¿A cuántos grupos de música conocen que estén formados por tres hermanos? Sí, Café Quijano, pero casi dejen de contar. "No hay más de una decena. Más nos vale llevarnos bien porque si no nos cargamos el grupo, la familia y las comidas de los domingos”, bromean José Antonio, Víctor y Rubén Gómez, miembros del grupo de rockabilly Correcaminos.

Los tres hermanos y Adolfo García, el “hermano adoptivo”, estrenan este sábado 9 de marzo su cuarto disco, Únete a la banda, en Zentral. 

Correcaminos comenzó a gestarse en el cuarto que compartían Víctor y Rubén. Ambos hermanos escuchaban cassettes de rock and roll y rockabilly, reproducían las canciones con sus guitarras e inventaron una curiosa batería compuesta por una papelera metálica, pesetas y dos rotuladores.

“Los domingos estaba de resaca y no podía dormir porque mis hermanos aporreaban papeleras con pesetas”, recuerda José Antonio, Perro Viejo, el mayor de los Gómez. 

La pasión por el rock and roll traspasó las cuatro paredes de la habitación y Rubén y Víctor empezaron a frecuentar templos míticos de este estilo músical en la ciudad.

“Hicimos amistad con rockabillies que ya tenían su grupo, así que decidimos formar el nuestro”, relata Rubén, que en una noche de 1992 montó Correcaminos en la barra del Areta.

“Surgió muy natural hablando con amigos y conocidos . De repente se quería apuntar demasiada gente. ‘Y yo, y yo, y yo, y yo’. Víctor, que estaba en el bar, se unió como cantante”, cuenta. 

Los primeros integrantes de la banda fueron Víctor, Miki Velaz, Miki Santos, Rubén y José Antonio. “Ya había bajista, batería y guitarrista. Estaba todo copado. Así que me compré un saxofón, que no lo había tocado en mi vida. Ensayaba en lo alto de San Cristóbal porque no había quien aguantase un ruido tan insoportable”, bromea Perro Viejo, que desde hace muchos años es bajista.

Debut en 1993

En 1993, Correcaminos debutó en el bar Txoko de Ansoain y los sábados a la noche interpretaban versiones de rockabilly, y algún tema propio, en los lugares más recónditos de la geografía foral: pubs “de conocidos y de conocidos de conocidos”, campings, concentraciones moteras o certámenes de rock and roll.

“Los conciertos eran muy caseros e improvisados. Cuando nos llamaban, cogíamos los bártulos y allí que íbamos a tocar y beber cerveza”, indica José Antonio. 

La música nunca dejó de ser un hobby y en 2007 aparcaron el grupo por motivos laborales y familiares. “Fuimos tan organizados que nos pusimos a tener los hijos a la vez”, afirman los Gómez.

Los tres hermanos daban la banda por terminada, pero en 2015, tras ocho años de parón, regresaron a los escenarios para honrar la memoria de Xabi, un amigo que acababa de fallecer. “Le gustaba mucho nuestro grupo y la familia nos pidió que tocáramos”, explican. 

Correcaminos interpretó ocho temas propios, recuperó sensaciones y les picó, de nuevo, el gusanillo musical: “Es como cuando un lobo huele sangre. Te engancha y no lo puedes dejar”, confiesa José Antonio, que a los pocas semanas conoció a Javier Lerín, que animó al grupo a grabar su primer disco, Al borde del camino.

“Nuestros hijos iban al mismo colegio y un día, esperando a que salieran de clase, le dije que tocaba en una banda de rockabilly. Él era ingeniero de sonido, nos escuchó y nos lanzamos”, señala. En ese momento, Adolfo conoció a la tresena. “Necesitaban un nuevo batería, contactamos en el infojobs de la música y en 15 días grabamos el disco”, indica Adolfo. 

Correcaminos hizo honor a su nombre y en los dos siguientes años sacó otros dos discosTodo a un color y Hacia ti– en los que mezcla rock and roll, country, western, soul, rhythm and blues, bluegrass... “No nos da miedo arriesgar. La buena música es la que sale de dentro, la que te apetece en cada instante”, defienden.

Los tres primeros discos se grabaron en el sótano de José Antonio y Víctor, que vive enfrente, reconoce que acudía a los ensayos en zapatillas de andar por casa. “Metíamos demasiado ruido y nos buscamos una sala donde Adolfo pudiera aporrear la batería a placer”, comenta José Antonio, aunque su sótano sigue siendo el lugar donde “nacen” las canciones. 

Los temas propios permitieron a la banda recorrerse toda la geografía nacional, Portugal y Francia a toda pastilla: una media de 50 conciertos en cada gira. “Íbamos a tope, muy correcaminos. Tocábamos seis conciertos en tres días, a la hora del vermú y por la noche”, afirma Rubén.

Me daba miedo que me fallara la voz porque nunca habíamos tenido tantos conciertos y tan seguidos”, confiesa Víctor. “Se me agarrotaban los músculos y no sabía si iba a poder tocar la batería. Llevábamos una farmacia en la furgoneta”, subraya José Antonio.

El esfuerzo mereció la pena porque se ganaron, a pulso, su hueco en el mundo del rock and roll –hay un club de fans en Málaga– e infinidad de amistades. “Tenemos amigos en cualquier sitio al que vamos. No tiene precio”, admiten.

Cruzar el charco

Después del concierto, Correcaminos pondrá rumbo a Madrid, Logroño, Cádiz y Zaragoza y, como próximo reto, se plantean cruzar el charco. “Las estadísticas de Spotify nos dicen que, por detrás de España, nos escuchan en México, Chile y Argentina. Es tan fácil como encontrar a la persona adecuada y coger un avión”, avanzan. Suerte, Correcaminos