En 1885, ahora hace 139 años, se aprobó la primera urbanización del entonces paseo de Valencia de Iruñea, bajo el proyecto del arquitecto municipal Florencio Ansoleaga y con un presupuesto de 50.295 pesetas. Además de nivelar el suelo y crear dos calzadas laterales, se procedió a la sustitución de los árboles existentes por otros nuevos, la mayoría olmos o zugarros que, por cierto, cien años después no iban a sobrevivir a la grafiosis y tuvieron que ser talados; corría el año de 1987. Dos estanques en cada extremo, algunos vistosos jarrones sobre basamentos de piedra y bancos para asiento, iban a incluirse en la ornamentación del paseo.

Para completar la misma, el consistorio, del que era alcalde a la sazón Joaquín García Echarri, a petición de Nicasio Landa, afamado e influyente cirujano pamplonés y del ilustre Juan Iturralde y Suit de la Comisión de Monumentos de Navarra, aprobó la compra de seis estatuas de los reyes de Navarra, que se sabía se encontraban en el Palacio Real de Madrid, para colocarlas en el paseo. Se asignaron para su compra 12.000 duros.

Las seis estatuas formaban parte de una serie de 94 que se esculpieron entre 1750 y 1753 bajo la dirección de Doménico Olivieri y Felipe de Castro para la alta balaustrada que corona el Palacio Real de Madrid. Entre los escultores están Salvador Carmona, Manuel Álvarez, Alejandro Carnicero y el maestro Salcillo. Una vez colocadas, dicen que la reina consorte, Isabel de Farnesio, tuvo un sueño-pesadilla en que un terremoto provocaba la caída de todas las estatuas sobre su alcoba.

Era 1760. Aterrada las mandó retirar de inmediato y guardarlas en un almacén. La mayoría se correspondían con reyes de los primitivos reinos peninsulares, Visigodos, de Asturias, Castilla, Aragón y también de los de Pamplona y Navarra. Como estaban pensadas para estar en lo alto del palacio y no se iban a ver demasiado desde abajo, parece ser que los escultores tampoco se esmeraron mucho en las facciones del rostro de los esculpidos y en la mayoría ni siquiera señalaron sus nombres en los basamentos. De esta forma, aquel almacén amontonaba esculturas, la mayoría innominadas y muchas en estado deplorable de conservación.

Reyes deteriorados

En ese contexto, en mayo de 1885, el Consistorio envió al acreditado artista escultor pamplonés José Soler a Madrid con la intención de traer las figuras correspondientes a Iñigo Aritza (770-790), Alfonso I el Batallador (1104-1134), Sancho VI el Sabio (1150-1194), Sancho VII el Fuerte (1194-1234), Teobaldo I (1234-1253) y Juana II de Evreux (1328-1349), reyes de Pamplona y/o Navarra en las fechas que se señalan.

El bueno de José Soler fue a Madrid al almacén del palacio Real en donde estaban las estatuas, algunas bastante deterioradas. Quien atendió la petición en Madrid, el diputado navarro en las Cortes, Wenceslao Martínez y el propio Soler, seguramente sin demasiado conocimiento de nuestra historia, escogieron seis de las esculturas poco menos que a voleo, y encima, ante el estado de deterioro que se encontraban, la casa real no quiso cobrar y las regaló. Como una de las peticiones era la de la reina Juana II de Evreux, se le entregaron las de cinco varones y una de mujer. Y aquí se vino Soler, tan contento con sus seis estatuas, de personajes desconocidos, se decía que ni siquiera tenían aspecto de reyes, porque no portaban corona.

Escogieron las esculturas poco menos que a voleo, y encima, ante el estado de deterioro, la casa real no quiso cobrar y las regaló.

Con el tiempo se pudo saber que dos de ellas correspondían a Fernando VI de España y su esposa Bárbara de Braganza que eran precisamente los reyes de España cuando se levantó el madrileño Palacio Real. Llegaron a Pamplona el 7 de junio, para el 24 se habían preparado los pedestales y para los sanfermines de 1885 quedaron colocadas en el recién urbanizado paseo de Valencia en dos grupos de tres; junto al Palacio de Diputación tres de ellas y al otro extremo del paseo las otras tres. Cada grupo rodeaba sendos estanques redondos.

Como decíamos se encontraban en estado lamentable y el consistorio tuvo que encargar a Juan Soler su arreglo en lo que gastó algo más de ocho mil pesetas, en ponerles algunos petachos de yeso. Fue, de esta forma, el más beneficiado de la fraudulenta, aunque seguramente involuntaria por su parte, operación. La gente en la calle se había hecho eco del deterioro de las figuras y pronto se hizo popular en la ciudad una coplilla que decía: “En el paseo de Valencia, hay cosas que hacen reír, las estatuas de los reyes, que les falta la nariz”.

Vuelta a casa

Pasaron los años y en 1956 se realizó una nueva reforma en la urbanización del ya nominado desde 1903, paseo de Sarasate. Se deshicieron los dos estanques, se desmontaron las estatuas y se volvieron a montar tres frente a las otras tres, en la parte del andén central más próxima al edificio de la entonces Audiencia provincial, hoy Parlamento Foral. Apenas un par de años antes, cuando se reformó la fachada principal del palacio de Diputación y quizás como desagravio a la no-presencia de los reyes navarros que pudieron estar y no estaban, se decidió colocar sendas estatuas de Sancho VII el Fuerte y Sancho Garcés III el Mayor en un lugar visible de la fachada. Colocadas en sendas hornacinas, fueron realizadas en bronce por el escultor roncalés Fructuoso Orduna.

En 1972 los responsables de Patrimonio Nacional de Madrid, confirmando la identidad de las estatuas de los reyes hispanos Fernando VI y Bárbara de Braganza y considerando que debían estar en Madrid y en lugar preeminente del Palacio Real, que se había construido durante su reinado, propusieron al ayuntamiento de Iruñea la permuta por otras dos nominadas en su base como Felipe III de Evreux (1328-1343) y García Ramírez el restaurador (1134-1150) último rey del reino de Pamplona. Y así se hizo, siendo alcalde de la ciudad José Javier Viñes, en diciembre de 1972. Ese año comenzó la restauración de las fachadas del palacio Real, que incluyó la reposición de algunas esculturas, entre otras las recuperadas de Pamplona, de Fernando VI y Bárbara de Braganza que se colocaron, como inicialmente había sido previsto, en un lugar preminente de la fachada meridional.

Escogieron las esculturas poco menos que a voleo, y encima, ante el estado de deterioro, la casa real no quiso cobrar y las regaló.

Las de los reyes navarros García Ramírez y Felipe III siguen, hoy día, en el paseo de Sarasate colocadas una frente a la otra, teniendo a cada lado las estatuas anónimas. No hace muchos años se procedió a su limpieza, sin embargo, muy poco tiempo después, especialmente las innominadas han vuelto a adquirir una patente pátina negruzca que las afea.

¿Y qué pasó en Madrid? Como decíamos, al terminar la construcción del palacio Real, las estatuas sobrantes habían quedado recogidas en un almacén aledaño. Con los años la mayoría de ellas fueron colocándose en diversos puntos del propio Palacio Real, en la aledaña plaza de Oriente o en el llamado paseo de las Estatuas del parque del Retiro. De hecho, en el piso principal, balaustrada este del palacio madrileño, se encuentran colocadas las de los reyes navarros Sancho III el Mayor y la de Sancho VII el Fuerte, en la plaza de Oriente están la de Iñigo Arista y la que se cree que es del rey navarro Sancho Ramírez, aunque mal colocada sobre un basamento que lleva la inscripción de Wamba, uno de los últimos reyes visigodos. En el paseo de las estatuas del parque del Retiro está la de Alfonso I el batallador.

Nueva ubicación

En la actualidad está a punto de comenzarse una nueva urbanización para el paseo de Sarasate. En el proyecto elegido entre los entregados a concurso, está previsto el traslado de las estatuas reales al parque de Takonera, lo que rápidamente ha encendido la polémica. Polémica que, en mi opinión, tiene más que ver con la confrontación política que ha supuesto el reciente cambio en la alcaldía de la ciudad que con las propias esculturas. Aunque si la decisión estuviera en mi mano quizás adoptara su continuidad en Sarasate, debe tenerse presente que a lo largo de los años y también en dicho paseo ha habido cambios de determinados elementos del mobiliario urbano que no solo no han creado polémica, sino que ni siquiera se ha preguntado a la sociedad su opinión.

Además, en las últimas décadas se han derruido edificios emblemáticos del paseo, léase casa Navasal, casa Alzugaray o recientemente casa Maisonnave, sustituyéndolos por otros más modernos pero que no guardan ninguna relación de uniformidad con el resto del paseo. Por no hablar de otras recientes, salvajes e impunes agresiones al patrimonio de la ciudad, hechas sin preguntar, como fue el vaciado arqueológico del patrimonialmente rico subsuelo de la cercana plaza del Castillo.

En cualquier caso, el cambio de ubicación tampoco me parece tan trascendente. Además, tampoco debe considerarse la Takonera como un lugar de destierro, se trata de un más que digno y querido parque de la ciudad. Quizás se debería trabajar en tratar de conocer la identidad de las cuatro figuras innominadas. Cuando se pasa frente a ellas uno se pregunta ¿quién es ese señor? Y ¿qué tiene que ver con la ciudad? Por otra parte, ya puestos, quisiera reivindicar la recuperación y traída desde Madrid de la figura del que fue fundador y primer monarca de Pamplona Iñigo Arista desde su actual ubicación en la plaza de Oriente de Madrid hasta nuestra capital. El paseo de Sarasate sería una muy digna ubicación para él.