Son las 11 de la mañana del domingo 19 de junio y escribo esto para no olvidar la sensación y huele a humo en Pamplona, tras una noche con una mínima histórica de 26 grados, un día anterior con una media histórica de 31 y con incendios graves en medio Navarra arrasando campos, valles y casas. Ahora mismo, tres días antes de que esto salga publicado, hay incendios en Ujué, San Martín de Unx, Alloz, etc, etc, etc. La sensación de hecatombe, de impotencia ante las llamas, es enorme. Y da miedo. Posiblemente el miércoles 22 ya hayan sido extinguidos o casi los incendios gracias al inmenso trabajo de bomberos, emergencias y vecinos y se estén pidiendo cabezas de responsables políticos –ya se están pidiendo hoy domingo–, por haber prohibido labores agrícolas tras los incendios y no antes y más asuntos y todos sabremos qué hacer y qué no para que esto no vuelva a pasar. Evidentemente, a favor de que quien lo considere critique lo hecho y no hecho, la cronología, las decisiones tomadas y no. Yo, sinceramente, ahora, me siento superado por la situación, así que recupero lo que escribí el sábado pasado en esta misma columna antes de que nada pasara: “hay voces que anuncian que estos episodios van a ser cada vez más habituales y que también a nivel agrícola y forestal hay que trabajar en la línea de que cuando lleguen los inevitables incendios estos tengan la menor afección posible, desarrollando trabajos previos que consigan que el combustible del que se nutren estos desastres sea menor”. Pienso, sin saber ni una palabra de estrategia agrícola, ganadera, forestal, etc, que quienes sí lo saben deben ponerse ya a trabajar intensamente en diseñar acciones que cuando esta angustia haya pasado no caigan en el olvido, en la inacción o el desinterés, ya sea político o ciudadano o ambos. Días negros como los de mediados de junio de 2022 nos tienen que enseñar el camino.