Hubo un tiempo en el que resultaba extraño verlas. Repartidas en hileras, aisladas y casi perdidas entre vastos campos. Como una especie de artefacto espacial convertido, ahora, en tecnología moderna al alcance de cualquiera, las placas fotovoltaicas han pasado a ser un elemento común en la estampa habitual de la Comunidad foral. Desperdigadas entre sus tejados, instaladas en diferentes dotaciones municipales –cubiertas de ayuntamientos, de piscinas, frontones, bibliotecas...– y, cada vez más, también en comunidades de vecinos. Y es que aunque lo ha tenido siempre, en los tiempos que corren cobra más sentido que nunca eso de abastecerse de energía limpia y sostenible y en la Ikastola Jaso lo tienen claro. Incluso han decidido ir un poco más allá. 

Abogan por una educación diferente “que integre valores como la proximidad, el desarrollo del ingenio, las relaciones inclusivas o la sostenibilidad”, explican desde el centro, conformado por una cooperativa de padres y madres –400 familias–. Decidieron adelantarse a este futuro energético tan poco halagüeño y hace ya tiempo que en sus aulas, además de las matemáticas, se enseña también educación ambiental. “Trabajamos la sostenibilidad, contamos con un comedor saludable y un huerto en el que el alumnado puede plantar y luego consumir lo que recoge. Generar nuestra propia energía era el siguiente paso, y puede ser un ejemplo tanto para la comunidad, dentro de la ikastola, como para el resto de la sociedad. Ver que eso es posible y tener en cuenta los beneficios que aporta”, explica Noemí Salazar, miembro del consejo rector.

Unai Arellano, Eduardo Martínez, Noemí Salazar, Xabi Aguirre y Julio Iturri, miembros de la cooperativa de padres y madres de Jaso Ikastola Unai Beroiz

Han colocado una pantalla a la entrada del centro en la que se puede ver el consumo en tiempo real. En la cubierta, 180 placas solares con una potencia instalada de 100 kw/hora trabajan a pleno rendimiento para producir unos 500 kw al día. “En una jornada no especialmente despejada producen al 60%”, señala Xabi Aguirre, responsable de Administración. La inversión ha rondado los 80.000 euros “pero los precios de la energía son tan elevados que cualquier ahorro ya supone un retorno muy importante. Y viene, por un lado, de una subvención del Gobierno foral que podría rondar el 30% pero, sobre todo, de los ahorros en el consumo. En cuatro o cinco años la instalación podría estar amortizada”, valora. 

Llegar a la autosuficiencia sigue siendo una utopía porque la energía solar requiere de horas de radiación y en enero no son las mismas que en agosto. Con la potencia que tienen instalada va a haber meses en invierno en los que no lleguen a producir todo lo que consumen, “pero en términos globales, en un año, aproximadamente un 60% del consumo de electricidad va a poder venir de esta instalación”. Cuentan todavía con superficie útil en el tejado para instalar más placas, aunque es una alternativa que contemplan a largo plazo. 

Uso compartido

Ahora el reto, tal y como explica el presidente de la cooperativa, Eduardo Martínez, es sacarle el máximo partido a todo lo que producen. “No somos los primeros en poner placas solares porque hay en diferentes colegios. La novedad es que vamos a ir un paso más allá, y es que queremos ofrecer la energía que nosotros generamos a una cooperativa de uso compartido”. 

De momento la electricidad que generan se consume en la ikastola, porque se crea y se disfruta durante el día, pero los fines de semana y los meses de verano en los que no hay actividad se vierte a la red: recala en las compañías eléctricas, que la adquieren a un precio muy bajo y la venden al de mercado, que está por las nubes. En Jaso apuestan por compartirla con las propias familias, “generar nuestra energía, de forma limpia y responsable, y distribuir la que no podemos consumir en el centro entre los hogares”, explican desde la cooperativa Julio Iturri, miembro del consejo rector, y el director de la ikastola, Unai Arellano. 

La energía renovable, aseguran, es limpia y una vez instalada es barata –el mantenimiento es muy pequeño–. “El problema es la discontinuidad en la producción. Nuestro régimen de consumo se adecua bien, a diferencia de un hogar, en el que la mayor parte de la gente está fuera durante el día (mientras las placas están produciendo). Sin embargo queremos hacer más eficiente ese excedente que se genera durante las vacaciones, que es de en torno al 40% de la producción total, y que revierta en la cooperativa”. 

Se trata de una fórmula que “sólo requiere eliminar una serie de trabas burocráticas, y voluntad política”, explica Aguirre. Una era la del entorno: “Antes no podían beneficiarse cooperativistas que vivieran a más de 500 metros del centro en el que se genera la energía. Eso se ha eliminado. Pero todavía no es posible discriminar, por períodos del año, cuándo podrían engancharse a la red las familias, para que se beneficien –por ejemplo– los fines de semana y los meses de verano. Serían medidas de eficiencia muy importantes para evitar que haya pérdidas, y que el usuario final se aproveche de la distribución”, relata. 

Esperan poder implantar este sistema en un año, y son pioneros en este sentido, reconocen, porque “el autoconsumo es algo incipiente pero quizás en otros sectores y en ámbitos más sencillos. Está pensado más para un bloque de viviendas, a nosotros se nos ha ocurrido hacer algo diferente”.

Imagen de las placas en el tejado de la ikastola. Unai Beroiz

Factor pedagógico

Son 400 familias. “Y es una electricidad limpia por dentro y por fuera. Fomenta también el espíritu cooperativo, queremos ir un paso más allá en la sostenibilidad energética y poder decir que, además de en la enseñanza, buscamos cooperar de otras maneras”. Corren tiempos complicados y no quieren depender de las eléctricas, aunque tal y como destaca el director, es importante también el factor pedagógico. 

“Hay una clave y es que los alumnos tengan en su cabeza que cada vez que se despiertan por la mañana, cada acción que hacemos –darle a la luz, lavarnos los dientes–, no es por arte de magia. Detrás de eso hay todo un proceso de producción de energía que puede ser más o menos limpia, y este tipo de iniciativas contribuyen a ver que nuestras costumbres también influyen”, asume. Y es optimista porque asegura que buena parte del alumnado “ya tiene otros hábitos, tienen otra conciencia que antes no existía en las aulas y se trata de incentivar eso, porque lo que viene es gordo y viene para quedarse”.

Son cerca de 700 alumnos y alumnas y asegura que muchos ya no conocen el papel de plata –envuelven su almuerzo en el Boc’n’Roll, una bolsita de tela– y otros tantos acuden en bicicleta. “Cuando decimos que queremos ser una ikastola ecológica no hablamos sólo de infraestructuras, de energía, sino también de cambio de mentalidad. Tenemos un reto medioambiental importantísimo y el compromiso de que acciones como éstas –el huerto ecológico, con producto kilómetro cero o la energía limpia– sean una herramienta para sembrar esa semilla, y que el propio alumnado sea un vehículo de transmisión”.