Una pamplonesa como tú nos ha dejado en la madrugada del patrón de la ciudad, San Saturnino. Es como si lo hubieses elegido para que sea en todos nosotros un recuerdo indeleble, que nos permita tenerte cerca mientras vivamos. No lo dudes, así lo has querido y así será.

Has escrito el último acorde de tu sinfonía con la misma voluntad, conocimiento y encanto con que has interpretado todos los movimientos de tu vida ejemplar de persona para cuantos te hemos conocido y querido.

Tuviste una infancia y juventud de allegro en tu intensa vida familiar, con el afecto de la primera hija y nieta, el cariño de Pedro y Margarita y tus abuelos Lozano-Bartolozzi y Úriz-Pascual. Fuiste una gran alegría para todos, modelo para los dibujos de Pitti que te pintó llena de rizos, flores y puntillas, como el ángel rubio que eras.

Tu prematura madurez de hija mayor, estudiosa y responsable, fue el adagio de tu etapa de universitaria esforzada que coronó brillantemente tu vocación periodística formada en las universidades de Navarra y Maguncia. Tu apertura de mente te llevó a ser siempre una persona dispuesta al conocimiento de los demás y del mundo, con una visión muy humanista de la vida y una idea global, muy anterior a que se consagrase el paradigma de la globalización.

Tu vida profesional fue un tiempo de allegro lento y sólido, abierto a las nuevas experiencias de la vida profesional, que aprovechaste en todas las ocasiones que se te presentaron. Te llevó a un espacio propio para poder desarrollar tu vocación universal, que fue Bruselas. Allí encontraste tu lugar y pudiste completar tu permanente vocación de informadora e intelectual, prestando servicios a tu país y a tu Navarra, superando la poca visión que otros tenían de la importancia de tu labor en un espacio muy complejo y con conflictos de interés, que exigía capacidades diplomáticas. Cuantos te conocieron y trataron reconocieron tu entusiasmo por el trabajo, tu habilidad negociadora e investigadora, tus dotes de interlocución, tu proximidad a los compañeros y tu buen hacer, poniendo siempre por delante a las personas.

El diagnóstico de tu enfermedad no nos hizo pensar que se iniciaba un finale. Tu fuerza de voluntad y vitalidad nos demostraban que ibas superando al mal, hasta que este te ha vencido. Pero, llena de conciencia, lo has ido viviendo con la serenidad de espíritu, que transmitías a los demás, de quien esperaba a la “hermana muerte”, consciente de que nuestros días están contados y de que toda sonata tiene un final. El tuyo ha sido una demostración de amor y agradecimiento a tu familia, como el de todos ellos a lo mucho que les has dado. Por eso tu despedida en el último compás de la sonata ha estado llena de paz y amor.

Sólo, María, te tengo que hacer un reproche desde el afecto, que no hayas hecho caso a tu sobrina, mi nieta, Gabriela. Hace unos días desde sus cinco años, sin que nadie hubiese mentado a la Parca, pero percibiendo que algo pasaba, dijo a tu hermana Cristina: “Mamá, no quiero que se muera la tía María”. Tenías que haberle hecho caso.

A todos vosotros, amigos antes que consuegros, Pedro y Margarita, a Pedro Luis, María y sus hijas Inés y Sofía, a Cristina nuestra nuera y madre de nuestras nietas Gabriela y Teresa, a Ana y Patricio, nuestro afecto y acompañamiento en un dolor que compartimos con vosotros.