Echaron el candado ayer y aquello no volverá a abrir jamás, aunque desprende ya una sensación de lugar fantasmal. Las 102 viviendas que componían las urbanizaciones Lasaitasuna y El Mirador de Yesa dejaron ayer de pertenecer a sus propietarios y pasaron a manos de la CHE, ejecutora de la expropiación forzosa por razones de interés general, denominación esta última para bautizar a la ladera inestable sobre la que están ancladas estas casas, que se mueve como un demonio y cuyo entresuelo es un iceberg gigante, que decía un geólogo. Conviene recordar que esa basculación, ese movimiento oscilante de la montaña, empezó un buen día cuando a la Confederación le dio por descalzar la ladera en las primeras obras de recrecimiento. Esto no solo lo dice el arriba firmante, lo dicen también los estudios internos de la CHE que este periódico publicó poco después de que en febrero de 2013 los vecinos de Lasaitasuna y el Mirador fueran desalojados sin aviso previo. Al comienzo, la justificación de la precipitada salida de los vecinos fue un desalojo preventivo. Ahora, casi tres años después, es aquello la ruina definitiva.

Acceder ayer a las cuatro calles de Lasaitasuna, una urbanización que tenía en propiedad incluso las farolas de la calle, y pasear enfrente de las imponentes viviendas de El Mirador, más recientes pues datan de hace una década, era el vestíbulo de una guerra. “Algunos me dicen que parece Siria y otros un pueblo expoliado. Sea lo que sea, no quiero verlo”, decía ayer por teléfono uno de los vecinos más afectados, que no se arrima a su vivienda desde hace meses. En el tránsito por aquel paraje, vigilado el acceso por un guarda de seguridad, algunos vecinos, familiares u otros gremios y particulares, fundamentalmente estos, seguían apurando las últimas horas para arramplar con lo poco que quedaba en las casas. Algunas ventanas, puertas, televisores, colchones, mesas, barandillas, material de construcción, todo valía para salir pitando el último día, antes de que dieran a las 18.00 horas, el toque de queda, las llaves quedaran a resguardo en la CHE y allí ya no quedara nadie hasta que las máquinas entren para destruir lo que hay.

Las florecidas y coquetas urbanizaciones pasaban ayer por ser un desguace en el que cualquier cosa valía para ir cargando el maletero de los vehículos. Algún taladro se oía de fondo para enalbardar de plomo lo que en su día fue pura vida.

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