Como es costumbre por estos lares, cada dos años se convocan oposiciones al cuerpo de profesores de Enseñanza Secundaria, Bachillerato y Formación Profesional. Es un momento de angustia y desesperación para todos los opositores que se juegan su futuro a una carta pero, no sólo para ellos sino también para los que ya pasamos en su día por el potro de tortura y nos toca valorar a nuestros compañeros y compañeras en unas pruebas que, si bien pueden mostrar (aunque de manera sesgada) el nivel de conocimientos sobre las distintas materias, no demuestran en absoluto la capacidad de los docentes para enfrentarse al desempeño de la labor educativa. No miden aptitudes cruciales para la enseñanza como la empatía con las circunstancias del alumnado, la capacidad para adaptar los currículos (a veces absurdos) a las necesidades del mismo, la paciencia para lidiar cada día con una chavalería cada uno “de su padre y de su madre” y un largo etcétera de particularidades que se dan en las aulas a diario.
'Niños de San Ildefonso'
A la administración educativa le da de vez en cuando por convertirse en niños de San Ildefonso y sacar la puñetera bolita del saco, eso cuando tienen ganas de mover el bombo porque cuando el bombo es muy pesado, llaman a Olentzero para que baje de su cueva y estabilice en su puesto, sin pasar por el calvario, a unos cuantos afortunados a los que, sin comerlo ni beberlo y sin necesidad de visitar Lourdes, se les aparece la Virgen y no sólo pasan a ser funcionarios por arte de birlibirloque sino que además se pasan por el arco del triunfo el año de prácticas y, si tienen puntos por experiencia, pueden tener su destino definitivo antes que muchos compañeros que sí han pasado por el patíbulo.
En fin, volvamos a la puñetera bolita. Los niños de San Ildefonso han decidido este año dar vueltas al bombo infernal y han sacado la jodida bolita que determina quiénes son los afortunados que meterán horas extras por un tubo por el módico precio de cero. Sí sí, como lo oyen, cero. Un cero bien redondo y lustroso. Este año, por segunda vez a lo largo de mi vida laboral, soy una de las tocadas por la varita mágica y, oigan, encantada de la vida de hacerme 125 kilómetros una vez por semana desde marzo y dejarme los cuernos durante tres horas por la tarde para tener bien preparadito el cadalso de los opositores, eso sí, después de haber cumplido religiosamente con mi horario laboral.
Tramo fiscal
En lugar de hacérseme la boca agua pensando en la recompensa, la saliva se me vuelve bilis cuando pienso en el verano que me espera, como he dicho por el módico precio de cero. La extraordinaria recompensa llegará dos meses después de haber terminado el expurgo, en forma de nómina extra y pasará por el ojo escrutador de Hacienda el próximo año que determinará que ¡oye, hemos pasado de tramo fiscal! Ahí es cuando aparecerá la parca con su guadaña y ¡hostión que te crió! en la próxima declaración de la renta. En definitiva, cero reconocimiento social y administrativo y cero recompensa salarial. Vamos, lo que decía al principio, cero es igual a cero.