamente, en 2023 estamos en otro momento, histórico y político, en el fondo podríamos quedarnos con el espíritu de aquellas decisiones: el perdón y la magnanimidad no sólo constituyen actos de grandeza moral, sino también de inteligencia política.