La condición básica para que una sociedad sea considerada como tal es la red de relaciones que se establece entre las personas que la conforman. Otros factores como una cultura común, las normas que rigen la convivencia o una planificación territorial son las que completan su formación. Sin embargo, hay personas que viven en las ciudades y pueblos y que, al mismo tiempo, están completamente excluidos de la sociedad.

Según los datos obtenidos por algunas asociaciones son 106 personas, aunque pueden llegar a 120, las que están en situación de calle en Pamplona. Sobreviven día a día durmiendo debajo de los puentes mientras escuchan el tráfico de los coches de quien sí forma parte de la sociedad mientras esta misma les esconde y les niega una vida en comunidad.

Abdeldjellil Mabrek tiene 30 años y llegó en 2018 a Pamplona desde Argelia. Antes de viajar a la capital navarra estuvo cuatro meses en Sartaguda. “Vivía a unos dos kilómetros del pueblo, en una cabaña abandonada y comiendo del suelo”, cuenta sin querer recordar en exceso aquella época. Cinco años más tarde ha podido empadronarse y obtener así la renta garantizada que le permite alquilar una habitación. Sin embargo, sigue esperando a que le concedan el permiso de trabajo y colabora como traductor con las asociaciones que le ayudaron a salir de la calle.

Cuando llegó a Pamplona Abdel acudió a una asociación que prometía ayuda y resultó ser “una secta. Nos hacían trabajar 12 horas, nos quitaban el móvil y nos lo daban el fin de semana y me obligaban a ir tres veces a la iglesia a la semana a pesar de que soy musulmán”. Se aprovecharon de él porque no tenía dónde ir y, cuando pudo salir de ahí, decidió trabajar junto a las asociaciones que conoció después. “A partir de ahí me puse a trabajar para que nadie tenga que pasar por lo que pasé yo”, afirma convencido de que un cambio significativo es posible.

"Nos hacían trabajar 12 horas, nos quitaban el móvil y nos lo daban el fin de semana y me obligaban a ir tres veces a la iglesia a la semana a pesar de que soy musulmán"

Abdeldjellil Mabrek

En esta labor conoció a Abd Errahim Khiati, de 31 años y también argelino. Errahim lleva tres meses viviendo en las calles de Pamplona, tras una corta estancia en Barcelona, y ha conseguido el empadronamiento gracias a la solidaridad de una persona individual pero no puede acceder a la renta garantizada porque no lleva empadronado el tiempo suficiente. Está empujado a dormir en la calle al igual que decenas de magrebíes que han emigrado para mejorar su calidad de vida y en “en vez de vivir, sobreviven”.

La gran mayoría pudieron estudiar en sus países y trabajaban de lo que habían estudiado. Errahim, por ejemplo, estudió la carrera universitaria de deporte en Argel y trabajó de profesor en Secundaria además de conseguir el certificado para trabajar como agente de seguridad. Asegura que quiere tener un empleo “para ganar dinero, está claro, pero también para sentirme realizado”. Del mismo modo, Abdel trabajó como profesor de inglés y asegura que “si les das el permiso de trabajo estarían todos trabajando y siendo muy buenos en lo suyo”. Otro de sus conocidos trabajaba de programador informático y otro joven, que se calienta con un café caliente unas manos llenas heridas causadas por el frío, tenía su propia farmacia.

“Aunque tengas un trabajo no te da para vivir allá. Un sueldo de profesor son 150 euros al mes, no puedes vivir con eso y menos cuando las familias tienden a ser muy grandes. También huyen de la presión social, con 20 años quieren casarles y que tengan hijos sin tener encima dinero para mantener una familia, o no están convencidos del islam o tienen que huir por su orientación sexual”, explica Abdel, sobre las razones para dejar un trabajo y una cosa en busca de la seguridad de una buena vida. Hay quien vino directo a España y quien se ha recorrido distintos países en búsqueda de estabilidad. Al ser preguntado por cómo se gestiona mentalmente que se caigan todas sus esperanzas, Errahim no tiene ninguna duda: “Seguir hacia delante. No me planteo volver, avanzar es obligado. Si tienes dudas, tu familia que se ha quedado allá también sufre”.

Salud pública

La gente sin hogar tiene que afrontar unas condiciones inhumanas para poder sobrevivir y sufren problemas de salud a los que a veces no pueden prestar atención porque tienen que conseguir comida o ropa. Elmehdi, de 20 años, cuenta que vive cerca de un río, por lo que además de las bajas temperaturas de estas noches de invierno tiene que aguantar la humedad y el frío añadido que sube del agua. “Cuando llueve hay más agua dentro de la caseta que fuera”, asegura. Por otro lado, Sadim duerme ahora en el coche de un amigo pero también estuvo meses pasando las noches junto al río en una situación totalmente insalubre.

“Aunque tengas un trabajo no te da para vivir allá. Un sueldo de profesor son 150 euros al mes, no puedes vivir con eso y menos cuando las familias tienden a ser muy grandes"

Abdeldjellil Mabrek

Isabel Díez, del Punto de Información a la persona Migrada (PIM), defiende que “primero de todo, es un problema de salud pública, luego social, después de vivienda y por último de migración”. Díez forma parte del grupo integrado por PIM, Apoyo Mutuo, Paris 365, Lantxotegi, Haziak, Oxfam Intermón, Mugak Zabalduz y SOS Racismo. Se encargan de su alimentación, alojamiento, documentos y salud en la medida que alcanzan. Tras años de experiencia, Díez defiende que “se debe abordar como un problema de salud pública. No vienen enfermos, se enferman aquí. Viven en condiciones inhumanas y pueden contraer cualquier enfermedad que luego se contagian entre ellos” y cuenta que no hace mucho acudieron al hospital con un joven que tenía sarna. “Imagínate lo que podría haber pasado”, añade.

Desde las entidades reclaman medidas urgentes, como el albergue abierto esta semana aunque con plazas insuficientes. En esta línea, Abdel explica que “la gente de Pamplona es muy acogedora pero no se puede depender de gestos de buena gente para sobrevivir”. Necesitan estabilidad para integrarse y seguir su vida en sociedad.