El periodista Álex Grijelmo (Burgos, 1956) se acaba de jubilar, pero de facto no se nota demasiado en su agenda. Esta semana visitó Pamplona para dar una conferencia titulada ‘La información del silencio’. El articulista, profesor y conferenciante conoce bien Pamplona, porque cursó dos años de carrera en la Universidad de Navarra. Simpático y desenfadado, por carácter o por filosofía profesional y generacional, Grijelmo rompe con el viejo estereotipo de tipo adusto y severo que imparte corrección en el lenguaje. Sí va dejando consejos y enseñanzas en sus respuestas, en aras de la mejor consideración de un oficio en parte erosionado. Por ejemplo, anima a los periodistas a “ir más allá de qué es correcto o incorrecto” y discernir entre “el buen y el mal estilo”. Critica “las carencias tremendas en las destrezas de redacción” en el periodismo más joven. Recuerda que “la obligación del periodista” es contrastar más. E indica que un profesional “no puede traslucir animadversión hacia una persona porque la crítica pierde su eficacia”.

El título de su charla puede parecer un juego de palabras, pero no lo es.  

–El silencio forma parte del mensaje. No decimos todo lo que queremos transmitir. Transmitimos solo una parte, y hay otra que pone el receptor. En los mensajes periodísticos eso se usa mucho para mentir con hechos verdaderos. Si digo ‘Ayer fue encontrado el cadáver de Eustaquio Gutiérrez en un polígono de Pamplona. Momentos antes se había visto por allí a Eutinio Martínez, con el que tiene un litigio por unas deudas’. 

Puntos suspensivos...

–Exacto. En ese momento, Eutinio Martínez ya es sospechoso. En el mensaje no se dice eso, pero con esa yuxtaposición de hechos, con ese silencio, lo hemos convertido así, y a lo mejor pasaba por ahí para otra cosa. 

¿Se abusa de este proceder?

–Se usa mucho. Unas veces para bien. Me acuerdo durante el franquismo, de noticias tipo el sindicalista fulano de tal fue ingresado en el hospital procedente de la comisaría donde había sido interrogado. No se decía expresamente ‘ha sido torturado’, pero la yuxtaposición de esos dos hechos conducía a esa conclusión, en una etapa donde no se podían decir las cosas expresamente. Pero también se puede usar para el mal, dando a entender hechos que no han sucedido, contando datos verdaderos. Con hechos ciertos puedes llevar a una conclusión errónea. 

“Los periodistas tenemos que volver a los orígenes, a un periodismo riguroso, serio, contrastado y plural”

¿Qué le ha parecido la publicación en El País de los mensajes de la plana mayor de Casado de hace un año, antes de su defenestración? 

–En estos casos hay que preguntarse si es relevante para la gente. ¿Añade información al público sobre el funcionamiento de la política? Yo creo que sí. Son mensajes privados pero entre responsables públicos. Los ciudadanos tienen derecho a saber cómo son las personas a las que votan. La noticia define muy bien cómo son los políticos en general. Estos en concreto, pero creo que es bastante extrapolable. Hay una hipocresía, una adhesión al que manda intercambiable por la siguiente adhesión, que nos tiene que hacer pensar sobre la ética y la calidad humana de quienes están ahí.

Y sobre cómo los líderes pueden perder pie enseguida.

–Efectivamente. Cómo alguien que se crea que está respaldadísimo, a los 10 días los que le apoyaban se pueden haber ido con otro. Yo creo que esa información es relevante y hace un bien a la sociedad. Desde ese punto de vista me parece un magnífico trabajo de Javier Casqueiro. No es que haya entrado en el Whatsapp por medios ilegales, sino que alguien se lo ha contado.

Alguien con ganas de hacerlo.

–Con ganas de que eso se supiera, porque alguien se ha sentido traicionado.

Usted ha hecho casi de todo en El País, llegando a ser subdirector.

–Me jubilé en agosto, pero sigo vinculado escribiendo y dando clases en su Escuela de Periodismo. 

“Deberíamos refugiarnos en la calidad del idioma que utilizamos, porque eso va unido al prestigio”

Tendrá una idea sólida sobre la evolución del periodismo escrito, y de la pérdida de influencia.

–Pérdida de todo (se ríe). Empezando por el dinero (se pone serio). Porque los sueldos de quienes empiezan ahora no tienen nada que ver con los que tuvimos quienes empezábamos hace 30 o 40 años. Hablando de las fuentes se ha perdido en algo que ahora sucede mucho. Tomarlas para que opinen. No, no, las fuentes dan información. Si dan opinión tienen que poner su nombre. Puedes proteger a una fuente que te informa, siempre que lo verifiques, pero no a una que opina. Si lo hace que dé la cara. Cada vez hay más informaciones en las que fuentes opinan o interpretan. Y de nada vale una opinión si no está avalada por quien la sustenta. Igual que si no va seguida de un argumento. 

Esa pérdida de penetración y de capacidad de articular la sociedad, ¿puede suponer un cierto correctivo a la soberbia de la profesión?

–Tenemos que defender nuestras posiciones volviendo a los orígenes. A un periodismo riguroso, serio, contrastado, con pluralidad de opiniones y de testimonios, porque el fuerte de los medios tradicionales, los impresos de toda la vida, es el rigor. Frente a un mundo en el que este escasea, donde no se puede distinguir muchas veces lo cierto de lo falso, deberíamos refugiarnos en el rigor y en la calidad del idioma que utilizamos, porque eso va unido al prestigio. A veces te preguntas qué lector va a confiar en un periodista si tiene un idioma tan zarrapastroso. Con su lenguaje una persona transmite que está bien formada intelectualmente y es culta. 

La instantaneidad lo complica, aunque no sea un pretexto para todo. 

–En el periódico solía decir que lo mismo se tarda en poner burro con ‘b’ que con ‘v’. Equivocarnos nos equivocamos todos. Lo que no puede ocurrir es que el mismo lo error lo estemos cometiendo continuamente. En la radio, transmitiendo un partido a toda velocidad, claro que hay errores. El problema es decir constantemente que el árbitro señalizó la falta. Eso se te puede escapar una vez, pero si es partido tras partido, ya no es un problema de rapidez, sino de no conocer la diferencia entre señalar y señalizar.

El País se ha destacado históricamente por sus firmas. Llevar el periodismo a cotas literarias y generar el placer de leer ¿es parte del futuro de esta profesión? 

–La lectura es la cantera de la argumentación, de la riqueza léxica, del periodismo y del buen estilo. Lo notas al leer textos en los que te das cuenta enseguida de que la persona firmante no ha leído, por su pobreza léxica. 

Las palabras son la materia prima.

–Claro. Con el lenguaje se puede producir belleza. Un periodista puede hacer que se disfrute de su texto, y el lector se sentirá más atraído por las firmas, que le dan placer cuando lee, así le estén contando un accidente de avión. Que la propia lectura produzca placer, esto cada vez se encuentra menos. Por esa pobreza de léxico, y porque algunos periodistas se ve que no han leído mucho, y lo veo a menudo en las nuevas generaciones. Noto falta de lecturas, quizá porque están más distraídas, picoteando por aquí y por allá, y porque la profusión de medios les hace perder capacidad de concentración para agarrar un libro y leerlo de principio a fin. 

Usted presidió Efe. Las agencias tienen una incidencia muy grande en la información que se consume, y están menos en el foco de la crítica. 

–Las agencias son mayoristas. Usted va a un restaurante, pero si pide pescado no sabe de dónde viene. El proveedor de pescado no está en el foco, el que sí lo está es el que da la cara. Con las agencias pasa igual. Dan mucha información, pero el que la presenta es el medio concreto. 

“Hace falta que la gente pueda defenderse de los medios. Tiene derecho a ello y necesita herramientas”

La Fundéu, que usted impulsó, se ha convertido en una herramienta imprescindible. 

–Cuando llegué a Efe, en 2004, existía el departamento del español urgente, que lo había fundado Anson, con algunos académicos que se reunían una vez al mes o cada dos meses, daban consejos y hacían notas internas, Y un equipo de filólogos y periodistas que enviaba recomendaciones a la redacción y respondía a consultas. Me pareció que allí había materia prima como para que ese departamento no solo pudiera aconsejar a los periodistas de la agencia, sino a todo el mundo. Estábamos a media hora de que nacieran Twitter y Facebook y había un impulso tremendo, porque se podían contestar dudas al instante. La agencia estaba en una difícil situación económica, y ese departamento no producía ingresos. Pensé que con un patrocinador empezaría a producirlos. Queríamos hacer una herramienta simpática, porque en aquel tiempo la academia era algo como muy serio de señores enfadados que reñían. Yo propuse ayudar a la gente, pero siendo simpáticos, diciendo las cosas con cierto humor, y empezó a caer muy bien la Fundéu, y hasta aquí. Ahora ya no tiene el patrocinio del BBVA por distintas circunstancias, yo ya no estaba, no sé muy bien qué pasó, pero ha sido acogida por la Academia.

¿Falta formación a la hora de consumir noticias?

–Hace falta que la gente pueda defenderse de los medios. Los medios tienen que defender a la gente de los políticos y de quienes administran el mundo, pero a la vez, la gente tiene derecho a defenderse de los periodistas. Y necesita herramientas. Y si todos tenemos esos mecanismos de control intelectual de lo que sucede, seremos yo creo que más libres, y estaremos en un país más democrático.

Está recién jubilado. ¿Con tiempo para publicar un nuevo libro?

–Quería empezar uno a finales del año pasado, y hasta abril no podré ponerme a escribirlo. Acabo de dar dos conferencias sobre Nebrija en la Fundación Juan March, he tenido esta semana charlas en Pamplona y Valladolid; en Burgos el próximo jueves, y luego a Cádiz, primero con un seminario sobre el léxico y el deporte y luego con el Congreso de la Lengua. Y entre medias doy clases en la Escuela de El País y escribo artículos. Ahora digo que sí a muchas cosas a las que antes decía que no, porque no podía hacerlo. Y juego mucho al fútbol, y toco el piano en mi casa. Y además voy al teatro y al cine. Estoy feliz.