En la comunidad terapéutica de Proyecto Hombre, en Estella-Lizarra, comen todos juntos, las personas usuarias y las profesionales. “Tenemos cada uno un servilletero y yo me puse la fecha de mi primer contacto con la fundación, el 17 de junio de 1990. Muchos de los usuarios me dicen yo no había nacido, tenía 1 o 5 años”, explica Jacqueline Girón Carter, directora del centro. Tanto Girón, como Alfonso Arana Marquina y Belén Pomés Noáin trabajan en la fundación desde que abrió sus puertas tras la eclosión de la pandemia de heroína –el 11 de febrero de 1991– y entre estos tres profesionales suman 100 años de experiencia en el tratamiento de las adicciones. “Hemos podido aportar un lugar seguro, porque estamos hablando de la máxima vulnerabilidad, que tú no te controlas a tí mismo y te estás metiendo cada vez en más fangos. Vienen así y les cuesta venir”, reconoce Pomés al echar la vista atrás.

En esa labor de atención, de hacer visible la problemática de la adicción, de sensibilización y de prevención hay detrás un trabajo de equipo –de 47 profesionales y cerca de 100 voluntarios–, porque se trata de una realidad “multifactorial”. Así, en estos 33 años han tratado a unas 7.500 personas.

Las instalaciones que en su día facilitó Cáritas Diocesana para la comunidad, una parcela de 30.000 m2 con un edificio construido en los años 50 de 7.000 m2 –utilizan 2.600 m2–, permitían que las personas usuarias pudieran “salir de su entorno” sacando el centro de adicción lo más lejos posible, que era lo que se buscaba entonces. Sin embargo, pese a los esfuerzos de la fundación por generar un clima lo más acogedor posible, las necesidades actuales son distintas a las de entonces. Como apunta Girón, “la comunidad está mucho más abierta al exterior. Sí hay una primera fase en la que no salen, porque se tienen que ir preparando, pero conforme el tratamiento avanza –dura 9 meses–, vamos de una menor a una mayor autonomía en lo que respecta al contacto con la familia, salidas...”

Consideran que la construcción de una nueva comunidad terapéutica en una zona conurbana con la Comarca de Pamplona, además de ahorrar costes, permitiría dotar a las personas internas de más recursos para su formación –muy importante para la reinserción–, así como tener más cerca a las familias para que puedan acompañarles en este proceso. “Terapéuticamente nos limita muchísimo”, confiesa Pomés, pedagoga coordinadora del voluntariado y responsable de familias, que recuerda cómo ha cambiado la percepción que tiene la sociedad: “Antes las personas que tenían un problema con las drogas lo tenían porque querían. Era un concepto de vicio, no se entendía que era una adicción. Hoy se entiende. Es una pérdida del control, de voluntad, un empobrecimiento de las competencias personales para la vida”. Afecta a individuos muy diversos y, como señalan, un nuevo centro permitiría una atención más personalizada

Pomés indica que los afectados acuden ahora con “menos estigma social, excepto si hablamos de mujeres”. A ellas les cuesta más acceder a los recursos por “las dificultades de dejar las cargas familiares, de hacerlo público” y van con menos apoyos. “Es algo mucho más escondido, se percibe peor”, añade Girón, que expresa su entusiasmo por el proyecto que tienen para mejorar su atención. 

Los tres profesionales ponen en valor el trabajo en comunidad y coinciden en que la sociedad actual fomenta las dependencias. Y, como ejemplo, Arana invita a hacer una reflexión sobre “los modelos que queremos tener de fiesta. Nuestra socialización está transitada por el tema del alcohol fundamentalmente y de otras sustancias. ¿Por qué alguien que no consuma nada tiene que sentirse anormal viniendo a Sanfermines?”.