El trabajo que realizan organizaciones tan potentes como UNICEF, con el apoyo de entidades como la Fundación Caja Navarra, en conflictos que creíamos más que superados cobra más importancia que nunca porque pese a su complejidad y gravedad siguen enquistados desde hace muchos años y han pasado a un segundo plano, desatendidos por la comunidad internacional y, por tanto, sin la ayuda necesaria.
Muchas de las grandes crisis de los años ochenta y noventa que nos tocó estudiar en los libros siguen sin resolverse. Guerras, hambre, terrorismo, violencia, narcotráfico... En Sudán, Burkina o Líbano muchos de los viejos conflictos se han recrudecido a lo largo de este siglo. Tensiones étnicas y religiosas, criminalidad... en definitiva, luchas de poder. Los mismos viejos odios con otros actores. Existen alrededor de 56 conflictos armados activos en el mundo, una cifra que representa el punto más alto desde la Segunda Guerra Mundial. Y, en medio de todos ellos, descubrimos a niños que siguen utilizados de forma violenta y a los que se arrebata la infancia. La situación de las mujeres y las niñas es especialmente preocupante por los casos de violencia sexual.
Al menos en 25 países miles de niños menores de 16 años participan directamente en guerras y conflictos. En este contexto la movilización de niños soldados es una de esas realidades terribles que no puede quedar en el olvido. Niños y niñas esclavos, reclutados como soldados, siendo una de las mayores aberraciones que es capaz de provocar una guerra. Niños que sirven de apoyo, cocineros, cargadores, mensajeros, espías o en primera línea, para abrir camino o desminar campos. Chavales que torturan o matan y que muchas veces son drogados para ello. Puede que lo hagan de manera “voluntaria” porque se ve como una salida a situaciones de pobreza extrema o inseguridad. En Siria, en Sudán, en Irak o Pakistan.
Horroriza saber que en muchas partes del mundo gobiernan grupos armados hasta los dientes. El caso de Amina -en Centroáfrica donde hay alrededor de 10.000 niños soldado desde 2013- que tuvo la suerte de salir de esa espiral de violencia y volver a su casa me devolvió la esperanza. Fue hace ahora dos años en el trabajo desarrollado de manera conjunta con UNICEF y apoyado por la Fundación Caja Navarra.
Porque más duro que perder a tu gente y ser reclutada de forma obligada por grupos armados, más terrible que transportar cadáveres o ser explotada sexualmente, es volver a tu comunidad o familia y no ser aceptada. Amina tenía 17 años (hoy 19) cuando puso el contador de su vida a cero, quería convertirse en sastre para ayudar a otras jóvenes como ella. Logró formación para aprender el oficio en un taller de su aldea gracias al apoyo de UNICEF que brindó a su vez acompañamiento psicológico a quien soñaba a diario con cadáveres y tenía miedo a quedarse sola.
Revictimización
Son esas pequeñas historias personales con las que todas y todos conectamos las que en el fondo necesitamos para mantener viva nuestra conciencia social y, sobre todo, nuestra ayuda y apoyo económico a las ONGS que más que nunca batallan en un mundo tremendamente injusto para la infancia. Pese al compromiso y esfuerzo de muchos gobiernos en este momento se calcula que, entre 2005 y 2020, más de 93.000 niños fueron reclutados y usados en conflictos armados en todo el mundo. En los últimos 30 años, casi se ha duplicado la proporción de niños que viven en zonas de conflicto.
Y son las organizaciones no gubernamentales como UNICEF con sus aliados locales las que negocian con grupos armados de diferentes facciones para liberar a niños reclutados, las que trabajan con su comunidad para que ese chaval o chavala no se vea marginado y termine en la calle, en la prostitución o de nuevo bajo filas armadas, las que tratan de reunir a esos niños con sus familias. En Gaza, pero también en Sudán, Sáhara, Yemen, Haiti o Siria los niños están expuestos a todo tipo de violencia: testigos de asesinatos, que sufren desnutrición infantil, son obligados a desplazarse, han perdido su vivienda, escuelas o hospitales, cuando no mueren por bombardeos indiscriminados. Niños y niñas que solo pueden ser vistos como víctimas.