Los escasos rayos de luz que entran por la única ventana pequeñita que tiene la UCI pediátrica del Hospital Universitario de Navarra (HUN) no son suficientes para saber si es de día o de noche. Por eso Rebeca Andueza le regaló un reloj a su hijo Xabi –paciente oncológico de 10 años– cuando estuvo ingresado en cuidados intensivos, para evitar que se desorientase. Los niños y niñas hospitalizados en la unidad se van a dormir cuando las enfermeras les dicen que es la hora y por las noche los bebés de pocos meses lloran y a los preadolescentes de 13 o 14 años les cuesta conciliar el sueño.

Todos están juntos en la misma sala, situada al lado de la Unidad de Rayos, en el edificio General del antiguo Virgen del Camino, ni siquiera en el edificio Materno-Infantil, donde la lógica dice que debería estar una UCI pediátrica. El espacio, frío y austero, lo llenan 6 camas que tienen como única separación entre ellas unos biombos grises, de manera que si el compañero de al lado estornuda el otro se entera de las veces que se suena la nariz, pero también de si los médicos les dan buenas o malas noticias o si lo tienen que reanimar tras una parada cardiaca. “Si al niño de al lado lo tienen que intubar el tuyo se entera de todo”, denuncia Rebeca.

Xabi pasó tres días en la UCI pediátrica tras una operación por un tumor en la cabeza, que le acabó provocando una meningitis por la que estuvo un mes ingresado en cuidados intensivos. “Dentro de lo que cabe lo llevó bastante bien porque tiene un carácter muy alegre, pero de aquel mes tiene muy mal recuerdo porque las condiciones de la UCI son bastante malas”, relata Rebeca. Cada vez que pitaba una máquina, Xabi se asustaba mucho. Le costaba dormir por los lloros de los bebés y cuando los profesionales tenían que correr para intubar a algún niño, él se ponía muy nervioso. “Ver algo así no es agradable para nadie, pero menos para un niño, porque piensas que puede pasarte a ti”, comenta Rebeca.

Solo un baño y fuera de la UCI

La falta de intimidad es la carencia más flagrante de la UCI pediátrica, pero no es la única. A la falta de boxes y de luz natural se suma la incomodidad de los acompañantes –por lo general padres y madres–, que tienen que salir fuera de la unidad para ir al único baño que comparten entre todas las familias y para hacerlo tienen que ir acompañados de un profesional. María Cía pasó 11 días en la UCI con su hija Noa, de 9 meses, y recuerda que dejó de ir al baño a beber agua para no molestar a las enfermeras, que luego le echaron la bronca porque la falta de hidratación perjudica la lactancia. “Me dijeron que era muy importante que bebiera agua, pero yo lo hice por no molestar, porque cada vez que queríamos ir al baño tenían que acompañarnos a la puerta y sentía que les molestaba en su trabajo”, sostiene María.

Rebeca Andueza y María Cía, con Noa en brazos. Iñaki Porto

Noa estuvo ingresada 11 días en noviembre por una bronquiolitis que se complicó y la idea que su madre tenía de la UCI estaba muy alejada de la realidad. “Hasta que no te toca no te imaginas las condiciones en las que está. Yo alucinaba con que estuviésemos todos en el mismo espacio, ya no solo por la intimidad, que también, sino porque hay niños graves y si entra otro con una bronquiolitis le puede contagiar”, denuncia.

La bebé no llegó a estar ni dos semanas ingresada, pero María se ha implicado a fondo en la lucha por conseguir una nueva UCI pediátrica. “Es salud e infancia, si no cuidamos eso mal vamos como sociedad”, sostiene. Sin embargo, reconoce que la atención recibida en la UCI fue “muy buena”. De hecho, recalca que dentro de ese sala fría y gris quienes ponen un poco de color al día a día son las profesionales: “Nos dimos cuenta de que no estábamos en el mejor sitio, pero sí en las mejores manos”.

Es lo primero que destaca M.A.P., madre de un paciente oncológico que pasó por la UCI en febrero, el “cariño” con el que les trataron y lo mucho que les cuidaron. “La atención es impecable pero las condiciones son tan malas que las enfermeras llegan al punto de pedirte perdón y eso no puede ser”, señala M.A.P., que recuerda que de muchas de las carencias de la UCI se daba cuenta su hijo. “El no sabía cuándo era de noche, se enteraba cuando las enfermeras le decían que tenía que dormir. Es una desorientación brutal. También se ponía muy nervioso cuando se ponían a pitar las máquinas, porque a veces pensaba que eran las suyas”, relata.

“Queremos soluciones”

Pero afortunadamente Xabi, Noa y el hijo de M.A.P. salieron de la UCI pediátrica por el buen hacer de profesionales como las enfermeras Esther Salgado y Esther Herranz, que hablan en representación del resto del personal. Llevan, respectivamente, 10 y 12 años trabajando como enfermeras de la UCI pediátrica, por lo que son unas veteranas en la reivindicación de una nueva unidad. Reconocen que les encanta su trabajo y que precisamente es esa vocación y esa relación especial que tienen con los menores y sus familias las que les llevan a abanderar esta pelea para mejorar la atención de los niños y niñas navarras. No esconden su malestar, “llevamos seis traslados desde 2016 y desde 2007 en ubicaciones provisionales y ningún gobierno ha hecho nada”, denuncian las dos Esther, que no quieren cargar contra nadie: “Nosotras queremos soluciones, no culpables”.

Esther Salgado y Esther Herranz, enfermeras de la UCI pediátrica. Iñaki Porto

Además de cuidar de la salud de los pequeños, el personal de la UCI pediátrica también trata de amenizar en la medida de lo posible la estancia en un espacio hostil. Cuando hay que hacer alguna técnica invasiva, tratan de evitar que el resto de los niños se enteren. Ponen los biombos y a veces les dan cascos con música, pero resulta insuficiente: “Los que son más mayores se enteran de todo”. Aún así, se afanan por tener bien atendidos a pacientes y a familiares “un binomio inseparable” en la atención y conscientes de que una nueva UCI será una realidad a largo plazo reclaman a Salud que amabilice en la medida de lo posible la actualunidad. “Pedimos cosas de mínimos y sin mucho coste, como decoración y pegatinas infantiles. Pero de momento, no tenemos ni eso”.