Joseba Eceolaza (Pamplona, 1979), es un conocido de la política navarra y la memoria histórica. Fundador de la Asociación de Familiares de Fusilados de Navarra, cuenta que con 15 años empezó a participar en Elkarri y que es miembro de Batzarre desde 2001. Fue parlamentario foral como integrante de Nafarroa Bai de 2007 a 2011.

Articulista y ensayista, acaba de publicar ETA: la memoria de los detalles, con Papeles del Duende Ediciones. En la portada, una pintada contra José Luis López de Lacalle, asesinado por ETA el día anterior. Y un JÓDETE!!! como muestra de perversión. Para Eceolaza, “la crueldad de buena parte del mundo que fue en el mismo tren de ETA, merece una reflexión pausada, porque la velocidad de la política no facilita pensar en eso que existió”. Por eso, desgrana en un ensayo de 130 páginas detalles de algunas historias de muerte y dolor que más le han impactado.

“En los detalles”, escribe Marta Buesa en el prólogo, “encontramos la dimensión de la crueldad, la maldad y la deshumanización de la que hizo gala parte de nuestra sociedad”.

-Creo que el efecto pedagógico de conocer los sufrimientos concretos de las víctimas es muy importante. Además, sin conocimiento es difícil la empatía. Dicen los expertos que se tarda entre tres y cuatro generaciones en superar un trauma como el de la violencia.

Daniel Innerarity afirmó en 2007: “Una sociedad supera la violencia cuando se le vuelve literalmente incomprensible”. Costó mucho.

-Empezamos a cerrar las heridas de la violencia cuando sentimos cierto pudor de las cosas que normalizamos cuando esta existía. Por ejemplo, creo que en la izquierda alternativa, a la izquierda del PSOE, que yo representé, no nos acercamos a las víctimas como hubiéramos debido. Cuando era concejal de Zizur Mayor en 2003 tenía unos discursos contra ETA contundentes y claros, pero tal vez me faltó un acercamiento humano, la ternura hacia el agredido, el decirles estoy con vosotros.

¿Y eso por qué cree que le faltó?

-Creo que nos acercábamos a las víctimas de ETA llenos de matices y de peros, y con unas anteojeras políticas tan fuertes que nos impedía esa ternura. Yo llevé a la abogada de Rigoberta Menchú al Ayuntamiento a hablar de la amenaza política a un pleno donde casi había más escoltas que personas. Esa paradoja hoy me hace pensar cómo era posible que fuéramos tan solidarios con mil causas y tan poco con el sufrimiento de esos concejales.

¿El libro tiene algo de expiación individual o colectiva?

-En este tema hay muchos debes, y este libro pretende corregirlos en parte, y trasladar a las víctimas de ETA que estoy o que estamos con ellas. Yo creo que la izquierda que he representado no ha entendido, o nos ha costado mucho entender, que las víctimas del terrorismo de ETA también eran nuestras. Hemos tenido más cercanía emocional y política hacia otro tipo de víctimas, aunque éramos muy críticos con ETA e hicimos, especialmente en Batzarre, un proceso de autocrítica fortísimo...

En los ochenta Batzarre apoyó a Herri Batasuna.

-Efectivamente, y con el lema Dales donde más les duele. Lo que no sabíamos era que con los años ese lema se nos iba a volver en contra.

Y en 1998 Batzarre formó parte de Euskal Herritarrok hasta que se rompió la tregua. ¿Faltó determinación por ganas de generar una pista de aterrizaje?

-Eso forma parte de los procesos de autoengaño de la política, porque a ETA no había que ponerle una pista de aterrizaje.

A Herri Batasuna.

-Tampoco. Eso forma parte del cálculo político.

Llamémoslo persuasión democrática.

-Sí, le entiendo, Elkarri formaba parte de eso. Lo que quiero decir es que ETA no terminó porque hizo una reflexión ética de que la muerte estaba mal. ETA terminó porque se le hace imposible matar, y porque ya no era eficaz políticamente, porque la Guardia Civil y la Policía Nacional la cosió a detenciones entre 2001 y 2003. En 2006 y 2007 hubo unas asambleas de los miembros de ETA y el 80% decidió seguir. Fueron la sociedad y las instituciones públicas quienes terminaron con ETA, y este es un hecho que hay que tenerlo en cuenta de cara al futuro.

“Un mundo que no se conformó con hacer desaparecer al discrepante, sino que con una insensibilidad que aterra, también continuó humillando al agredido”.

-La violencia embrutece a quien la ejerce y a quien la defiende. Beatriz Elorza, la compañera de un dirigente del PSE, Manuel Huertas, se encuentra tres esquelas con los nombres de sus tres hijos en el buzón. La casa del pueblo de Errenteria es atacada 27 veces, Eva Gorriz, miembro de UPN, tiene que dar a luz con dos escoltas. Alfredo García, alcalde del PSN en Ansoáin, el mismo año en el que matan a Miguel Ángel Blanco, recibe una camiseta con manchas de sangre, y una pintada que dice Alfredo, tú serás el siguiente. La mujer de Joxan Rekondo, alcalde nacionalista de Hernani, es agredida a pedradas cuando iba con sus hijos por Hernani. A Cándido Cuña, un chaval de Errenteria, le matan por vender pan a la Guardia Civil. Es que era panadero. (Eceolaza cita más ejemplos). La ponencia Oldartzen se debatió en el año 94. Participaron unos 5.000 militantes de la izquierda abertzale, el 70% votó a favor. Es decir, cerca de 3.800 personas fueron favorables a matar más. No podemos hacer como si eso no hubiera existido, porque no ayuda a la superación del problema.

Marta Buesa habla de “secta mafiosa”. Usted de “fascismo”.

-Claro, porque ETA tenía un proyecto antipluralista, autoritario, en el que buena parte de la sociedad le sobraba.

¿Matar políticos impactó más que a policías o militares? ¿Eso fue un factor en el declive de ETA?

-La sociedad vasca y navarra nos movilizamos más de lo que se cree contra el terrorismo, pero menos de lo que debiéramos. Las primeras grandes movilizaciones fueron contra el asesinato del ingeniero Ryan, y de Enrique Casas, senador del PSE. Grandes movilizaciones que no se produjeron cuando estaban asesinando a guardias civiles, policías o militares, o a personas acusadas de chivatos o de narcotráfico. La sociedad actuó con unos valores intermitentes, con una sensibilidad social diferente, y creo que ahí en conjunto hay un debe con buena parte de las víctimas. El cambio total se produjo en los asesinatos de Gregorio Ordóñez y Miguel Ángel Blanco.

¿En qué medida el GAL y las torturas generaron parálisis por legitimación de la violencia del Estado?

-El GAL, la tortura y la violencia policial, aparte de un drama humano, consolidaron las teorías de la guerra y de la violencia de respuesta. La utilización de la violencia por parte del Estado también fue responsable de que ETA durara tanto tiempo, porque le dio una legitimidad de tipo moral y político que de otra forma no la hubiera tenido.

Hablaba de los daños intergeneracionales de la violencia. Hubo una Transición mal cerrada y un olvido del golpismo del 36. ¿Eso hizo de magma justificativo o elusivo?

-El mito antifranquista jugó como un elemento vertebrador de ETA, pero yo lo intento deconstruir, porque si eso hubiera pesado tanto, ETA habría dejado de matar en el 78, no hubiera seguido hasta 2011. Ni la existencia de una dictadura justifica que ETA asesinara. En mil lugares del mundo hay problemas políticos y dificultades de encaje identitario, pero la secuencia inevitable no fue matar. El mito antifranquista traslada una idea confundida, la de la fatalidad de la violencia. No fue inevitable. Hubo sectores antifranquistas mucho más eficaces como opositores, sin pegar ni un solo tiro, por ejemplo, Comisiones Obreras y el Partido Comunista, en la democratización del país.

El magnicidio de Carrero Blanco pudo generar esa justificación.

-Todos los mitos tienen un fuerte componente de autoengaño, y este también. ¿Qué hizo parte de la izquierda? Elegir a Melitón Manzanas y a Carrero Blanco para construir ese mito legitimador de ETA. Pero antes de fallecer Franco, ETA había asesinado a otras 42 personas. Por ejemplo, a trece civiles en la cafetería Rolando. Posteriormente, ETA también atentó contra militantes antifranquistas, entre ellos a un montón de obreros.

¿El olvido se conecta con la reconciliación, aunque sea endeble?

-Eso es lo que intento analizar en el libro. La reconciliación que se hace sobre el olvido está inacabada, en algún momento se va a abrir. El gran error de la Transición, y podemos estar cometiendo el mismo, es que se nos dijo que la convivencia y reconciliación estaban por encima de la justicia.

Pero no es comparable la desmemoria oficial de la Transición con las políticas de memoria y reconocimiento a las víctimas de ETA.

-Sí, sí, pero las ganas de superar cuanto antes ese trauma, puede provocar que corramos en exceso. Muchas víctimas expresan que para ellas es más importante la verdad que la justicia. Hay trescientos crímenes sin resolver. Y el Estado, la sociedad y fundamentalmente ETA, tienen que ayudar a que haya verdad sobre esos trescientos crímenes.

Parece utópico esperarlo de los exmiembros de ETA.

-Pero es muy fácil proponer la verdad en crímenes ya prescritos, y tampoco lo hacen. En los que no habría ni una sola consecuencia penal si ETA aportase verdad.

Hay una suerte de ingeniería penal que podría ponerse en marcha...

-Sí, pero con los crímenes, por ejemplo, anteriores a la amnistía, varios sin esclarecer, se podría plantear. Al franquismo le hemos exigido la verdad. ¿Cómo hemos suplido la ausencia de esta? Con una reelaboración académica a través de las universidades, historiadores... ¿Tenemos que esperar cuarenta años para poner verdad sobre esos crímenes o exigir a los miembros de ETA que aporten esa verdad? Y entiendo el problema judicial.

Gente anónima que se ensañaba con las víctimas, y gente que si hoy existiera ETA, la seguiría justificando. ¿Cómo se reconstruye esa distorsión enorme?

-Es muy importante parar de odiar. Para la paz hacen falta mentalidades de paz. Cuando hay conflictos violentos en todos los lugares del mundo a los expertos y a la sociedad, les preocupa la garantía de no repetición. En nuestro caso, la necesidad de que esos valores y las ideas que hicieron posible la muerte no vuelvan. Por eso es tan importante la deslegitimación de la violencia, reflexionar sobre la consideración social de los victimarios, y debatir sobre los ongi etorris o sobre las pancartas y el paisaje urbano.

Hasta el EPPK ha sido claro.

-Por eso hablo de consideración social de los victimarios y no solo de los ongi etorris. La izquierda aber-tzale no puede encarar por fascículos las consecuencias que tuvo su apoyo a la violencia, porque eso alarga la tarea pendiente, alarga el daño de la sociedad y a las víctimas.

¿Cree que hay un temor en ese espacio a algún tipo de escisión?

-La tarea prepolítica que tienen que hacer, el resto del mundo ya lo hemos hecho, que es respetar al contrincante político.

Le dirán que el Partido Socialista tiene pendiente asumir responsabilidades de la época del felipismo.

-El año que viene es el cuarenta aniversario del asesinato de Lasa y Zabala, y creo, profundamente, que es una ocasión perfecta para que el Partido Socialista y el Gobierno de España den un paso en el reconocimiento de que eso jamás debió ser ejecutado. Pero que otros no hayan hecho las tareas pendientes no quiere decir que tú no las tengas que hacer. Obviamente a la izquierda abertzale le pedimos más tareas que a otros, porque es la violencia que más tiempo ha durado, y más nos ha condicionado como sociedad.

Estamos participando en otra guerra. ¿Suponen un problema para la deslegitimación de la violencia?

-Claro, porque se vuelve a trasladar la utilidad de la violencia, y a olvidar su impacto en el futuro, del que advierto en el libro. Generas huérfanos, viudas, y un daño entre comunidades nacionales, religiosas... El Parlamento Vasco acertó muchísimo al decir en 2010 que la memoria pone nombres y fechas ahí donde el terrorismo pone excusas. Frente a la violencia no tenemos que acercarnos con peros, matices ni interpretaciones políticas. Cuando tú muestras la solidaridad a alguien que ha sufrido algo tan extremo como la muerte de un ser querido ese acercamiento tiene que ser limpio.

SUS FRASES

“Creo que en la izquierda que yo representé no nos acercamos a las víctimas como hubiéramos debido”“Fueron la sociedad y las instituciones públicas las que terminaron con ETA, esto hay que tenerlo en cuenta”“La utilización de la violencia por parte del Estado también fue responsable de que ETA durara tanto tiempo”